Por Irving Ramírez
Es increíble: leo los estupendos ensayos de Mauricio Molina sobre Nabokov o Flaubert y extraño charlar con él. Una rara nostalgia producto del recorrido de su obra que me ha servido para dar clases en la Escuela de escritores de la SOGEM Xalapa. No sólo sus lúcidos ensayos, sino sus magníficos relatos, sobre todo de ese libro de culto: La geometría del caos, que es un dechado de técnica literaria y donde registra sus obsesiones: el doble, el azar, la simbiosis entre realidad y ficción, la ironía.
Molina fue un autor preocupado por las aportaciones de la modernidad. En ese cruce entre filosofía y literatura y cine seguía un hilo conductor entablando relaciones proteicas.
Cultivador de lo sobrenatural en sus distintas vertientes: fantástico, extraño, real maravilloso, en libros como Mantis Religiosa y Fábula rasa. Fue uno de esos raros autores que creaba en la órbita de escritores canónicos, como Felisberto Hernández, Francisco Tario, Cortázar, Borges, Bioy y que, al lado de algunos mexicanos ⎼Alberto Chimal, Agustín Cadena, Norma Lazo, Ricardo Bernal o José Luis Zarate⎼ poblaron de obras de imaginación desbordada más allá del realismo el panorama literario nacional.
Su novela Tiempo lunar puso el Parque hundido en el imaginario sincrético de los mitos prehispánicos con el extrañamiento urbano moderno, permitía contornos alternos en la realidad real.
Sus ensayos cristalizan en la tradición de Milan Kundera o Paul Auster, llenos de referencias cultas, de citas como su admirado Walter Benjamín. Conocedor profundo de corrientes (estructuralismo y surrealismo, la escuela de Frankfurt) y de autores excéntricos, dotaba de una constelación de retratos y de madejas conectadas. Sus autores dilectos reaparecen en sus ensayos, como Años luz (UAM, 1995) o La memoria del vacío (UNAM, 1998). En sus textos la literatura se abre y se aparta de ínfulas morales o ideológicas, tanto en sus reflexiones como en sus ficciones.
Sus relatos continúan por otros medios: la pasión ensayística y el dialogo con Joyce, Proust, Nabokov, Kafka, Italo Calvino. Difícilmente se instala en el realismo o escrituras de esta índole. Huye de la vulgaridad de la nota roja o la historia mundana de los días que corren.
Mantis religiosa fue adaptada a un cortometraje con Blanca Guerra y Darío T. Pie, y no le hizo justicia. Considero que era mejor cuentista que novelista; muchos de sus relatos deslumbrantes son adorados por mis alumnos. La geometría del caos, donde tres personajes: un empresario, un escritor y un indigente entrelazan destinos y se yuxtaponen y se confunden de tal manera que se evapora la identidad individual: se tornan uno solo sin darse uno cuenta. Además, la primera historia lo es también de amor regido por las coincidencias y me remitió de inmediato a la película de Magnolia donde una serie de actos fortuitos se conectan para hablarnos de la simultaneidad de la vida y sus irónicos actos definitivos. La intertextualidad, intratextualidad, elipsis, enumeración caótica en estos tres relatos ⎼y que podrían hacer latir al Nietzsche que decía: “hay que extraer del caos una estrella que dance”⎼ atrapan en su destreza compositiva. Si uno piensa que el Auster de la Trilogía de New York encalló en este librito, está en lo cierto; pero más el Nabokov de la vida de Sebastian Knigth y el Calvino de El Castillo de los destinos cruzados. No obstante, la voz ambigua y difusa es la de Molina en una ciudad de México desconocida por fantasmática y absurda (todo recorrido mengua y libra un pacto de imágenes con el vacío). Ese es su andar. Cultivador de la cultura pop y del manstream, de la fascinación por lo gótico, pero por lo artificial y el fetiche (pero por la escatología de los tiempos), era un exegeta del futuro, así sus ensayos como relatos y sus relatos como ensayos.
Retrato (A modo de colofón)
Mauricio escribió una reseña muy inteligente de mi novela El espejo de los tiempos futuros; en cierto modo, compraríamos obsesiones literarias. Lo último que supe de él, hace no mucho, fue que me había escrito por email para enviarme su libro de cuentos: Fabula rasa. Antes, lo vi en Xalapa previo a la pandemia; allí cenamos con Ana Clavel a quien me presentó y le comento de mi novela, El espejo, con entusiasmo (que había presentado un par de años atrás en la casa del poeta con Nacho Trejo Fuentes).
Aparte de esa afinidad de temas: lo fantástico, la novela total, las tramas paralelisticas, el gnosticismo y la experimentación narrativa, a últimas fechas también coincidíamos políticamente; él, que venía de ser corrido injustamente de la UNAM por Jorge Volpi (con ese autoritarismo neoliberal que lo caracteriza) opinaba, en su muro de Facebook, sobre AMLO y sobre la izquierda. Su partida del mundo ocurrió de improviso. Al medio intelectual le pegó duro, a sus amigos: a su familia. Pocos días antes había publicado su último post apoyando en las elecciones de junio pasado a Morena, aduciendo que ese era el verdadero voto útil. Solitario, independiente de grupos, dejó una obra sólida y orgánica que sugiere caminos por explorar. Y los jóvenes, sus lectores, lo saben.
* Escritor nacido en Xalapa, Veracruz, estudió Teatro, así como Lengua y Literaturas Hispánicas en la UV. Premio Juan Rulfo 1997 a primera novela por “Yo le canto al cuerpo gélido”. Mención honorífica en el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2000 por “Mi único sueño voluntario”. Mención honorífica del Premio Nacional de Ensayo Magdalena Mondragón 2001 por “La nave de los sigilos”.