Por Ricardo Sevilla
Poco sabemos sobre la vida y obra de la pintora y poeta Aurora Reyes. Lo que sí sabemos ⎼pero no por sus biógrafos (que son escasos) sino porque es un hecho muy referido en los libros de Historia⎼ es que su abuelo paterno murió ametrallado frente al Palacio Nacional al comienzo de la llamada Decena Trágica.
Tampoco se cuenta que, para alcanzar a su padre en los funerales de su abuelo, Aurora y su madre tuvieron que hacer un largo y tortuoso viaje, de Chihuahua a la Ciudad de México, montadas sobre una carreta tirada por mulas.
Aurora Reyes Flores (1908–1985), pese a que nació en el municipio de Hidalgo del Parral, Chihuahua, pasó parte de su infancia en “una vecindad espantosa, llena de promiscuidad”, en el barrio de La Lagunilla. La futura poeta ⎼y primera muralista mexicana⎼ solía recorrer las calles del centro de la capital, llevando sobre la cabeza una tabla con pan recién horneado por su madre, mientras gritaba “¡Bísquetes, hay bísquetes!” Para defenderse de los jóvenes asaltantes que asolaban aquellas colonias, la niña llevaba consigo una bolsa con piedra. Y, si era necesario, no dudaba en liarse a golpes con los malandrines: “yo les daba con las piedras en la cara, en la cabeza, en donde podía”, aseguraba ella misma.
En 1922, un año después de haber ingresado a la Escuela Nacional Preparatoria, Aurora, que siempre tuvo un carácter flamígero e intemperante, protagonizó una pelea con una prefecta que la llamó “libertina” y afirmó que su padre “era jefe de una banda de ladrones”, porque, según dijo, se dedicaba a conspirar al lado del “execrable comunista Diego Rivera” y algunos otros profesores de la Academia de San Carlos.
Al escuchar aquello, la futura integrante de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (asociación que congregaba a varios personajes ligados al Partido Comunista Mexicano) le propinó tal paliza a la infamadora que, una hora después, ya había sido expulsada de la escuela: “…rodeada de compañeros que gritaban a voz en cuello le di el primer golpe y le rompí los lentes y cayó por tierra…”.
Años más tarde, en 1937, el combativo espíritu de Aurora la llevó a enfilarse hacia el naciente sindicalismo mexicano. De hecho, durante un tiempo fue representante de la Unión de Profesores de Artes Plásticas del D.F y, ulteriormente, desempeñó el mismo cargo en el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de la República Mexicana (STERM), donde fue nombrada Secretaria de Acción Femenil.
Al mismo tiempo, dueña de una imbatible energía, Aurora sostenía acalorados debates, escribía poesía y pintaba. Y justo en esa época es precisamente cuando concluye una de sus obras más emblemáticas: “La maestra asesinada” (aunque después de haber sido bautizada con diversos nombres terminaría por llamarse “Atentado a las maestras rurales”).
Esta pintura mural ⎼que actualmente se encuentra en una de las paredes principales del Centro Escolar Revolución (y donde alguna vez estuvieron ubicadas las aterradoras instalaciones penitenciarias de la Cárcel de Belén)⎼ representa a una mujer indígena que, con el rostro dolorido y las manos crispadas, es arrastrada de los cabellos por un sujeto que, mientras la veja, desbarata un libro en el aire. Por si fuera poco, mientras la mujer es magullada, otro sujeto, armado con un rifle, y cuyo rostro se oculta bajo un enorme sombrero, le asesta un puyazo en la boca con la culata. La desgarradora escena es atestiguada por dos niñas y un niño que, temerosos, se ocultan detrás de un muro.
Sin embargo, y debido a esas estúpidas catalogaciones machistas que todavía influyen en la crítica de arte, las obras de Aurora Reyes, no están consideradas dentro de lo más destacado del muralismo mexicano, donde las miradas siguen concentradas, mediocre y tozudamente, sobre Rivera, Siqueiros y Orozco.
Ahora bien, pese a que Aurora, durante una buena temporada, acudió a las tertulias del Café París, y a donde cedió a las “grandes hazañas de borrachera y de locura”, al lado de personajes como Silvestre Revueltas, Xavier Villaurrutia, Rubén Salazar Mallén, Andrés Henestrosa, Adela Palacios, Adelina Zendejas y Lola Álvarez Bravo, finalmente, la poeta y pintora terminó por distanciarse un poco de aquellos personajes que la infectaban con “su gran soledad”.
En el ámbito poético, Aurora Reyes publicó siete poemarios, entre los que destacan La máscara desnuda, Recóndita espiral y Humanos paisajes, acaso el mejor de sus libros. En esta obra, aunque la autora recurre a ciertos temas populares y se permite utilizar algunos tópicos del mundo prehispánico, hace gala de un depuradísimo arte poético. Y es que Reyes, al fin artista plástica, decidió emplear elementos (puntos, guiones, comas, etcétera) que, al final, terminaron ayudando a que sus poemas fueran, entre otras cosas, objetos visuales o, incluso y en el mejor de los casos, cantos sensoriales.
¿Qué habrá influido entonces para que, hasta el día de hoy, se conozca tan poco sobre la obra poética, plástica y muralista de Aurora Reyes? ¿Acaso Alfonso Reyes, medio hermano de su padre, habrá opacado con su robusta sombra intelectual la imagen de su sobrina? Se sabe que la hija de León Reyes siempre admiró a su tío, con quien, incluso, alguna vez llegó a intercambiar algunas cartas (no muchas).
Pero ¿don Alfonso habrá sentido lo mismo por la hija del primogénito del general Bernardo Reyes? Cuando leemos el (irónico) retrato que Alfonso hace del padre de Aurora (a quien supuestamente admiraba) nos quedan algunas dudas sobre el cariño que el gran helenista habrá sentido hacia la primera familia de su padre: “Parecía un atleta un tanto desdibujado, con rasgos medio franceses, doblado de espaldas, y con este modo de meter los pies que llaman en México de perico en charola”.