#Opinión: Diario Roto

Aquí nadie quiere ser como su padre una vez que ha crecido. Acaso imitar alguna cualidad, chance repetir ciertas mañas, que de niña pueden parecer puntadas, no sé, pero nunca ser íntegramente como él. A mí jamás me pulsó la idea de imitarlo, ni siquiera igualarlo en sus triunfos, pocos debo confesar, pero que supo llevar con dignidad durante su vida entera. Tampoco estoy diciendo que me alegra su muerte, eso sería exagerar.

Fragmento recopilado de entrevista con Camila, mujer, 27 años.
Centro Femenil de Reinserción Social.

El escritor Mario Alberto Medrano comparte un fragmento de 'Diario Roto', un texto que narra el paso de una mujer por la cárcel y su vida después de ella.
Foto: Especial

RegeneraciónMx, 17 de marzo de 2022.- Aún no caía la noche. El parque frente al departamento de Néstor devolvía colores alegres a la lóbrega ventana desde donde él contemplaba. Niños con sus padres corrían tras el balón o penduleaban en el pasamanos. La media tarde se ocultaba entre las copas de los árboles para dar paso a una noche clara, de cielo abierto de estrellas.

Néstor no había hablado con Mirna desde que ella estaba en Cozumel. Sólo intercambiaban algunos mensajes, cortos, casi telegramas para dar seguimiento a su embarazo. “Todo en orden”, “ya no hay náuseas”, “hoy tuve reflujo. Nada grave”. Caminó por la casa, una y otra vez. Se sentó y abrió el archivo Diario roto. Comenzó a transcribir:

… Bueno, no es que desee hacer una autobiografía tóxica, me cae. Así se fueron dando las cosas. Por ejemplo, tú, ahora estás aquí, de frente a mí, y sabemos que hay una grabadora, y una vez que estés en tu casa, escucharás mi voz y, chance, podrás recordar alguno de mis gestos, incluso, si eres observador, y creo que lo eres, me cae, habrás notado mi tic. Mira, así, al chile, siento que yo me estoy viendo a mí, actuar; tengo la sensación de que en algún lugar hay un público mirándome, y en algún momento alguien saldrá, el director, supongo, a decir Corten, o aquí se acabó el segundo acto, basta de tanto sexo y muerte, y después vendrá uno tercero, así como pasaba en Hamlet, ah, chinga, te sorprende la referencia, que porque estoy aquí no puedo ser un tanto leída?, bueno, pues espero que sí eso sucede, si en algún pinche momento sale el director, o el público se pare a aplaudir, entonces la próxima escena culmine con un aria (ay, puto, te sorprendí de nuevo, ¿no?) (risas) donde yo cante algo alegre, como en musical o…

La pantalla de su teléfono se iluminó y apareció el nombre de Rolando. Néstor paró la grabación y respondió.

—Hola, Rolando. Estoy escuchando un audio de mi proyecto. Qué pasó, compadre, en qué te soy útil.
—No, sabes que el año sabático es para este proyecto, dile a Rubén que no puedo, aunque Mirna esté en Cozumel, no puedo ir.
—Si no, me quitan la beca, cabrón, y estoy esperando un hijo. Ya sé, me encanta ir de putas, pero no puedo.  
—Pues me mandó la calentura y las ganas, no hay de otra. Ni pedo. Ahí luego le seguimos, Rolando.

Néstor se sorprendió respondiendo una serie de preguntas con el mejor humor, uno que no se conocía desde hacía tiempo. Pronto regresó a la transcripción.

… una de esas películas gringas, como Vaselina. Te decía, no es que quiera hacer de autobiografía algo tóxico, pero así se fueron dando las cosas, pues, ¿me cachas?

El timbre del intercomunicador devolvió a Néstor a su departamento. Está abierto. Un joven gordo, evidentemente fatigado de subir al cuarto piso, tocó a su puerta. En una bolsa de estraza entregó el arroz y los fideos con carne, el refresco y la galleta de la fortuna. Pagó sin dar propina. Antes de cerrar por completo, escuchó el susurro “pinche codo”. “Pinche gordo”, dijo Néstor con toda la claridad y volumen que pudo. Estuvo mirando la comida por largo rato antes de probar bocado. Se puso los audífonos, esta vez sin transcribir:

…Caí en el tribilín bien morra. No por agresión, sino por robo. Nada de que asustarse, me cae. ¿Te cae? Me cae. Pues fueron unos pinches chuchulucos, nomás. Pero ya sabes, la banda me traía tirria o ganas, mejor dicho. No me había dejado coger por los chidos de la banda, un grupo de pinches culecos, todos rucos, pero bien pesados, eso así. Fue penal para menores, ahí estuve unos dos años. Conocí a Tere y a Sonia. Hicimos un trío…de resistencia, de aguante, entiendes.

Adentro es recio, cabrón. Así, de verte, seguro no aguantas la noche, te cagas. Aprendí a jalar duro. No me envicié, hasta eso, porque tan pendeja yo, me clavé con la Sonia y bueno, nos daban pláticas de familia y unión, entonces la quise salvar, lo que sea que sea eso. Ella aguantó poco en la calle. Cuando yo salí, ya estaba bien tiesa, se la truncaron. Ya afuera traté de reponerme, no andaba clavales con la piedra, pero sí me daban mis atasques de repente. Volví a casa de mi papá, quien ya se había juntado con una nalgas miadas, más chica que yo. Ya la vieras, toda cuca queriéndola hacer de mami, que no mamara. De él poco puedo decir, sino que traía el verbo bien puesto, sabía engatusar, era vividor, no más, no traía otro defecto. Oh, chinga, no me voy por la tangente ni me pongo emotiva, nomás te cuento. Pues volví a casa, entonces.

La morra esta se puso de mandilona, de mandona y de zopenca. Me quería mover. Imagínate, toda princesa ella, con sus uñitas coloreadas, con sus chapitas ruborizadas. Nomás un empujoncito le di, cuando venía el metro, una noche que salimos a chupar. No, ese día no me hizo nada, pero ya la traía entre ceja y oreja, entonces, cuando se acercó, se la aventé al metro. Me puse a chillar pa no generar rumores, era noche, no había nadie, y el güey del chofer no supo qué decir, todo pálido de ver la piel y órganos por el riel. Estuvo leve el remordimiento, me cae. ¿Te cae? Me cae. No le hice mucho daño a mi pa, que era el que importaba; al mes, ya traía otra, menos jodida, más calladita. Estuvo dos meses, cuando salió panzona la corrió. Quién le manda. Pero así iban y venían, en carrusel, como en feria y pasarela. Ya voy, en eso ando. Todo trae su camino. Todo drama nacional comienza con la familia o algo así decía mi jefe, que dizque citando a Hamlet. Quién sabe de dónde se sacaba esas jaladas.

Traía verbo, me cae. Bueno, pues el asunto fue que él y yo nos dimos un restirón por una morra. Yo traía unas querencias con el Tobías, pues me ponía nerviosa, y pensé que era amor, chale, no mames, dame un pinche mazapanazo por cursi. Pero me cae, era buen cuate el Tobi. Se lo royeron las ratas cuando andaba todo mono en la calle, pero quién chingamos se queda dormido en la Merced, en plena calle. Así era también de pendejo. El caso, para no hacerte el cuento largo, porque te veo aburrido, es que llevó a Sandy, una morrita que olía a virgen, me cae. Pues así olía, qué quieres que te diga. Si no sabe, no opine, cabrón, a poco sabe a qué huelen las vírgenes; ahí, está, chitón entonces. Pues yo anduve escarbando por hoyos femeninos cuando estuve en el reclu, pero pensé era el calor del encierro. Me gustan las ñongas, no por dar a antojar. ¿Alburcito? Oh, chinga. Bueno, pues con el Tobi armé el buen desmadre, la fiesta. Nos subíamos al camión a sacar varo a la de Dios padre; nos agarraron una vez, pero resultó que no eran perros de reserva. Ah, qué no sabes? Que eran compas.

Les dimos una corta y nos dejaron ir. Cambiamos de ruta y a seguir en el jale. El jefe se puso como celoso, acongojado, decía él, que porque su hija, que si los hombres. Vieras, el drama a lo pendejo. Culiado me salió el jefe. El Tobi agarró pedo y se fue, así calladito, como llegó, y él sí andaba volando conmigo y por mí, pero se quedó con ganas. Ni un pinche atascón nos dimos, me cae. ¿Te cae? Me cae. La Sandy andaba como roedor por la casa, hasta caminaba cerquita de las paredes, como ratón, para guiarse. Silenciosa, roía su comidita.

No, si no fue amor, sino pura pinche gana. Tenía la piel suavecita. No fue sino hasta que se fue el Tobi que le puse atención. Supuse que se iría pronto, como todas. Pero resistió más. No, mi pa no se encandilaba, pero la morra parecía ni existir, se esforzaba por no hacer ruido, que nadie notara que ahí estaba. Se chiveaba cuando el don le daba un beso frente a mí, pero desde que la vi bien, supe que se le hacía río el cauce cuando me veía. Era de las del reclu, la cabrona, pero comida calientita no faltaba en casa y ella también tenía que comer tres veces al día. ¿Me cachas o me regreso? Te veo medio apendejado ¿o ya te aburriste? Chale.

Néstor pausó la grabación. El teléfono cimbró con la llamada de Mirna. Néstor notó la hora. Sí, todo bien, no podía dormir, dijo la pausada voz de la mujer. Sin saber qué decir, durante unos segundos se prolongó el silencio en sendos espacios de la llamada. Néstor jugaba a sacarle punta a un lápiz. No voy a volver, Néstor, es imposible que estemos juntos, ¿para qué?, dijo a bote pronto Mirna, quebrando el silencio en dos. Néstor no pronunció palabra, mientras seguía pintando su dedo con el grafito del lápiz. Es lo que te quería decir, buenas noches.

… Íbamos pasando los días a piedra y lodo. Con el pedo de la pandemia tuvimos que guardarnos un rato. Mi papá sí salía al laburo, sólo al principio, cuando se comenzaron a morir los compas, decidió no ir más. Vivíamos de la limosna. Era como estar en el cuello de botella, hacinados, en la vecindad. Ahí, en el hervidero del encierro fue que brotó el ansia. El don se la pasaba en el piste, con los compas. No, cabrón, ¿quieres la historia social de la miseria o mi historia? Cuando veas un pobre o pordiosero, vas a ver a todos. Seguro entiendes. Pues así la pasaban los ñores, chupando el aguarrás, mientras las viejas se ponían a chismear o a cuidar a los morros. Sandy y yo éramos las únicas jóvenes, las más ganosas de libertad.

Sí, cubríamos las necesidades básicas, la ropa, la comida, el techo, ah, verdad cabrón, me salió lo marxista. Los únicos libros que tenía mi apá era Marx y Hamlet, por eso le sé, no creas que soy tan zonza. Ah, pues así, ahí, con la Sandy tuve mi curso intensivo de lesbianismo. Nos encerrábamos mientras el jefe se ponía penco. Ni nos costó, me cae. Ahora que lo pienso, esa pinche Sandy traía escuela, traía doctorado. Ni nos costó, te digo, unas risitas por aquí, otras carcajadas por allá, y de noche, cada una en su cobija, veíamos a la otra tocarse. Había tensión, como dices, órale, te la compro. Cuando nos bañábamos a jicarazos, junto con toda la bola de mujeres, nomás nos andábamos licando, las tetitas que recién se le notaban, la pielecita suave, suavecita, su carita de oriental, como de japonesa, ¿te suena? Así, bonita, finita ella. Apenas se le veía vello. Yo no estoy mal, pues, no era mucha vieja pa mí, como me dijo mi jefe cuando nos cachó, pero ahora que le preguntes a ella, que te diga qué opina. A mí me decía poco. Follábamos, pero hablábamos poco, como sucede el reclu.

Volvió a pausar. Se levantó rumbo al baño. Orinó un largo chorro. Regresó, miró el celular y marcó, por inercia, como si un resorte empujara su mano. Se sorprendió de recibir respuesta. En el fondo, deseaba que el timbre del teléfono sonara y sonara, sin receptor alguno. Se sorprendió al escuchar la voz de Mirna. Tienes razón y no tienes razón. No puedes volver, pero sí debo verlo. Al carajo la familia, al carajo la sangre, que se chingue, aunque no te quiero ni tú a mí. La respiración pausada de Mirna exasperó a Néstor. Di algo, carajo. No, nos veremos y no, tampoco va a nacer. No hay opción, no quiero que haya. Colgó. Néstor sintió alivio, se extendió sobre la silla y respiró largamente.

…. Todo desastre ocurre rápido. Cuando nos cacharon y cuando se murió mi jefe, en ambos momentos, sólo recuerdo postales. Me cae. ¿Te cae? Me cae. Al pá todo tilico, morado los labios, dentro del tubo ese de plástico donde ponían a los covidosos. No supe ni cuando llegaron por él ni a qué hora murió. Decidí dejar el cuerpo en la morgue, apilado entre otros muertos, para que lo quemaran. ¿Qué querías que hiciera con el cuerpo? Ah, vea, entonces no ande de organizador. El día que nos encontró el jefe, ni siquiera fue un agasajo el que no estábamos dando, fue un besito tierno. Ya me las olía, pinches tortillas. Sacó a empujones a Sandy. Es mucha vieja pa ti, me dijo, sin hacer grandes alharacas. No, qué me iba a doler que se fuera. Me cae, no escuchaste ni verga, hijo. Era como en el reclu, pues. Se fue, como se van otras. Me quedé, como ahora.  Entiendes. Dices que ya la localizaste, ¿no? ¿Sigue chinita? Oh, japonesa, es lo mismo, ¿que no? Ya sabes por qué estoy aquí, pero esa es otra historia, morro. Otro día te doy la exclusiva, ora quédate con ésta. ¿Alburcito?

¿Y tú, tienes hijos?