Como muchos de sus hermanos de labranza, Rogelio es mixteco. Nació en 1956 en el pueblo de San Mateo Libres, en la Mixteca Baja, en el seno de una familia demasiado pobre. Su padre tocaba el violín y apenas tenía un solar para habitar, y un pequeño predio en la barranca, lleno de piedras, para sembrar. Ya desde antes las mejores tierras de la comunidad habían sido acaparadas por un pequeño grupo de caciques del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Rogelio aprendió a hablar español por su madre. Ella lo sabía, al igual que el mixteco, su lengua original. Alcanzó a cursar la primaria entre idas y venidas a Veracruz, la ciudad de México y su pueblo. En el Distrito Federal su padre era mariachi y músico ambulante, menospreciado por ser indígena. En su pueblo, tocaba en bautizos y bodas, jarabes, chilenas y valses.
A los 12 años, Méndez Palma comenzó a ganarse la vida como bolero en unos baños públicos en la ciudad de México. Luego, mintiendo sobre su verdadera edad, se hizo panadero y trabajó en una panificadora de Acoxpa. Allí conoció lo que son los derechos laborales y participó en su primera huelga.
Fue entonces cuando Rogelio migró a los campos agrícolas de Culiacán y Baja California. Lo contrataron de zorra, es decir, surtiendo agua a los jornaleros, y como chanatero, esto es, como responsable de espantar a los pájaros negros que atacan las cosechas y de cuidar los campos para evitar hurtos.
El verdadero objetivo de su peregrinación al noreste era llegar a Estados Unidos, para hacer billete. No iba solo. Lo acompañaban su hermano Sergio y sus primos. En su primer intento de cruzar la frontera lo abandonó la suerte. Luego la traspasó una y otra vez, hasta hacer del valle de San Joaquín uno de sus lugares usuales de vida y trabajo. Al otro ladose iba a la aventura, sin saber si regresaría con vida. Allí vivió en los cerros, en barrancos, a la orilla de arroyos, escondido de la migra, hasta que, años más tarde y muchas luchas después, en 1987, con la Ley Simpson Rodino, legalizó su situación migratoria.
Viajaba con dos mudas de ropa y un par de huaraches. Dormía donde lo agarraba la noche. En San Quintín, donde la lluvia es escasa, levantaba un pequeño jacal de zacate, con un techo de plásticos usados.
En 1976, en la finca de Becerra, estalló su primer paro. Un mayordomo, al que cariñosamente apodaban El Perro, prodigaba a los jornaleros maltratos y humillaciones por doquier. Nos traía en chinga
–resume Rogelio. Sabedor de sus derechos, con la experiencia de la huelga en la panadería a sus espaldas, organizó el movimiento en la secrecía del habla mixteca, incomprensible para el mayordomo. La protesta se coronó con un triunfo. El Perro dejó de gruñir.
Rogelio y su hermano se involucraron activamente en la lucha del Comité Cívico Popular (CCP) de San Miguel Tlacotepec, fundado en el Distrito Federal en 1981. Integrado por migrantes mixtecos que trabajaban en la construcción del Metro y promovían la instalación de una escuela secundaria técnica en su pueblo, se movilizaron contra el desvío de recursos por autoridades municipales priístas en San Miguel Tlacotepec. En 1982 lograron destituir a los caciques del PRI en una asamblea organizada según sus usos y costumbres.
Las represalias no se hicieron esperar. Varios de sus compañeros fueron baleados y amenazados de muerte. Los organizadores tuvieron que salir de sus comunidades hacia el Distrito Federal y los campos agrícolas de Culiacán. Años más tarde se volvieron a encontrar en San Quintín, en el sur de San Diego y en Fresno, California.
La CCP, que después se transformó en el Comité Cívico Popular Mixteco, fue uno de los pilares en la formación en octubre de 1994 del Frente Indígena Oaxaqueño Binacional (FIOB). Rogelio es ahora el coordinador de sus siete comités en Baja California. No recibe un peso por ello.
Jornaleando en San Quintín, Méndez Palma estuvo a punto de morir por la contaminación de los agroquímicos. Apenas pudo llegar a su pueblo para sanar. Muchos otros trabajadores agrícolas no corren con su suerte. Envenenados por la fumigación, sin servicios médicos, maltratados por ser indígenas, fuera de su entorno natural, fallecen. Sus compañeros organizan colectas para mandar sus restos a sus comunidades.
También en San Quintín, Rogelio trabajó extenuantes jornadas de más de 10 horas, dentro de invernaderos, a temperaturas infernales, por salarios miserables. Ya se sabe. Los empresarios ganan en dólares, pero pagan a sus jornaleros en pesos. No dan vacaciones y esquilman el reparto de utilidades. En los campos, los trabajadores no pueden llevarse ni un fruto. Son revisados al entrar y al salir de la jornada. Deben entregar sus celulares. Se les cuenta el tiempo que van al baño.
Para enfrentar esa explotación, Rogelio participó en distintas luchas regionales. Lamentó en 1987 el asesinato de Maclovio Rojas Márquez, dirigente de la Cioac, sentenciado a muerte por los patrones. Simpatizó con la explosión de 1995, cuando, sin dirección visible, hartos de un trato indigno, los jornaleros quemaron patrullas y una bodega. Ocupó tierras y buscó vivienda digna para los nuevos pobladores. Sufrió con el proceso de corrupción y cooptación de algunos líderes de la Cioac.
Desde 2014, el FIOB emplazó al gobierno estatal a resolver las demandas de los jornaleros y a cumplir con los compromisos pactados entre los gobiernos de Oaxaca y Baja California. En la organización del paro del pasado 17 de marzo se hermanó con la alianza y volcó con todo a apoyarlo. Rogelio comenzó a sufrir amenazas.
A pesar de ello, Rogelio Méndez Palma no da un paso atrás. “Llevamos años siendo perseguidos, pero no podemos esperar más –advierte–. Ya somos tres generaciones de indígenas, de jornaleros agrícolas, de migrantes, que sufren una explotación infernal. No podemos permitir que también lo hagan con nuestros nietos.”
Twitter: @lhan55