Omega: Nunca es tarde ni temprano para una buena revolución musical

El disco ‘Omega’ fue una idea original del músico flamenco Enrique Morente, versado en el cante jondo, en el cajón y la guitarra flamenca, pero con la fascinación ultramarina por la música de Leonard Cohen, el poeta y literato que un día emprendió un viaje sin retorno hacia la música.

Fotos: Especiales

Por Miguel Martín Felipe

 RegeneraciónMx, 30 de enero de 2022.- “Me condenaron a veinte años de hastío por intentar cambiar el sistema desde dentro…” Con estas palabras comienza la canción Manhattan, del disco Omega. Un disco que juntó piezas de mundos distintos para romper con todo y a la vez, cerrar un círculo mágico.

El disco Omega fue una idea original del músico flamenco Enrique Morente, versado en el cante jondo, en el cajón y la guitarra flamenca, pero con la fascinación ultramarina por la música de Leonard Cohen, el poeta y literato que un día emprendió un viaje sin retorno hacia la música (“Recuerda, yo vivía para la música…”). Enrique Morente se juntó con la agrupación Lagartija Nick en primigenias reuniones en las que puso a Antonio Arias, líder del grupo andaluz de punk-rock, a escuchar los primeros discos de Cohen, con los que quedó fascinado. Todo esto en el año 1994.

Durante tres años, el proyecto de Morente fue dejando de ser la nebulosa llena de energía que bullía sólo en su mente para pasar al estudio y concretarse en 1996, tomando forma como una obra que él mismo propuso a Leonard Cohen como regalo de cumpleaños 60, en curioso primer encuentro moderado por el escritor Alberto Manzano, traductor y amigo de Cohen, quien medió ante el hecho de que ni Morente hablaba inglés ni Cohen español. Aun así, la magia se intensificó. Morente se volcó al estudio con un proyecto concreto: trasladar al nuevo lenguaje del flamenco-rock la obra de Federico García Lorca, adoración de Leonard Cohen (en concreto los textos del compilado Poeta en Nueva York), y del propio cantautor canadiense, ahora amigo personal de Morente. Con Morente y Lagartija Nick colaboraron también otras figuras prominentes de la escena flamenca de entonces, como Tomatito, Isidro Muñoz o El paquete.

Así, con el cante jondo, la guitarra eléctrica, la batería estridente y enloquecidas evoluciones de guitarra española, se concreta Omega, con el nombre de la última letra griega, pero que, sin embargo, significó el inició de una leyenda en toda regla. En el disco tenemos joyas que no lo son únicamente a santo de sus letras, que ya son garantía, sino también de la conjunción de géneros musicales, que es poco menos que una alineación de planetas disímiles, de esas que se dan cada mil años.

La voz profunda de Morente y la armoniosa y etérea tonalidad de su hija Estrella en los coros, componen atmósferas irrepetibles como en Aleluya (Cohen), Manhattan (Cohen), Pequeño vals vienés (G. Lorca) o Adán (G. Lorca). Morente y los Lagartija construyen un mundo nuevo y le dan una identidad propia. La intensidad de las letras se ve arropada, y por algunos momentos rebasada (lo cual ya es bastante decir) por la potencia de la música; por la magia que se logró al encontrar cuatro piezas aparentemente incompatibles pero que al final resultaron estar diseñadas para encajar.

El poema Omega, de García Lorca, que da título al disco, también la pista inicial del mismo, es en sí una suite compleja y un tanto experimental, que en sus diez minutos de duración promulga la declaratoria de que no se admiten ortodoxias ni fundamentalismos, pues se está en el umbral de la transgresión.  Así lo hicieron ver las primeras críticas que destrozaron a Omega desde el seno del flamenco, y otras tantas desde el rock. Sin embargo, la reacción fue muy distinta dentro de las huestes cohenianas, pues el cantautor canadiense, melancólico trotamundos de pura cepa, nunca dejó de señalar a la obra de García Lorca y a los mágicos acordes de guitarra española de un temprano y joven maestro que lo desairó con su suicidio, como los dos remolinos que lo sumieron para siempre en el mar de la creación musical. De manera que, para quienes conocían a fondo la obra de Leonard Cohen, Omega significó una grata sorpresa, tal vez siempre esperada de manera inconsciente. La justificación resultó ser a la larga tan sólida que, finalmente, Omega salió adelante para lograr consolidar una historia de casi 20 años de presentaciones en vivo, trascendiendo incluso a la muerte del propio Enrique Morente (ocurrida en 2010), a través de sus hijos Soledad, Estrella y José Enrique.

Así es como se construyen las leyendas, como lo dice el mismo García Lorca en Vuelta de paseo: “tropezando con mi rostro distinto cada día”, descubriendo lo nuevo y lo maravilloso en lo disímil, desafiando a los puristas del flamenco, de la poesía, del rock

Omega nos muestra, a 26 años de su nacimiento, una forma de arte que pertenece al género de la aguja en el pajar. Puede que otros criterios más elevados que la sola intuición, el buen gusto musical y el bagaje cultural, hayan operado para consumar esta obra. Yo mismo no descarto estar justo en este camino gracias a fuerzas cósmicas que ponen todo en su lugar. También me declaro heterodoxo, igual que Cohen, Morente, Lorca, Manzano y Arias. Una omega que evoluciona en alfa por derecho propio.

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