Mural 16. Foro Nacional para la Regeneración Socio-Ambiental

Las batallas sociales y ambientales en México

Víctor Manuel Toledo

En los albores del siglo XXI, cuan­do el capital alcanza su máximo grado de rapacidad en la  historia y la supervivencia de la especie humana se ve seriamente amenazada, ya no es posible separar las luchas sociales de las batallas ecológicas o ambientales.

El capital es una fuerza global, pa­rasitaria del trabajo de los seres hu­manos y de la naturaleza. Libre de toda atadura moral, domina, impone, arrasa, es una mancha voraz inconte­nible, una ambición incapaz de auto­rregularse, es una civilización suicida, autodestructiva, cuya expresión más palpable es el cambio climático.

México está sometido a una siste­mática destrucción social y ambiental, causada por la ola expansiva del capi­tal nacional y transnacional, la pobre­za y la violencia incluidas. La mayor parte de los gobernantes de todos los colores y todos los niveles contribuyen a esta tragedia.

Al mismo tiempo, la República es escenario de batallas entre fuerzas ciu­dadanas, sociales y comunitarias que enfrentan la devastación de sus terri­torios y se oponen a la depredación de cientos de proyectos mineros, hidráu­licos, energéticos, turísticos, agrícolas, forestales, químicos e incluso biotec­nológicos (los cultivos transgénicos).

Zonas ecológicas y regiones indígenas

Hay 17 millones de indígenas mexi­canos y 26 regiones indias, principal­mente en el centro, sur y sureste de la República. Poseen 28 millones de hectáreas en prácticamente todas las zonas ecológicas del país y el sector de propiedad social (30 mil ejidos y co­munidades) abarca 106 millones, más de la mitad del territorio nacional.

Sus territorios captan más de la cuarta par­te del agua que la nación recibe, aloja la mayor riqueza biológica (biodiversidad),

Movimientos de resistencia:

8 redes nacionales con 300 organizaciones

son de las selvas y bosques que aún que­dan. Además, conservan los principales recursos fitogenéticos del país: maíces, jitomates, chiles, calabazas, vainillas, cacaos y otras 100 especies domestica­das. Los campesinos mestizos compar­ten su forma de vida con los indígenas.

Valiéndose de su cultura ancestral y de su historia agraria, las comunida­des campesinas e indígenas enfrentan y resisten el embate por mercantili­zar y privatizar los recursos naturales, bosques, alimentos, biodiversidad, ríos o suelos. En estas resistencias se escuchan ecos de la revolución agraria de principios del siglo XX: recampesi­nizar el campo y restituir la memoria mesoamericana.

De las resistencias a las alternativas

En los movimientos sociales ambien­tales se defienden al mismo tiempo los recursos naturales, el territorio, la cultura, la memoria histórica, la vida colectiva y la autogestión comunita­ria, es decir, el poder social. Hay dos tipos de batallas: los movimientos de resistencia, de carácter defensivo, que buscan evitar la implantación de pro­yectos destructivos; y las que impulsan proyectos alternativos, como el mane­jo comunitario de bosques y selvas, el café orgánico, el turismo alternativo, la producción agro-ecológica, etc.

Movimientos de resistencia

Las luchas socio-ambientales se han multiplicado en los últimos años. Hay cientos de movimientos locales o regionales, organizaciones o redes a escala nacional contra la minería, las presas y los pesticidas, en defensa del agua, del maíz, de los alimentos orgá­nicos, y las causas de los afectados por la irracionalidad ambiental.

Se multiplican las luchas contra las empresas mineras, buena parte cana­dienses, a las que en los últimos 10 años les han concesionado más de 50 millo­nes de hectáreas, una cuarta parte del territorio nacional. Los métodos conta­minantes de explotación y el atropello a los derechos agrarios e históricos de las comunidades rurales, han creado mo­vimientos de resistencia en Baja Cali­fornia, Chihuahua, Nayarit, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas.

Las luchas contra el maíz transgénico

La movilización campesina y ciuda­dana contra el maíz transgénico se ha expandido desde Chihuahua, Nayarit y Michoacán hasta Tlaxcala, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Yucatán y San Luis Potosí. Hay movimientos masivos con­tra presas como en la costa de Oaxaca contra la presa El Paso de la Reina; en Guerrero contra La Parota; en Jalisco contra la presa El Zapotillo. Hay otros conflictos sociales por presas en San Luis Potosí, Guerrero y Chiapas.

Las Alternativas

Por lo común, las alternativas nacen de una resistencia primera de las co­munidades, cuando los movimientos pasan de una actitud defensiva a una ofensiva, con propuestas distintas, muchas al alcance de su mano.

Los proyectos alternativos, general­mente ligados a la producción o a los servicios, implican una organización sólida y permanente, información y conocimientos científicos y tecnoló­gicos, aparatos administrativos y vías de comercialización; son batallas que se dan en un mundo dominado por el neoliberalismo.

A contracorriente, se buscan mo­dos alternativos de articulación con la naturaleza y de nuevas maneras de producir, circular, transformar y con­sumir. Se basan en principios y valo­res contrarios al capital, tales como la cooperación, la solidaridad, la acu­mulación colectiva o comunitaria de la riqueza, el respeto por los procesos naturales, la democracia participativa y el comercio justo y orgánico.

Economía rural alternativa

Destacan las cooperativas de pesca­dores en Baja California o Quintana Roo, las comunidades forestales de selvas tropicales o bosques templados de organizaciones como la UNOFOC, con cerca de 56 organizaciones en 500 comunidades y ejidos en una super­ficie que rebasa los 4.5 millones de hectáreas; las cooperativas producto­ras de café orgánico bajo sombra, so­lamente en Chiapas rebasan las 100. Se estima que sólo en cinco entidades (Quintana Roo, Oaxaca, Puebla, Chia­pas y Michoacán), hay más de mil pro­yectos e iniciativas alternativas. Los proyectos alternativos comunitarios o de cooperativas a escala municipal, abarcan una considerable extensión territorial.

El poder social

El recuento de estas batallas, nos ofre­ce un panorama esperanzador, cuyo potencial organizativo es enorme. El reto es articular a cientos de movi­mientos y encauzarlos dentro de una gran corriente que resista los embates del capital y, al mismo tiempo, cons­truya un poder social. Esto pasa por dejar de imitar las formas dominantes de concebir a la naturaleza, de pro­ducir, circular, consumir y de mirar al mundo, y retomar la historia, la cultu­ra y la memoria de nuestros pueblos. La conformación de un poder social se traduce en proyectos comunitarios, productivos, financieros, jurídicos, tecnológicos, ecológicos, educativos y culturales que desafían el orden do­minado por el capital. Las bases están dadas, sólo falta echar a andar por un camino común.

* Resumen de la presentación en el Foro Nacional para la Regeneración Socio-Ambiental, Cuetzalan, Puebla, marzo 21 y 22 de 2011.

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Versión completa en regeneracion.mx

 

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