Yann Cézard*
El avance repentino del “Estado Islámico” (EI) en Irak y Siria y la barbarie increíble de este ejército integrista ha hundido al mundo en la estupefacción. Sin embargo reponerse esa sorpresa que, a menudo, lleva a sumarse de forma apresurada a nuevas expediciones militares del imperialismo occidental o a la creencia racista y neocolonial de un “choque de civilizaciones”, de una barbarie que está en la esencia del complicado Oriente…
Por tanto es urgente recordar lo que ha sido hasta ahora la historia de Irak que es donde ha nacido el EI. Una historia tejida tanto por las fuerzas reaccionarias de la región como las repetidas intervenciones de las grandes potencias. Del EI se podría decir lo que Pierre-Jean Luizard escribió en 2003 a propósito de Saddam Hussein: “No es ni un extraterrestre ni el diablo. Es el producto de una sociedad y de una historia”.
1920: la creación
Irak fue creado por los británicos en 1920. Al término de la Primera Guerra mundial, franceses e ingleses se repartieron los despojos del imperio otomano. Los ingleses fusionaron las tres provincias de Mesopotamia en el reino de Irak que ofrecieron al emir Faysal. Para establecer su dominación, tuvieron que aplastar a sangre y fuego la insurrección armada anticolonial dirigida por dignatarios chiitas y una revuelta kurda. Millones de kurdos (separados de los de Siria, Irán y Turquía) y árabes chiitas reprimidos fueron encerrados junto a los árabes sunitas en fronteras artificiales (actualmente, la población iraquí está compuesta de alrededor de 54% de árabes chiitas, 22% de árabes sunitas y 23% de kurdos, así como algunas minorías, por ejemplo la cristiana). Este Estado colonial, colocado bajo el dominio de oficiales salidos de las grandes familias sunitas del país, era un verdadero “estado anglo-sunita”. El gobierno inglés, controlando bases militares y petróleo, usaba así una vieja argucia imperial: dividir para reinar. Parcialmente delegó la gestión de su protectorado a los jefes de una comunidad minoritaria, dependiente de su protección para mantener sus privilegios.
La proclamación de la independencia en 1932 no cambió gran cosa. Hubo que esperar a 1958 para que un golpe de Estado militar derrocara la monarquía. El nuevo régimen lanzó algunas reformas “progresistas” y se sacudió la tutela inglesa. Pero en realidad Irak no dejó de ser un Estado anglo-sunita más que para convertirse en un Estado (árabe) sunita sin más, al servicio de las camarillas dirigentes de esa comunidad.
1968: el triunfo del Baas y del petróleo
En julio de 1968, el partido nacionalista árabe Baas, del que Saddam Hussein se iba a convertir en su “hombre fuerte”, tomó el poder y liquidó poco a poco a todos sus opositores. Para conquistar su legitimidad, en 1972 nacionalizó la Irak Petroleum Company y para oponerse a los ingleses y los americanos, buscó el apoyo de la URSS. En esa época florecieron los discursos sobre el “socialismo”. El aumento de los recursos petroleros ¡de 575 millones de dólares en 1972 a 5,7 millardos en 1974!) permitió al régimen construir palacios, pero también escuelas y hospitales. El Baas permitió también elevar de forma real del estatus de la mujer en la sociedad. Sin embargo, la dictadura no se ablandaba. La renta petrolera sirvió para la constitución de un aparato militar impresionante que, a finales de los años 1970, sirvió para masacrar, incluso “arabizar” ciudades enteras y expropiar a miles de campesinos kurdos. Decenas de dignatarios religiosos chiitas fueron encarcelados y ejecutados.
Es con este rasero con el que hay que juzgar la famosa “laicidad” del régimen baasista iraquí, “uno de los más ilustrados del mundo árabe” según cierta mitología, muy francesa, que por extraña coincidencia, data de cuando se produjo el enorme aumento de los contratos de construcción y militares de la industria francesa con “nuestro amigo Saddam”. El “laicismo” en cuestión consistía en modernizar el derecho y mejorar la condición femenina. Pero en ningún caso se trataba de una separación del Estado y de la religión: muy al contrario: más bien de una estatalización de la religión dominante y un control brutal de las instituciones religiosas, sobre todo la del clero chiita.
1980: Guerra del Golfo I
En 1979 se produjo el derrocamiento del Sha de Irán. Temiendo una desestabilización de su propio poder por una revuelta chiita que habría sido apoyada por el nuevo régimen islamista iraní, Saddam Hussein atacó Irán en septiembre de 1980. Esta guerra de ocho años provocó un millón de muertos y arruinó los dos países. La política de las potencias occidentales fue de un increíble cinismo. A la vez que apoyaban fundamentalmente a Saddam Hussein, “la mejor muralla contra el islamismo”, entregaron armas a los dos países, para ganar dinero pero también para que las dos potencias regionales se debilitaran recíprocamente. Cuando Saddam Hussein utilizó los gases contra los iraníes y, mas tarde, para exterminar la localidad kurda iraquí de Halabja en marzo de 1988 (5 000 muertos), lo hizo con total impunidad…
1991: Guerra del Golfo II
Al término de la guerra, Irak estaba arruinado. Saddam Hussein hizo entonces la arriesgada apuesta de invadir Kuwait. Pero su lógica regional de dictador megalómano se enfrentó a la lógica mundial de los verdaderos dueños del planeta. Bush padre se aprovechó de la ocasión para hacer una demostración militar y política que se suponía iba a inaugurar el “nuevo orden mundial”. En febrero de 1991, el ejército iraquí fue aplastado por un mes de bombardeos masivos (entre 50 y 100 000 muertos iraquíes, contra…466 del lado de la coalición), que devastaron igualmente las infraestructuras económicas del país, materializando la amenaza del Secretario de Estado James Baker: “Nuestras fuerzas actuarán de tal forma que Irak volverá a la era preindustrial”.
Luego, las tropas de la coalición entraron en Kuwait y en Irak. El régimen parecía a punto de hundirse. Esta perspectiva llevó a las poblaciones kurdas del norte, y las chiitas del sur, a levantarse contra la dictadura, tanto más en la medida que el gobierno americano les había prometido su apoyo. Promesa inmediatamente traicionada. Temiendo la explosión de Irak, una independencia de los kurdos y una alianza de los chiitas con Irán, dejaron a los aviones y tanques de Saddam Hussein aplastar la revuelta y masacrar a decenas de miles de kurdos y chiitas.
Cerca de dos millones de aterrorizados kurdos huyeron a Turquía. Para estabilizar la situación, los occidentales pusieron en marcha una “zona de seguridad” en el norte de Irak que permitiera la vuelta de los refugiados (y, a la vez, satisficiera a Turquía) lo que permitió a las organizaciones kurdas tomar el control de esta región. Así, nacieron dos regiones autónomas kurdas rivales, dirigidas por el PDK y la UPK, cuya relación con Washington era la misma: lealtad hacia el protector americano y negativa de cualquier ayuda al PKK, partido nacionalista kurdo de Turquía.
El pueblo iraquí, por su parte, iba a continuar sufriendo un doble martirio: la dictadura del Baas, y un embargo criminal que, durante doce años, hizo morir quizá a 500 000 niños y puso a la población de rodillas. Pero no al régimen. Éste, cada vez más reducido a sus órganos de seguridad y su clientela directa, se hizo aún más terrorista para sobrevivir.
2003: Guerra del Golfo III
En 2001, la administración Bush junior intentó reaccionar ante el trágico atentado del 11 de septiembre aprovechándose del particular ambiente político creado en los Estados Unidos para lanzarse a una nueva expedición imperial. No solo pretendía destruir los regímenes de los talibanes y luego el de Saddam Hussein; ambicionaba forjar un nuevo “Gran Medio Oriente”. Dicho de otra forma, realinear a todos los Estados de la región con la política americana, incluso si para ello había que poner patas arriba las dictaduras existentes.
Dado que la desproporción de las fuerzas era flagrante y el régimen de Saddam Hussein no sólo se tenía en pie a base de terror, la “batalla de Irak” se ganó rápidamente. El 20 de marzo de 2003, los primeros misiles americanos de la operación “Libertad para Irak” llovían sobre Bagdad. Un mes después, el régimen caía. En mayo, George Bush Jr. proclamaba “Misión cumplida”. En realidad, la guerra de Irak no hacía sino comenzar.
El Estado soñado por los americanos
Evidentemente, los dirigentes del imperialismo americano deseaban construir un nuevo Estado iraquí que les estuviera fiel. Pero, ¿de qué tipo? ¿Un Estado fuerte y centralizado, nuevo “gendarme de la región”?, o ¿un gran Líbano, fragmentado en oposiciones comunitarias, con camarillas que compitieran por disputarse los favores del tutor americano? Sin duda contemplaban mantener un Irak unificado y dividido a la vez, pensando que reinarían enfrentando a unos contra otros en una especie de “inestabilidad constructiva”, término de moda en aquella época en Washington… En lo que se refiere a “inestabilidad”, iban a tener más que de sobra.
Muy rápidamente tuvieron que hacer frente a la voluntad de los iraquíes que nos les querían en Irak. De todo modos, hay que decir que de entrada los americanos se desacreditaron ellos mismos ante la población por su incapacidad de garantizar su seguridad. Ni siquiera impidieron el saqueo de los ministerios y del Museo Nacional de Bagdad, ni supieron responder a las necesidades más urgentes de la población en cuestiones como la electricidad y el agua corriente.
Pero, fundamentalmente, abrieron una verdadera caja de Pandora. En lugar de reciclar el viejo y experimentado aparato de la dictadura, sus cuadros corruptos y torturadores (lo que hubiera sido más “clásico”…), la Administración Bush prefirió hacer tabla rasa, disolver el ejército y las fuerzas de seguridad y licenciar a los oficiales. En julio de 2003 instaló un “gobierno transitorio” fantoche que reunía un amplio espectro de las fuerzas de oposición al régimen: desde los partidos kurdos a los partidos religiosos chiitas, pasando por el Partido Comunista iraquí, partidos laicos y de antiguos exiliados sin otra base social que la CIA.
La resistencia y el caos
Este falso paso del poder “a los iraquíes” fue un fracaso completo. La resistencia armada a la ocupación americano tomó vuelo, y fue impulsada tanto por los partidos religiosos chiitas (como el del joven dignatario religioso Moqtada Al Sadr) como por una coalición heteróclita que englobaba a sunitas, antiguos oficiales del Baas, islamistas, nacionalistas e incluso de “voluntarios extranjeros” yihadistas.
En la primavera de 2004, el ejército americano tuvo que combatir dos insurrecciones simultáneas, sunita en Faluya y chiita en Nadjaf. Por desgracia, todas estas fuerzas combinaron la resistencia a la ocupación americana con la voluntad de combatir a las otras comunidades. Los mismos que hacían volar los blindados americanos atacaban lugares de culto chiitas (como Zarqaui), o alternaban rebelión armada contra las tropas de ocupación y negociación con éstas para arrogarse una fracción de poder local (como Moqtada Al Sadr).
La situación escapó a todo control. El régimen del Baas había acumulado fuerzas explosivas considerables. Expropiaciones, privilegios, discriminaciones, clientelismo, captación de la renta petrolera: el Irak del Baas solo estaba unificado por el terror. Así pues, la hora de la “liberación” fue, también, la de la revancha para los excluidos del régimen. Esto no significa que la gente haya saltado espontáneamente al cuello de los demás. La inmensa mayoría de los iraquíes soñaban con encontrar, al fin, la paz y ver la reconstrucción de su país. Pero las diferentes facciones políticas tenían prisa por dominar su barrio, su ciudad, su región y apañarse para lograr el mejor acceso al poder central y a la renta petrolera. Mientras que en el norte los partidos kurdos consolidaban su casi-estado independiente, fruto de una larga marcha hacia la libertad para esta población tanto tiempo oprimida, en el resto del país las facciones se hundieron en el vacío dejado por la volatilización del aparato de estado baasista. Para asentar su poder en una base étnica y confesional, llevaron a cabo una política de terror e incluso de purificación étnica, y multiplicaron las exacciones y pillajes.
En esta combinación de guerra de ocupación americana y de guerra civil, perecieron centenares de miles de iraquíes. Cinco millones de personas (¡de una población de 25 millones!) fueron “desplazadas”. La economía no se ha vuelto a recuperar. La irrupción violenta de las milicias religiosas en la vida cotidiana, y a todos los niveles del Estado, ha acabado por destruir los derechos de las mujeres. Tal es el balance de las intervenciones del imperialismo: Irak ha dado un salto hacia atrás de medio siglo en todos los terrenos.
Los zigzags de la política americana
Hundidos en el pantano iraquí, los dirigentes americanos tuvieron que resignarse a mantener allí un inmenso ejército (150 000 soldados todavía en 2007) sabiendo pertinentemente que les era preciso, sobre todo, encontrar una puerta de salida honorable.
El gobierno americano no quería verdaderas elecciones. A la voluntad de no dejar al pueblo iraquí decidir sobre su destino, se unía el temor de entregar de facto lo esencial del poder del Estado a los partidos religiosos chiitas (algunos muy ligados a Irán). Pero en 2004, el más influyente de los dirigentes chiitas, el ayatolá Sistani, sacó a la calle a millones de iraquíes chiitas para exigir esas elecciones. El ocupante tuvo que ceder y dejar organizarlas en enero de 2005. Hubo un 60% de participación, pero una abstención casi total de la población árabe sunita.
La Alianza Unida Iraquí de Sistani obtuvo el 48% de los votos, más de la mitad de los diputados. La lista nacional kurda el 25% de los votos. Estos resultados anunciaban el fracaso de un Estado iraquí “unificado”. Las instituciones pasaron bajo el control de una coalición de partidos chiitas y kurdos, “dirigida” por un primer ministro, Nuri al-Maliki, proveniente del partido religioso chiita Da´wa. La negociación de estos partidos con el gobierno americano dio a luz una constitución hipócrita y bastarda. Garantizaba un Estado iraquí a la vez federal y unificado pero consagraba su confiscación por partidos de base puramente comunitaria. Reconocía la autonomía del Kurdistán pero no solucionaba los contenciosos sobre el reparto de los ingresos petroleros y el control de las ciudades en disputa de Mosul y Kirkuk. Hizo del petróleo el recurso nacional de todos los iraquíes, pero ¿quién lo controlaba? Hay que tener en cuenta que la economía sigue siendo hiperdependiente del petróleo (65% del PIB, 90% de los ingresos del estado).
En el Irak de después de 2003, los árabes sunitas caen en picado, pues son extremadamente marginados política y económicamente y, además, viven precisamente donde el petróleo… es menos abundante. ¿Cómo pensar entonces en la estabilidad? La coalición de milicias locales y tribales, de yihadistas y de antiguos oficiales del ejército iraquí adquirió más fuerza. Los americanos golpearon fuerte para romperla, aplastando por ejemplo Faluya bajo las bombas. Luego, incapaces de restablecer el orden, en 2006 cambiaron de política. Emprendieron la “pacificación” de las provincias árabes sunitas comprando a los jefes de tribu y autorizando y armando milicias sunitas para que se volvieran contra Al Qaeda a cambio de millones de dólares y de la promesa de un poder político más repartido para un futuro. La alianza de hecho entre notables sunitas y yihadistas se rompió entonces, la base de apoyo de éstos se “secó” y esta corriente sufrió enormes pérdidas, hasta el punto de parecer “residual”…
2011: la salida fracasada de los americanos
Respaldado por esta aparente estabilización, Obama creyó, en diciembre de 2011, poder realizar al fin su promesa electoral de hacer volver los soldados a casa tras ocho años de guerra. Se alegró entonces de que las tropas americanas pudieran dejar detrás de ellas ¡“un estado soberano, democrático y estable”!
Evidentemente, nada estaba arreglado. En este Irak subdesarrollado, Nuri al-Maliki y los dirigentes chiitas quisieron reforzar el control sobre su propia comunidad (y la mayoría electoral del país) asegurándole que sería claramente privilegiada. Se desmintieron sin escrúpulos de las promesas hechas a los árabes sunitas, decidieron disolver sus milicias y dejaron que ejército iraquí, mayoritariamente chiita, se comportase como una verdadera fuerza de ocupación en las ciudades del centro y del norte.
Sin embargo la primavera revolucionaria árabe, a su manera, hizo también irrupción en Irak. En 2012 y 2013, en las ciudades sunitas, la población se movilizó masivamente contra su marginación. Las manifestaciones fueron duramente reprimidas, el ejército realizó masacres, se torturó y asesinó a la gente. Este muro total opuesto a la revuelta fue confirmado por las elecciones del 30 de abril de 2014, las primeras después de la retirada de las fuerzas americanas, que han llevado a la confirmación del detestado al-Maliki.
Es esta desesperación, con toda evidencia, la que ha dado su oportunidad al EI
2014: el surgimiento del EI
Los restos de la corriente yihadista habían logrado sobrevivir a sus derrotas. Se reorganizaron en una sangrienta recomposición que de la que emergió el núcleo dirigente del futuro “Estado Islámico”. Consiguieron un poder financiero y militar participando en la guerra civil en Siria a partir de 2011. Frente a la violencia insensata de la dictadura de Assad, que ha masacrado a 200 000 personas en tres años, teniendo a favor también los cálculos de esa misma dictadura, que intentó que crecieran en el seno de la rebelión las fuerzas integristas para mejor marginarla y destruirla, estos yihadistas han logrado constituir una ejército de decenas de miles de hombres. Con un proyecto político que puede “hablar” a los árabes sunitas de toda la región, marginados y masacrados a los dos lados de la frontera, El “Estado Islámico en Irak y Levante” ha podido encontrar combatientes en una población desesperada. Los notables sunitas han vuelto a encontrar interesante reanudar una alianza con el grupo yihadista.
Se conoce la continuación: la ofensiva del EI en enero de 2014, la toma de Faluya y luego, el 10 de junio, de Mosul. Ha podido tomar esas ciudades tanto más fácilmente en la medida en que ha encontrado el apoyo de una parte de la población y ha delegado también, según parece, una parte de la gestión de esas ciudades en los notables locales. Y, de todos modos, ahora la población, bajo el reino de este nuevo terror, no tiene otra opción. En fin, el ejército iraquí ha entrado literalmente en desbandada. Los oficiales corruptos han huido. Los soldados, mayoritariamente chiítas, también, porque no tienen ninguna razón para arriesgar la piel en territorios que les son hostiles a cambio de un sueldo miserable. ¡Todo un símbolo de la podredumbre de ese Estado que surgió de la guerra americana de 2003!
Buen equipamiento, un tesoro de guerra, apoyos financieros exteriores, miles de desesperados -y de iluminados medio bandidos- dispuestos a unírseles y, sobre todo, adversarios a cual más infame y además divididos: el EI tiene quizás, para desgracia de los pueblos de la región, buenos días por delante.
Obligados a intervenir militarmente, sin entusiasmo, sin verdadero proyecto ni solución inmediata ni duradera, los dirigentes americanos (y sus asociados como Hollande) que al principio hablaban de una operación de tres meses, ahora empiezan a hablar de tres años. Pero también podrían ser treinta.
L´Anticapitaliste n. 59, noviembre 2014.
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Foto: wikipedia