Un instante en la vida del maíz

Por René Sánchez Galindo

mineduc.edu.gt
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El maíz nativo o criollo -como le llaman en el campo-, es más grande que los grupos sociales que lo defienden. Esta planta, la más importante del mundo, y cuyo centro de origen se encuentra en el territorio de nuestro país, tiene más de ocho mil años de vida, lo que la convierte en un ser con 100 veces más experiencia que cualquier persona viva. 

Es fruto de la mezcla de dos procesos generadores: uno de millones de años de adaptación evolutiva natural que se expresa en el par silvestre llamado teocintle; y otro, de miles de años de intervención campesina, que selecciona, intercambia y combina semillas, es decir, que doméstica y diversifica. La diversificación es constante, es actual, se práctica en nuestros días. Por ello afirmamos que el maíz está vivo, no muere cuando se cosecha, sino que sigue con vida al diversificarse.

Es promiscuo, 20 machos pueden ser padres de una sola nueva planta. Por ello es muy diverso biológicamente hablando, puede cultivarse al nivel del mar, al igual que a más de tres mil metros de altura; con poca o mucha precipitación pluvial. Es por tanto, apto para enfrentar el cambio climático. La producción de un solo tipo de maíz transgénico en grandes extensiones de terreno, es un absurdo ecocida frente a las amenazas climáticas; en realidad la diversidad es el único antídoto.

Es un ser social, no solo por su promiscuidad, sino porque es el corazón de la milpa, sistema de policultivo precolombino y que subsiste hasta nuestros días. En la milpa, además de maíz, se siembra frijol, calabaza, chile y muchos otros, que hoy son la base de nuestra alimentación. Si este sistema se apoyara, nuestra nutrición sería óptima, puesto que el lastre en la materia, proviene de los alimentos industrializados. 

Tal vez, la milpa sea la explicación de por qué nuestro país es centro de origen de más de 100 especies de plantas. 

El maíz también forma parte fundamental del cuadro conceptual de las culturas mesoamericanas, como lo dijo Armando Bartra en el artículo «De Milpas y otras quimeras», que escribió para La Jornada en 2007, «(…) Nuestra diversidad maicera es raíz y sustento de nuestra diversidad étnica. Pero el maíz está amenazado no sólo por la insuficiencia de la producción y el acoso de las importaciones, sino también por la tendencia a transformar un cultivo campesino de milpa en una siembra intensiva empresarial (…)». 

La expresión cultural mesoamericana se manifiesta en forma palpable en la cocina mexicana. Solo con una raza de maíz nativo se puede preparar el pozole guerrerense; solo con una variedad se elaboran las tlayudas oaxaqueñas; y un larguísimo etcétera. De ahí que podemos afirmar, que si la cocina mexicana fue declarada patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO, los maíces nativos también lo son.

A ocho mil años de vida, enfrenta hoy una triple amenaza: (i) podría pasar de compartir existencia con la colectividad de todos los mexicanos, a ser propiedad privada de cinco empresas; (ii) podría perder su diversidad y con ello acabar con su forma de vida milenaria; y (iii) podría convertirse en amenaza a la salud de los mexicanos, que a diferencia del mundo lo comemos directamente. Todos estos riesgos se deben a la intromisión de transgénicos en su proceso de diversificación, o en otras palabras, a la posible autorización gubernamental de siembra de estos productos que desarrollaron las mismas empresas que fabrican armas químicas.

El maíz, insistimos, está vivo y es más grande que quienes lo defendemos. Por ello como equipo jurídico de la demanda colectiva contra los maíces transgénicos, somos solo un eslabón en la vida milenaria. Hasta ahora con el juicio de acción colectiva hemos logrado ocho meses de suspensión de la siembra de estas plantas que podían ser llamadas piratas. Ahí estamos cumpliendo con un pequeño momento de las decenas de centurias.

Nuestra generación goza del derecho de la diversidad biológica de los maíces nativos de origen ancestral; pero al mismo tiempo tiene la obligación de heredarlo a las generaciones futuras. Tal vez, la mejor forma de expresar este derecho, se plasmó en la sentencia del recurso de revisión 2/2014, del Quinto Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito, al resolver una de las múltiples impugnaciones contra nuestra demanda: «El derecho al medio ambiente sano es el derecho presente de las generaciones futuras». 

Así, la acción colectiva busca proteger no solo el derecho de los mexicanos actuales, sino el de los futuros. De ahí que uno de los argumentos centrales se base en la Convención de Diversidad Biológica que tutela las aspiraciones de las generaciones venideras.

La demanda del maíz abre una oportunidad para discutir en condiciones de igualdad jurídica, sobre la intromisión de los transgénicos en el campo mexicano. No podríamos debatir si estuviesen sembrándolos. Tampoco podríamos debatir con el gobierno que defiende a las empresas trasnacionales, fuera de un juicio con principios de equidad. Por ello la demanda es un llamado a decidir racional y equitativamente. Pero es también un instante decisivo en la larga vida del maíz.