Cuando Calzonzin y su amigo se encuentran en mitin para denunciar la corrupción y represión de un cacique son sorprendidos por éste y perseguidos a punta de pistola. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx, 12 de septiembre de 2022.- El tan llorado pensador michoacano Eduardo del Río, mejor conocido como Rius, para quien no lo conozca fue nos solo uno de los pilares de la caricatura política en el México del Siglo XX, sino que también se distinguió por publicar múltiples libros en los que ofrecía lecciones de diversos temas como historia, política, filosofía o incluso ciencia. Todo ello con un tono amable y satírico, y siempre acompañado de sus inconfundibles trazos, que no se distinguían por ser sumamente elaborados, pero su efectividad como vehículo de comunicación hizo que sus materiales fueran incorporados por muchos docentes como parte de las lecciones de las materias antes mencionadas desde la educación básica hasta el nivel superior.
Rius murió en Tepoztlán, Morelos, en agosto de 2017 sin poder ver concretados los resultados de la lucha progresista que siempre llevó a cabo de manera intensa. Parte importante de su legado es una publicación satírica que comenzó a circular a partir de 1965 y su nombre era Los Supermachos. Se trataba de las aventuras de un personaje indígena llamado Juan Calzonzin (en referencia al cazonci, palabra con la que se denominaba a los gobernantes del imperio purépecha), que hacía ver su suerte a Don Perpetuo del Rosal (cuyo nombre probablemente esté basado en Alfonso Corona del Rosal, el priista hidalguense de la época), eterno presidente municipal del pueblo ficticio San Garabato de las Tunas. La personalidad de Calzonzin en Los Supermachos se distinguía por una enorme profundidad filosófica y capacidad de reflexión, aderezada al mismo tiempo con un humor satírico que solía cargar en contra de las prácticas caciquiles de Don Perpetuo.
Para 1973 y con la venia del propio Rius, Alfonso Arau, prolífico actor cuyo género predilecto era la comedia, tomó el concepto para incursionar en la dirección cinematográfica y rodar entre febrero y mayo de ese mismo año la película Calzonzin Inspector. Él mismo interpretaría al peculiar Calzonzin y se haría de acompañar un cuadro actoral de bastante respeto, que posteriormente lo acompañarían en la película Tívoli de Alberto Isaac en 1975, pero que, para el caso de Carmen Salinas y Pancho Córdova, venían de compartir con él escena en El Rincón de las vírgenes de 1972, que adaptaba el cuento final de El llano en llamas de Rulfo, dirigida igualmente por Isaac. La filmación se llevó a cabo entre los meses de febrero y mayo en el poblado de Huiramba, Michoacán, por lo que se puede ver la arquitectura distintiva de esa región adyacente al lago de Pátzcuaro.
La película se estrenó en 1974 y se ganó desde entonces un estatus de culto, pues la interpretación de Arau, impredecible y jocosa, pero al mismo tiempo lúcida, así como todas las situaciones en que la sátira hacia todo lo que el PRI representaba en ese momento histórico y la forma en que ejercía el poder en los entornos rurales, elevaron a la película a un pedestal de suma importancia.
La sinopsis es básica y tiene la estructura de clásico malentendido que va complicándose cada vez más. Cuando Calzonzin y su amigo Chon Prieto (Arturo Alegro) se encuentran en un improvisado mitin para denunciar la corrupción y represión del cacique Andrés Chagoya, son sorprendidos por éste y perseguidos a punta de pistola, escapan en una avioneta perteneciente al propio Chagoya, que contenía una bomba colocada por dos pintorescos saboteadores. Cuando la avioneta estalla en el aire, Chon y Calzonzin caen en el pueblo de San Garabato, donde Calzonzin es confundido con un inspector del PRI (aunque el nombre del partido no se menciona como tal) que viene de la capital a fiscalizar la actividad de Don Perpetuo, por lo que éste pone en marcha toda una maquinaria de adulación, demagogia, represión y ocultamiento de las deficiencias causadas por la corrupción de él y su camarilla.
Hay que decir que solo los personajes y lugares provienen de la obra de Rius, ya que Alfonso Arau tomó como inspiración la obra teatral del ruso Nikolái Gógol llamada El inspector, publicada en 1836. Pudiera ser que por eso Ruis considerara que se había desvirtuado la esencia de sus personajes y simplemente declaró que la película de Arau no le gustó.
El montaje se distingue por contener un humor absurdo que alcanza momentos sumamente brillantes, no solo con los personajes principales, sino también con muchos de los secundarios.
La película se destaca de entre muchas de su época por plantarle cara en clave de humor al poderoso régimen de “la familia revolucionaria” y por ello fue bien recibida por el público. Se erige, al igual que Tívoli, en una muy relevante obra de sátira política en clave de humor, en una época en la que no era nada fácil ni recomendable mostrarle al gran público, y menos en un formato audiovisual, lo peor del régimen que tanto se preocupaba por hacernos pensar que esa clase política era lo mejor que nos podía haber pasado a los mexicanos.
En febrero de 2019, en un evento con jóvenes beneficiarios de becas en Tejupilco, Estado de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador recomendó el visionado de esta película, y en virtud de las razones antes expuestas, tiene bastante lógica, pues el presidente también la considera una pieza fundamental del cine nacional.
Pues bien, así tiene una obra más que espera a ser descubierta o redescubierta para complementar nuestro proceso de politización, el cual, como ya lo he dicho, no tiene por qué estar desprovisto de arte.
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