Desarrollo y ciudadanía social

Por Miguel Concha | La Jornada 

Regeneración 6 de septiembre de 2014.-Desde sus inicios, el siglo XX dio un salto cualitativo cuando asumió que la pobreza no era un hecho aislado, producto de la buena o mala fortuna de las personas, sino consecuencia directa del sistema de producción de la riqueza, y que por tanto su atención no era un asunto privado, sino público, que obligaba a la reorientación de la manera de producir. Este sencillo raciocinio parece hoy olvidado en el país.

mexico

Una vez consumadas las llamadas reformas estructurales (está aún pendiente la realización de la Consulta Popular que millones de mexicanos han solicitado), se les añade, como un verdadero apéndice al supuesto rediseño de la estructura productiva del país, el estruendoso anuncio del cambio de nombre del otrora Progresa, ayer Oportunidades, y hoy Prospera. Esta trilogía POP de los programas de combate a la pobreza, que cambia de nombre, pero no de contenidos, pese a sus exiguos resultados, pareciera dar cuenta de las limitaciones con las que se concibe este asunto, lo cual fuerza a formular algunas preguntas básicas: después de 17 años de una misma estrategia, ¿ha disminuido la pobreza de manera significativa? De no ser así, ¿cuál es el límite estructural para su eficaz combate? ¿De qué manera podríamos reorientar en lo inmediato estas estrategias para obtener mejores resultados, a lo que obligan los derechos humanos y la elemental conducta de responsabilidad política?

Si tratamos de responder a la primera interrogante, encontramos que los resultados han sido muy poco afortunados. De 11 países de América Latina analizados por la Cepal–ONU en el último número de su publicación periódica Panorama Social, sólo en dos la pobreza aumentó en 2012: República Dominicana y México. Algo debemos estar haciendo mal como para estar a la cola de los países de Latinoamérica. Y no es la primera ocasión que eso ocurre. Cuando se analizan programas similares al trinomio POP en América Latina, los analistas de la Cepal encuentran que en general los beneficiarios no logran insertarse en el mercado de trabajo formal de manera sostenible, pero sí hay una salida al empleo informal. México a la cabeza.

La explicación a esto es clara. Los programas tipo POP no manejan todas las variables que es necesario movilizar para combatir efectivamente la pobreza mediante su principal remedio: el empleo decente, como denomina la Organización Internacional del Trabajo a aquel que cumple con los derechos humanos laborales. De esto se siguen dos reflexiones. La primera es que no son los programas en sí mismos los ineficientes. Es el contexto en el que se ubican lo que los vuelve ineficaces. Como contrapunto tenemos lo que ocurre en Brasil, país en el que el programa equivalente a los POP, Bolsa Familia, ha contribuido a disminuir de manera significativa los niveles de pobreza, si bien aún falta mucho por hacer, porque se ubica en un contexto de políticas de generación de empleos y de incremento de los salarios. La segunda reflexión es que no se puede atender eficazmente la pobreza si no se replantea el modelo de generación de la riqueza. Vincular la producción de riqueza con la generación de pobreza es el gran déficit en la agenda nacional. Por lo menos en la agenda de los gobiernos, puesto que el tema ya está en la agenda de la ciudadanía, y por eso mismo se produce el principal cuestionamiento de las reformas estructurales.

Impulsar el debate sobre las razones estructurales de la pobreza es sin duda la tarea a la que convoca la falta de creatividad de los últimos gobiernos, incluyendo el actual, en el diseño de políticas públicas en general, y de la social en particular. No parece haber un cambio sustantivo en Prospera respecto de Oportunidades, cuando se dice que aquel se preocupará por el empleo, principal crítica al segundo, pero sin especificar cómo se alcanzará tal meta. Se habla de que los egresados de Prospera tendrán prioridad en los empleos. ¿Qué quiere decir esto? ¿Se enviará una lista de beneficiarios a los empleadores para que de ahí seleccionen a quienes ocuparán sus vacantes? ¿Habrá vacantes? El objetivo de capacitación es loable, pero no hay que olvidar que esta es necesaria, pero no suficiente. No basta con tener personas capacitadas para que haya trabajo. Se requiere de inversión, y no de cualquier inversión, sino de aquella que tenga como propósito explícito la generación de empleos. Propósito difícil de encontrar en las reformas estructurales.

No se puede ocultar que el debate sobre la relación entre pobreza y riqueza tendrá muchos adversarios, que al menos pretenderán quitarle relevancia. La clase política ha vuelto la mirada a otros asuntos menos incómodos. Aún los gobiernos que se presentan como herederos de innovaciones en la materia, hoy han bajado la guardia. Los programas sociales del Distrito Federal fueron generadores de cambios que, criticados en su inicio, hoy pretenden ser reproducidos a escala nacional. Paradójicamente hoy se encuentran en retroceso. El programa de adultos mayores ha disminuido significativamente su cobertura, como lo demuestran los estudios de la Cepal o de EvalúaDF, institución esta última que en poco tiempo se prestigió y que aún en menos tiempo volvió irrelevante el actual gobierno de la ciudad.

Otro tanto se podría decir de programas reconocidos en el extranjero, como el de Mejoramiento Barrial, del cual se ha disminuido su presupuesto e intentado tergiversar sus fines. No sólo parece reorientarse la política social del DF hacia el asistencialismo, sino que reaparecen síntomas preocupantes de clientelismo. A la sociedad civil le ha correspondido abrir los debates sobre los déficits de la vida pública. El asunto no es menor. Se trata de alcanzar la ciudadanía social por medio del respeto y garantía de los derechos económicos y sociales. Tema que clama por una verdadera reforma estructural, no por un cambio de nombres, para que todo siga igual.