#Opinión Análisis que ayuda a tener otro enfoque sobre los estratos sociales y la clase media en México
La búsqueda de la clase media (o del espejismo de la comodidad)
Juan Francisco Escamilla De Luna.
Politólogo y socialista.
En las últimas décadas, las grandes desigualdades del mundo han traído a discusión (una vez más) la cuestión de las clases sociales, nutriendo un paradigma de investigación necesario para comprender los grandes problemas de nuestras sociedades, así como las posibilidades de solución que podemos construir para avanzar hacia sociedades más justas e inclusivas.
Aquí el problema no es el qué, sino el cómo. Me explico: la forma en que se ha abordado la clase social se ha orientado hacia el establecimiento de gradaciones imprecisas que construyen una escalera conceptual con grupos de peldaños bien conocidos: clases altas, clases medias y clases bajas (con sus respectivas posiciones intermedias que pueden desagregarse ad infinitum).
En México, este marco ha producido una disputa en la opinión pública para establecer si somos (o no) un país de clase media; sin embargo, la propia definición de clase media y quiénes la conforman es objeto de todo tipo de desacuerdos. Desde Roger Bartra y su obtuso “son de clase media los que no son pobres ni ricos”[1] de hace unos años, hasta la reciente contribución de Viridiana Ríos[2] con la recuperación del Índice de Desarrollo Social de Evalúa Ciudad de México que contempla elementos de ingreso y tiempo de trabajo, hoy parecen quedar claras dos cosas: 1. Alcanzar sociedades con amplias clases medias es un objetivo deseable, 2. La definición de la clase media tiende a asociarse al bienestar y a la comodidad. Al ver estas dos proposiciones, cabe pensar ¿Estamos haciendo las preguntas correctas?
Primero, esta forma de concebir las clases cabe bien en lo que Erik Olin Wright denominó enfoque de atributos individuales: las clases sociales se entienden según las condiciones de vida de las personas y los atributos con los que cuenta (la educación, el ingreso, el barrio en que se vive, etc.), pues estos condicionan, en mayor o menor medida, el rumbo de su vida y las elecciones que tomen.
Así, la clase baja, los primeros peldaños de esta escalera conceptual, puede identificarse por carecer de las condiciones, recursos y atributos necesarios para superar condiciones de pobreza; la clase media, se caracteriza por la posesión de recursos y atributos suficientes para llevar un modo de vida relativamente cómodo para los estándares medios de la sociedad; la clase alta, final y meta de la escalera conceptual, por su parte, se puede identificar por la posesión de riqueza, atributos y condiciones para llevar una vida de lujo, y poder elegir dedicar su tiempo tranquilamente a lo que se desee.
Evidentemente, pese a su imprecisión, esta forma de entender las clases sociales es muy útil políticamente para sostener a las sociedades meritocráticas, cuyo motor sería la posibilidad de movilidad social ascendente. Al ser una escalera, sólo habría que asegurarse de que sea posible subirla, y eso hace la idea de la clase media: estás a medio camino y tienes posibilidad de ascender hacia la clase alta, garantizando que la falta de esfuerzo también suponga la posibilidad de resbalar hacia los peldaños de la clase baja. Una sociedad activa, en este sentido, sería una sociedad de clases medias amplias. El sueño.
De este modo, al estilo del viejo Parsons, las clases sociales parecen hasta necesarias: cumplen la función de ordenar a las personas en los lugares más o menos “importantes de la sociedad” en función de su mérito y atributos. El gran problema de esta visión es que, si el objetivo se reduce a ampliar las clases medias, se omite el problema que representa la mera existencia de un sistema de clases sociales: no se ven las relaciones que existen entre unas clases y otras, ni tampoco se explica por qué unas poseen tanto y otras tan poco, mucho menos se está en condiciones de ver las fronteras entre las clases y su importancia política. Esta forma de pensar las clases, tiende a construir la idea de que cada clase social es una entidad autónoma a la que las personas adscriben individualmente. Más que clases, son estratos, pues incluso al pensar en términos de clases, el individuo aislado es origen y final.
Con lo anterior, se entiende un poco mejor que la clase media suela asociarse a cierto nivel de comodidad y bienestar en el que se suelen depositar las esperanzas y esfuerzos: tener un auto de gama media, la posibilidad de adquirir una casa decente, un nivel de estudios que garantice un empleo estable, vacaciones, entre otras formas de consumo que para la inmensa mayoría sólo son posibles gracias a créditos perpetuos. En este sentido, la idea de clase media refiere al deseo de ser capaces de mantenerse con comodidad y estabilidad (con lo arbitrario e impreciso que pueda ser), en el marco del esfuerzo individual. Un dispositivo para maquillar el capitalismo.
En un escenario así, cambiar la forma en que enfocamos las clases sociales puede ser beneficioso para el entendimiento público de los problemas que nos aquejan. Recuperar ideas como la clase en términos de relaciones de producción, el concepto de explotación, o la estructura histórica de producción, no sólo es útil para despejar discusiones bizantinas sobre ser o no ser de clase media, sino que se presenta como oportunidad política para entender cómo vivimos nuestro tiempo desde diferentes frentes, y así construir la oportunidad de cambiarlo.
Fuentes:
[1]https://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?id=67912&lcmd5=2ac67a8898f9f136191d7235aef9147f&urlredirect=http://www.reforma.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=67912&lcmd5=2ac67a8898f9f136191d7235aef9147f
[2] https://www.nytimes.com/es/2020/07/06/espanol/opinion/clase-media-mexico.html