Por Víctor Esparza
Regeneración. Abril 10, 2014 México.- Luego de varias semanas algo agitadas, más conforme se acercaba tan significativa fecha, a 10 días de ella pareciera quedó en el vago recuerdo, en la anécdota que rellena un hueco en la línea temporal en lo que acontece otro evento que lo sustituya. Me refiero a la conmemoración del centenario de nacimiento de Octavio Paz el pasado 31 de marzo, la cual despertó un intento -fallido, desde mi parecer- para reflexionar sobre tan icónica figura del México de la segunda mitad del siglo XX, uno de los tres únicos nacionales galardonado hasta el momento con el Premio Nobel (junto a Alfonso García Robles y Mario Molina), en su caso, de Literatura.
Desde la invitación de Jesús Silva-Herzog a leer a Paz contra Paz hasta el lapidario juicio de Rafael Lemus sobre la veneración de la faceta neoliberalista del escritor, pasando por la breve pero fulminante sentencia de Heriberto Yépez: «Paz era un ilusionista», o la apología de Adolfo Castañón sobre su espíritu revolucionario, los interesados en el tema pudimos disfrutar de un variado análisis sobre el legado que a 14 años de su muerte (por cumplirse el próximo 19 de abril) conservamos del escritor, ensayista y poeta nacido en Mixcoac. Pero, ¿y los no interesados? Pareciera como si este legado que menciono perteneciera sólo a cultos, instruidos en la materia, sagaces mentes privilegiadas que se separan del resto por su dedicación a la lectura.
Podría estar mirando la paja en el ojo ajeno sin advertir la viga que llevo en el mío, en lugar de examinar qué tanto me he vuelto transmisor de la herencia literaria dejada por Paz. A nivel personal dediqué un par de semanas a leer El laberinto de la soledad (no lo había hecho de manera completa), y me quedo con el muy rescatable ensayo sobre «La inteligencia mexicana», en el que ofrece una valoración de importantes pensadores y su aporte, quizás también menospreciado, a la constitución de una filosofía mexicana: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Leopoldo Zea y varios más, lo que me despierta la inevitable pregunta: ¿Quiénes figuran en el panorama de los pensadores mexicanos contemporáneos, aquellos que sus opiniones sacuden y confrontan? Un frío silencio recorre mi habitación sin encontrar con espontaneidad la respuesta.
Remato este conjunto de divagaciones pensando cuál será el siguiente centenario que aprovecharemos para mover un poco las aguas, mostrarnos férreos críticos de la obra del homenajeado en turno, el próximo fallecimiento que nos acerque a descubrir el acervo del neodifunto, sin dudar desde luego que ambos sucesos resulten excelentes instrumentos para la divulgación cultural; o por el contrario, asumimos nuestra responsabilidad y comenzamos a fomentar círculos de lectura, espacios en los cuales se revisen a conciencia los escritos del conglomerado de mexicanos que conforman la actual «inteligencia mexicana» y ejerzamos el hábito de no sólo consumir sino producir ensayos, poesía, novelas cortas, cuentos, reflexiones, crítica, teatro, arte… La invitación está sobre la mesa.