Sus detractores lo acusan de tirano frustrado. En su natal Tabasco se le atribuye una bondad infinita. Andrés Manuel López Obrador enfrenta en su tierra amor y odio, como sucede en el resto del país. Lo cierto es que el largo camino que emprendió desde los pantanos tabasqueños y la obstinación de toda su vida lo mantienen como favorito en las elecciones presidenciales
Texto: José Ignacio De Alba
Fotografías: Duilio Rodríguez
Información de Periodistas de a Pie
¿Por qué fue importante lo que hizo aquí Andrés Manuel? Severino Córdova se quita los anteojos y retira la vista de los documentos que estaba revisando antes de responder: “Porque ya no andamos como los gatos, escondiéndonos. Ya sabemos defender nuestros derechos. Ahora, yo donde me paro, voy a lo que voy”, dice el chontal de venas resaltadas en el pellejo curtido y una indiscutible nariz maya.
Severino está en la terraza de su casa, a la orilla del camino de Guatacalca a Olcuatitán, en el municipio de Nacajuca. Hace 22 años, cuando “estaba chamaco” participó en una de las batallas más recordadas en Tabasco: el plantón de 40 días para detener la entrada y salida de camiones del Pozo C de Petróleos Mexicanos, un movimiento de defensa de los pueblos chontales liderado por el actual candidato a la presidencia del país.
Ahí estuvo Severino, en el puente que está a un par de kilómetros de su casa, el día que los policías arremetieron a palazos contra los indios, mujeres y niños incluidos, y que descalabraron a Andrés Manuel López Obrador.
— ¿Ha cambiado López Obrador?
— Pues yo creo que sí… conforme ha caminado — dice lacónico, con la vista de nuevo en los papeles.
— ¿Por qué cree que hay gente que le tiene miedo?
— Porque muchos están acostumbrados a tener buen privilegio y no es tan fácil, por ejemplo, si yo estoy acostumbrado a comer caldo de pavo, mañana no voy a querer comer frijolitos. Pues claro que ellos no quieren perder esos privilegios — dice el hombre sin cambiar de tono, antes de que su esposa María inicie una larga lista de quejas porque su marido pasa demasiado tiempo en la política.
No hay lugar donde el candidato puntero en las encuestas tenga más seguidores que en las comunidades mayas chontales de Tabasco, ubicadas en la zona centro-norte del estado. Aquí el lijejniado abre y cierra todas las puertas. Su labor en esta región indígena es recordada y reproducida en anécdotas hasta por tres generaciones. Aquí, entre humedales y popaleríos (pantanos) López Obrador forjó su carácter político y sentó una de sus bases más fieles.
En la casa de Elena Rodríguez, en Isla de Guadalupe, por ejemplo, el retrato del candidato descalabrado cuelga desde hace más de 20 años en el comedor. La pared está reservada para las fotos de las quinceañeras de la familia, los casados, graduados, los santos y el político tabasqueño.
No son pocos en esta zona los que tienen fotos del líder en altares. Tampoco es extraño que al preguntar por Andrés Manuel la gente se aglomere y pregunte: “¿Pero va a hablar bien del lijenjiado?”.
La amenaza del stablishment
Ningún político en la historia reciente de México ha hecho tanta política en la calle como López Obrador; en los últimos 30 años ha encabezado plantones, campamentos, mítines, marchas, campañas y hasta una “presidencia legitima”. Es un político que sabe movilizar masas.
Es 12 de mayo de 2018. En Guelatao, Oaxaca, lugar de nacimiento de Benito Juárez — el “mejor presidente de México” según López Obrador — el candidato presidencial es recibido por las huestes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, un brazo disidente del sindicato oficial (SNTE). Lo coronan con flores, le regalan un retrato de él, le hablan en zapoteco. El hombre de 64 años aguanta con estoicismo la lluvia y cuando pasa, presenta su plan educativo. Anuncia que va a echar para atrás la reforma educativa, porque “nunca se había humillado tanto a los maestros”, y arenga: “¿Qué van a saber esos fifís, corruptos, de lo que es ser maestro aquí?”
La tierra donde nació el Benemérito de las Américas es una sierra alta y fría, con helechos gigantes. Al candidato lo flanquean la cantante Susana Harp, candidata al senado por Morena, y Esteban Moctezuma Barragán, quien fue secretario de Gobernación con el expresidente Ernesto Zedillo y quien, en 1995, tuvo que renunciar tras una fallida negociación del conflicto post electoral en Tabasco. Pero ahora son tiempos de reconciliaciones y López Obrador anuncia que Moctezuma Barragán será su secretario de educación.
Irma Pinedo, maestra universitaria y poeta zapoteca del istmo oaxaqueño, es la encargada de leer el decálogo de propuestas de la CNTE. Al final del evento, le pregunto por qué le cree al tabasqueño. “Toda mi vida he crecido en un sistema que ha sido opresivo, que ha sido violento, mi papá es desaparecido político, porque llegaron los militares y se lo llevaron, él era dirigente campesino. Este sistema, en el que vivimos actualmente, me enseñó que luchar por cambiar las cosas en este país, que luchar por tener una vida más digna te lleva a que seas víctima, a que seas violentado, a que te desaparezcan a que te maten”, dice.
— ¿Cómo va a haber una transformación en el país si son los políticos de siempre?
— A veces tenemos que hablar con esta gente que él trae, pero ya no va a ser una imposición lo que se haga en materia educativa. Ningún partido nos ha convocado para preguntarnos cuáles son nuestras necesidades, cuáles son nuestras propuestas; sólo Andrés Manuel… y mira que tengo 44 años.
— Hay gente que piensa que es un peligro para México
— Porque es diferente y todo lo que es diferente es un peligro, porque cuando alguien es diferente amenaza al stablishment.
Locamente tropical
La estatua de Andrés Manuel López Obrador dividió al pueblo. El conflicto empezó cuando los devotos del político quisieron poner el busto llamado “El rostro de la esperanza” en el jardín central, pero los priístas del lugar amenazaron con tirarlo si la ponían en un lugar tan importante. Al final los fieles se llevaron el monumento a una banqueta, junto a la casona donde vivieron los abuelos del tepetiteco más famoso.
A fin de cuentas, como dijo el poeta Carlos Pellicer, Tabasco es “bárbaramente fértil y locamente tropical”.
Villa Tepetitán es un pueblito junto a un río homónimo que alguna vez tuvo gran variedad de peces. La mayoría de los mil 500 habitantes de este pueblo vive en la marginación. El alcoholismo parece ser un problema serio, tomando en cuenta que llegamos en lunes y las pangas están en tierra y los pescadores con sus pantalones arremangados en la cantina. Pareciera que nada los sacará de su borrachera, excepto si un extraño empieza a indagar sobre el candidato presidencial. Entonces, los borrachos salen del bebedero “El chinchorro” a la calle para contar entre hipos curiosas anécdotas sobre el paisanito que creció en este poblado del municipio de Macuspana.
La historia es más o menos conocida: su abuelo, José Obrador, fue un migrante español que se volvió el tendero del pueblo. El hacendoso santanderino era el hombre más pudiente del lugar. A falta de médico, cuentan aquí, José Obrador curaba a los pobladores con sus infusiones de las enfermedades que incuba el trópico.
En este mismo lugar, su madre, Manuela Obrador, atendió la tienda “La Revoltosa”, hasta que un trabajador petrolero que buscaba chapopote en las planicies tabasqueñas la cortejó. Manuela y Andrés López se casaron en 1952 y el 13 de noviembre de 1953 tuvieron al primero de siete hijos: Andrés Manuel. Luego pusieron su propia tienda, “La Posadita”.
Como en muchos lugares de Tabasco el transporte más rápido para llegar a este poblado era por medio de cayucos (canoas) que traían las mercancías a los pueblos ribereños. En esos días, Tepetitán estaba dividido entre los que tenían radio y los que no. La familia López Obrador era de las afortunadas que podía sintonizar en su casa los partidos de béisbol.
Porque aquí el bateo es cosa seria, tan seria como hablar de Andrés Manuel. Los niños de Villa Tepetitán juegan béisbol en el campo de tierra “José Obrador”, llamado así porque fue una donación del abuelo a la comunidad.
Soledad López Paz, amiga de la infancia del candidato, dice que los niños de entonces “crecieron en el río”.
Aunque ya hay carreteras que comunican a Tepetitán, las cosas no van bien en el pueblo, al que el hijo pródigo poco ha vuelto: “Este es un pueblo fantasma, ya no hay trabajo. Los jóvenes tienen que salir para conseguir empleo. Cada día se ha puesto más pior”.
— ¿Por qué cree que Andrés sobresalió?
— Porque es una persona muy buena — insiste la mujer, que atiende la entrevista mientras despacha en una pequeña papelería.
Andrés Manuel fue el primero de su familia en salirse de Tepetitán: se fue a vivir con una tía a la cabecera municipal para estudiar la secundaria, donde se hizo fama de justiciero. Los domingos acompañaba las liturgias como acólito en la iglesia católica de San Isidro Labrador.
Después, la familia entera emigró a Villahermosa, la capital del estado, en busca de mejores oportunidades. En Tepetitán se quedó la casa mayor del abuelo José y en Macuspana la virgen que regaló mamá Manuela al poblado de Limbano Bladín.
Los camellones chontales
Carlos Pellicer Cámara, “el poeta de América” y quizá el más eminente de todos los tabasqueños, fue el mentor político del actual candidato por la coalición Juntos Haremos Historia, integrada por los partidos Morena, del Trabajo y Encuentro Social.
Pellicer era un interesado en la conservación de la cultura Olmeca, alguna vez aseguró que sería “el senador de los chontales,” y tomó tan en serio su encomienda que anunció la venta de una serie de cuadros del paisajista José María Velasco que tenía en su casa para crear un fondo y ayudar a los indígenas.
López Obrador se sumó a su campaña al senado a los 24 años, recién egresado de la carrera de Ciencias Políticas. Tras la muerte de Pellicer, en 1977, fue nombrado coordinador del Instituto Nacional Indígena en Tabasco, cargo que ocupó durante cinco años. Corrían los años de administrar las riquezas en el sexenio de José López Portillo. El joven funcionario pudo ser un burócrata más, pero optó por hacer política en las calles y se fue a vivir con los chontales.
En Centla, Macuspana, Nacajuca y Villahermosa, gestionó la construcción de casas, escuelas y un hospital; reactivó una estación de radio, incentivó la ganadería con créditos e hizo cultivables aguas pantanosas haciendo una especie de chinampas bautizadas como “camellones chontales”. En su libro “AMLO: vida privada de un hombre público”, Jaime Avilés relata cómo impulsó la productividad del campo a partir de los camellones.
Hoy las matas en estas chinampas tabasqueñas siguen dando y en la zona indígena se mantiene el recuerdo del lijenjiado metido en los popaleríos con el lodo hasta la cintura, andando a caballo y tomando pozol agrio. Los chontales conservaron para siempre la devoción por el único político que les dio la mano.
En esos años se casó con su primera esposa, Rocío Beltrán, y tuvieron a su primer hijo: José Ramón. Luego, coordinó la campaña a la gubernatura de Enrique González Pedrero, su ex maestro universitario, y fue presidente del PRI en Tabasco. González Pedrero lo nombró Oficial Mayor del estado, puesto que ocupó 24 horas, antes de presentar su renuncia y mudarse al Distrito Federal a un cargo directivo en el Instituto Nacional del Consumidor.
Pero la historia dio un giro en 1988, con la llegada de una nueva generación de priístas tecnócratas y la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari. El hijo del general Lázaro Cárdenas, Cuauhtémoc Cárdenas y el ex secretario de Educación Pública, Porfirio Muñoz Ledo, rompieron con el partido al crear la disidente Corriente Democrática, y tras ser expulsados del PRI, formaron el Frente Democrático Nacional (que después se convirtió en el PRD) para competir en las elecciones. López Obrador, de 34 años fue invitado a formar parte de esa nueva oposición. Ese año dejó el PRI y regresó a Tabasco a buscar la gubernatura con las siglas del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional.
“Sólo quiero que él lo toque”
Andrés Manuel López Obrador es un político inusual: sabe hablar a la gente común. En foros con poderosos o en medios de comunicación da la impresión de ser anticuado. Pero en las asambleas populares y en las plazas públicas es un gigante que se echa discursos al vuelo, bromea y da clases de historia. “Voy a ser breve”, promete siempre, antes de iniciar un mensaje que nunca tiene menos de 40 minutos.
Trepado sobre el templete mira hacia la plaza, como midiendo el efecto de lo que va a decir, y cuando empieza a hablar, dice exactamente lo que el auditorio espera de él. Comienza, inevitablemente, con una promesa amorosa: “Yo no les voy a fallar”. Luego sigue con la clase de historia y la explicación de su estrategia, sin entrar en detalles. A veces, regresa el hombre que en 2006 mandó al diablo a las instituciones y entonces agudiza el tono para reclamar a los poderosos.
En la delegación Benito Juárez, una de las plazas con tradición panista de la Ciudad de México, asegura que acabará con la corrupción, pero también dice que no hay que guardar rencores. Platica de su casa y de la escuela de su hijo Jesús. Rodeado de ex panistas que hace años lo acusaban de ser “un peligro para México”, como Germán Martínez, Gabriela Cuevas y Manuel Espino, es puro amor y paz.
En San Andrés Tuxtla, en la parte sur de la llanura del Golfo de Veracruz, se burla de sus adversarios invocando a los brujos de Catemaco con el acento campesino del sureste del país. Se deja peinar por su esposa, y hace chistes locales con expresiones del lugar: “soy peje, pero no lagarto”.
Y en Cosamaloapan, arenga contra su acérrimo enemigo, Miguel Angel Yunes, el ex priìsta y actual gobernador panista de Veracruz, por imponer a su hijo como candidato a sucederlo: “¡Se les pasó la mano!”, dice exaltado.
Abajo del templete, hay mujeres que gritan que lo aman. A sus 64 años, tiene atractivo para algunas, que esperan horas para verlo. También hay gente que le lleva cenizas de difuntos para que él las toque. Y hasta un bebé le pasan de mano en mano para que se tome la foto.
El encargado de comunicación de Morena en Tabasco, Luigui, lleva puestos media docena de afiches del líder y relata que en esta campaña una persona llevó a un mitin a su hijo con una especie de paraplejía, desde la multitud el hombre decía, buscando consuelo: “sólo quiero que lo toque Andrés”.
Este AMLO versión 2018 es un hombre que arenga más al pasado que a las estadísticas del futuro; como ninguno otro conoce los problemas cotidianos de la gente de cada rincón del país. Sabe la historia de México y, sobre todo, la utiliza a la hora de hacer política. Su necedad le da tintes autoritarios. La no violencia lo ha mantenido en el juego político.
La construcción de un monolito
“La política son las pasiones de muchos para beneficios de unos cuantos”, dice el chontal Auldárico Hernández Gerónimo. El mostacho de este hombre es legendario, “como el de Emiliano Zapata”, dice quien lo ha visto. Ojos negros y achinados, melena que empieza a ser canosa, panza –también- de revolucionario.
Auldárico y Andrés Manuel estuvieron juntos en el frente de batalla contra Petróleos Mexicanos en 1996, cuando la frenética búsqueda por petróleo había invadido y contaminado territorio de los chontales y, a pesar de que las aportaciones petroleras del estado eran de las más importantes, los pobladores que vivían junto a los pozos resultaban ser los más marginados.
La lucha acaparó la atención de la prensa nacional. Fueron reprimidos a golpes, pero la organización chontal perduró, reconoce: “yo creo que el movimiento de Andrés Manuel ayudó mucho”.
Ahora no cree que su ex aliado sea la mejor opción para el país: “Puede ser una válvula de escape del pueblo que está molesto, pero nada más”.
Hernández Gerónimo fue el primer senador chontal, en 1994, y luego fue diputado federal, en gran medida por el apoyo de López Obrador, quien entonces ya dirigía el PRD nacional. Después, el poder los distanció:
“Andrés quiere mandar donde quiera que esté, si tú le desobedeces te conviertes en un traidor”, dice Hernández, desde el tercer piso de una apretada oficina de Cultura del gobierno de Tabasco, donde trabaja.
Aunque hay quien lo critica por no haber trabajado a favor de los chontales cuando fue legislador federal, él asegura que fue la Jefatura de Gobierno de la ciudad de México y las acciones de su ex aliado en la campaña presidencial de 2006, lo que les hizo tomar caminos distintos: él regresó a Tabasco y se quedó en el partido en el que compartieron muchas batallas; Andrés Manuel se quedó en la política nacional y dejó el PRD para fundar Morena:
“(Morena) fue la construcción de un monolito, de un personaje central del cual gira todo el movimiento, donde siempre va a ser él el centro y nadie más”, dice Auldárico, y aclara, más como para sí: “No le debo nada y él no me debe nada… estamos en paz”.
Revolucionarios sin armas
En 1988, ya en la oposición, López Obrador contendió contra el priísta Salvador Neme Castillo por la gubernatura de Tabasco. Esa fue la primera vez que lo acusaron de ser comunista, que lo asociaron con hechos de violencia en una campaña de difamación y que se dijo que expropiaría empresas. También fue la primera vez que el tabasqueño alegó fraude electoral en una contienda en la que le reconocieron 50 mil votos (20 por ciento del total).
Ahí comenzó su franca enemistad con Carlos Salinas de Gortari, a quien después llamaría el “Jefe de la mafia del poder”. Salinas, por su parte, nunca le perdonó que rechazara la oferta presidencial de una subsecretaría de estado a cambio de dejar la cancha libre a Neme Castillo.
Tres años después, López Obrador era el líder del PRD en Tabasco y desconoció los resultados electorales en tres municipios: Macuspana, Nacajuca y Cárdenas.
Inspirado por la marcha que hizo el candidato potosino Salvador Nava a la capital del país para protestar por el fraude electoral, el tabasqueño inició su propio “Éxodo por la democracia”: una caminata de 47 días de Tabasco al Distrito Federal. Desde entonces, estrenó una fórmula que mantiene hasta ahora: “en tiempos de lucha electoral, actuemos como partido; en tiempos de lucha no electoral, como movimiento”.
“Era como si fuéramos revolucionarios sin armas”, cuenta Pedro Ramírez, sobre los días en que dejó su trabajo y su familia para caminar a la capital con su líder.
El éxodo forzó al poderoso secretario de gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, a admitir la derrota en Cárdenas, el primer municipio de Tabasco ganado por la oposición.
En Cárdenas vive Pedro Ramírez con sus hijas y nietos. Montoyita, como le apodó el candidato, guarda todas las credenciales de su vida junto a López Obrador, desde la del Frente Cardenista hasta la de Morena; también posee un archivo fotográfico del éxodo que él mismo tomó; en las imágenes se ve a los demócratas peregrinos curándose las ampollas de los pies, tomando café, preparando comida en grandes ollas o simplemente dormidos en sarapes. Hay también fotos del líder desaliñado, o parpadeando a la hora del “clic”.
El hombre jura que valió la pena. “Ser oposición al PRI era arriesgar la vida”, dice.
— ¿Qué haría usted ahora, si hubiera fraude?
— Yo me iría como carne de cañón.
Durante la plática un ratón sale de la casa. Su hija escobetea al roedor mientras dice que lo invocamos por andar hablando del PRI. Luego, Montoyita guarda sus credenciales y fotografías con cuidado en bolsas de plástico para mantener a raya la humedad de sus recuerdos.
“Mejor como persona que como político”
El fotógrafo Tomás Rivas acepta mostrar unas fotografías que no suele exponer a extraños. “Nada más porque me acordé de ti”, dice al fotógrafo Duilio Rodríguez, quien cubrió para La Jornada las manifestaciones contra Pemex en 1996.
Rivas fue enviado por su medio a cubrir el éxodo, y desde entonces se convirtió en el fotógrafo de las movilizaciones lopezobradoristas en Tabasco. Ahora, asegura que el licenciado “es mejor como persona que como político”.
— En las caminatas se nos hacían llagas en los pies. Y una vez me dijo que me ayudaba con mis maletas, ¿se imagina?
— ¿Él no se cansaba?
— No, a él lo que le da fuerza es la gente.
En abril de 1995, López Obrador encabezó una segunda caminata a la ciudad de México. La “Caravana por la Democracia” fue para reclamar la fraudulenta elección para la gubernatura del estado donde contendió contra el priísta Roberto Madrazo. Llevaba evidencias: alguien le había hecho llegar 45 cajas con los archivos contables del PRI en Tabasco, donde había facturas, recibos y pólizas de cheques que mostraban que Madrazo gastó en su campaña 241 millones de pesos, cuando el límite legal era de 3 millones.
“No hay problema más barato que aquel que se soluciona sólo con dinero”, decía Madrazo, quien se atrincheró en la Quinta Grijalva, donde habitan los gobernadores de Tabasco, y se negó a dejar la gubernatura a pesar de la instrucción de Los Pinos. Su rebelión forzó la renuncia de un inexperto secretario de gobernación: Esteban Moctezuma.
López Obrador, que había obtenido poco más de 200 mil votos, frente a 290 mil del priísta, quedó relegado, de nuevo, a la oposición.
El garridismo de AMLO
¿López Obrador pasará a la historia?
“Por supuesto, ya pasó a la historia… quizá no como él quiere, pero ya pasó a la historia”, dice el historiador tabasqueño Ricardo De la Peña Marshall, candidato a diputado federal por el Partido Encuentro Social. Luego explica: “Ha sido un contrafuerte en la política nacional. Es un individuo que ha construido una leyenda, una visión de él de tal forma que le puede sacar la lengua al sistema, porque ha jugado con las mismas reglas del sistema”.
De la Peña es un hombre grande y modera sus gesticulaciones de una manera muy fina; su voz es gruesa, pero gobierna el tono con delicadeza. Nadie pensaría que es tabasqueño hasta que dice que 35 grados de temperatura a la sombra son un “clima fresco”.
Estudioso de la política tabasqueña, asegura que López Obrador es una “calca” del jacobino Tomás Garrido Canabal, quien gobernó Tabasco durante tres periodos (1919, 1923 y 1930) bajo la fórmula de “paz y trabajo igual a progreso”.
Garrido impulsó la educación racionalista, escuelas mixtas, el voto de la mujer, las actividades agrícolas y ganaderas; acabó con el alcoholismo y de paso también con los católicos (68 de los 85 templos que había en Tabasco fueron convertidos en escuelas).
Al final Garrido fue liberador y autoritario; amado y odiado. En lo único que no se parecen es en la religión: Dios fue a Garrido lo que la “mafia del poder” es a López Obrador.
En esta tierra de aluviones el poder político-empresarial ha hecho de las suyas. Eso ha alimentado la segunda batalla de los chontales, ya no contra Pemex sino contra la Comisión Federal de Electricidad.
De la Peña cuenta que el sistema de presas construido desde los años sesenta para contener las inundaciones en el estado está en manos de empresas privadas como la española Iberdrola, por gracia de otro de gran enemigo político del tabasqueño: el ex presidente Vicente Fox.
Los embalses dejaron de ser utilizadas para contener el agua y comenzaron a ser empleados para generar electricidad. La inundación de 2007 que dejó a Tabasco bajo el agua, ocurrió por la nueva función de las presas. “Ni si quiera la electricidad se abarató para nosotros”, dice De la Peña.
“Ya estoy exorcizada”
Candelaria Lázaro fue cocinera de López Obrador desde que él llegó a las zonas chontales, hace 40 años. Ella y su madre alojaron al coordinador del Instituto Nacional Indigenista en Tucta, donde aún vive.
Candelaria tenía 9 años. Y gracias a que él le ayudó a conseguir una beca, pudo estudiar y formarse como locutora. Paradójicamente, los estudios le hicieron darse cuenta de lo que su líder hizo con su pueblo: les llevó el desarrollo, pero pagaron un precio.
“La gente aquí dice: ‘qué bueno que nos dio casas’, pero lo que no piensan es que ahora necesitamos ventiladores o aires acondicionados; entonces eso nos hace pagar facturas y ahora envidiamos al que tiene trabajo. Las casas de antes eran de guano y por ende eran frescas”, dice, como ejemplo.
Candelaria es ahora la gobernadora de los pueblos indígenas del estado. Mientras nos muestra su bastón de mando y una biblia traducida al maya chontal, porque “Andrés hablaba mucho de Dios”, dice que cuando destruyen una casa indígena se pierde la lengua y la cultura, Ella misma tardó en darse cuenta de eso.
“Estaba endiosada con él, pero ya estoy exorcizada”, dice, antes de reconocer que a veces le da miedo que gane López Obrador, a quien no puede perdonarle que los haya dejado en el camino: “Una vez fuimos a verlo a la ciudad de México y nos dijo: ‘los problemas de Tabasco se resuelven en Tabasco’”. En un momento, llora y nos agradece escucharla “porque estas cosas no se pueden decir en el pueblo”.
— ¿Por quién vas a votar, Candelaria?
— No sé… a veces me dan ganas de ser la primera persona en ir a votar por Andrés Manuel; pero luego me dan ganas de despertarme hasta las 5 de la tarde y no votar por nadie.