#Opinión: Fanatismo

Por Fernando Paz

RegeneraciónMx.- Según la etimología, la palabra fanático procede del latín fanaticus, un derivado de fanum que, a su vez, significa santuario. Así que fanaticus denominaba en un principio a un servidor de un santuario, especialmente a los porteros nocturnos que velaban con gran celo por el templo. Al pasar el tiempo, la palabra terminó designando, en el sincretista imperio romano, al adepto de un solo santuario o de una divinidad exclusiva.

Hoy en nuestro país, la palabra fanático se ha convertido en una de las favoritas de los mexicanos afines al conservadurismo. Se han hecho especialistas en redefinir el término, y nos lo endilgan a quienes tenemos “la osadía” de defender el movimiento de transformación iniciado por el presidente López Obrador.

Como no encuentran argumentos válidos para criticar la administración del presidente y menos hallan explicación a este ánimo renovador -que no revanchista- en el pueblo, buscan cómo hacer catarsis y no llegar al llanto por sus contratos no ampliados, por sus hoy inexistentes facturas de restaurantes de bon vivant pagadas por el erario y por esos jugosos huesos, hogaño tan lejanos.

Para ellos, aficionados recalcitrantes al dinero fácil, somos fanáticos por el atrevimiento de abrazar a los que menos tienen, somos fanáticos si aplaudimos al actual gobierno porque atrajo la inversión extranjera; para ellos, muchos con síndrome de abstención de moche, somos fanáticos al congratularnos porque los jóvenes ya no desertan de las escuelas, somos fanáticos si nos enorgullece que el proletariado tenga un salario más digno, y en estos días, nos llaman fanáticos hasta por defender la soberanía nacional contra un estado invasor.

Nada más lejos del fanatismo, pero el neoliberalismo -que, si bien es una teoría económica, terminó permeando y significando más en lo social- los alejó tanto del México profundo que ni nación les quedó. Son malos mexicanos que se burlan de nuestras tradiciones, vienen a estar infinitamente agradecidos -sin entender ni razonar la unión de las dos culturas- con esos hombres blancos y barbados surgidos allende el mar, ya sea porque nos heredaron “dignas prendas de vestir” -evitándonos así la “terrible vergüenza de seguir usando taparrabos”-, o porque hicieron que dejáramos de hablar en esas “nacas” lenguas originales.

Sustituyeron lo que huele a copal, albahaca, maíz y leña, por ese engañoso efluvio a aspiracionismo que los hace deambular por la existencia ávidos de blanquitud, de saber inglés (sí, entiendo la risa, pero lo presumen como “tener estatus”), y de un emperramiento por lo material a costa del endeudamiento, de ser necesario, hasta de por vida.

No señores, fanatismo es lo suyo por todo lo que sotierre nuestras costumbres ancestrales; por todo lo que sea nice o se vea cool; por lo que sea que los haga olvidar su origen “clasemediero” al que le atribuyeron, en su ansia de pertenecer a la high society, vergüenza y “jodidez”; fanatismo es lo suyo por todo aquello que los haga ver menos morenos y chaparros. Y cuánto lo siento, pero sin siquiera poder verlo, terminaron convertidos en fanáticos del odio y del clasismo; esos, mis no estimados idólatras, son sus únicos dioses.