Detalles de la Victoria

Análisis del triunfo electoral de la izquierda en México. Federico Anaya postula que la izquierda debe tomar la iniciativa, pasar del asombro «a asombrar»

por Federico Anaya-Gallardo

Regeneración, 20 de julio del 2018.

Detalles de la Victoria 1: Anunciación no vista

2 de julio, año 2018. Javier Lafuente, desde las páginas del madrileño El País informó que la jornada electoral mexicana se dió en “una tranquilidad pasmosa”. Pasmosa. Que causa pasmo. Pasmo. Admiración y asombro extremados, que dejan como en suspenso la razón y el discurso. Tal nos dice la también madrileña Real Academia Española. ¿Qué quiere decir Lafuente? ¿De dónde el asombro extremado? Para tratar de entenderlo, hay que revisar los reportes previos de este reportero. El ejercicio vale la pena porque nos mostrará cómo muchas de las piezas del asombro llevaban ya tiempo en el escenario político.

(a) La opinión del veterano ministro: sustitución de élite.

El 4 de junio anterior, Lafuente había reportado que el ministro de la Suprema Corte, José Ramón Cossío consideraba que en esta elección federal se procesaba una recomposición de las élites mexicanas.

Que los grupos dominantes actuales carecían de legitimidad moral y política. El ministro –hablando desde la ventajosa posición del juzgador a punto de jubilarse luego de tres lustros de servicio en el más alto tribunal de la República– explicó a Lafuente que “a las élites empresariales les hace falta mucha reflexión sobre problemas nacionales” y que, en general, los privilegiados del país sólo han “pensando en su condición económica, en los problemas de su hábito” sin tener “una visión más general del mundo”.

Concretamente, el ministro señaló la inaplazable necesidad de revisar el injusto sistema fiscal mexicano. Por eso Cossío preveía una sustitución de élite. Esperaba que la misma fuera razonable, pero el aún ministro temía que la élite del recambio llegase al poder “con una idea de … venganza histórica”.

(b) La opinión del veterano reportero: momento clave equivalente a 1988, 1994 y 2000.

Dos meses antes, el 5 de mayo, Lafuente había entrevistado a Alan Riding el famoso autor de Vecinos Distantes (Joaquín Mortiz, 1985).

El veterano corresponsal le dijo que 2018 prometía ser un momento clave, equivalente a 1988, 1994 o 2000 porque creía que el “momento de un cambio drástico que sacuda al sistema ha llegado”.

Riding veía cierto pánico “entre la clase política tradicional y la empresarial” y su duda era si López Obrador –en caso de triunfar– sería capaz de “negociar para evitar confrontaciones” como había hecho Lula en Brasil luego de su victoria en 2002.

Cáustico, Riding decía que todo parecía mágico. Desde París y desde mayo, el viejo reportero preveía que un PRI marchito perdería todo en todos los frentes.

(c) La opinión de la veterana académica: hay rabia.

Desde el 15 de abril, Soledad Loaeza había dicho a Lafuente que “en México tenemos más rabia que susto”, en una entrevista realizada justo después de la indignante decisión judicial convalidando la candidatura independiente de El Bronco pese a la ilegalidad de sus firmas de apoyo. La veterana académica estaba cansada de que “los gobernantes sean una panda de truhanes, donde (sólo) esté en juego quién viole la ley mejor que el otro”.

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Es la misma observadora inteligente que señalaría una semana más tarde, al fin del primer debate presidencial, que AMLO había mostrado una gravitas ausente en el resto de los contendientes.

En la entrevista atribuía esta virtud sólo a la edad del candidato izquierdista –quien “no es un pensador deslumbrante ni tiene una retórica avasalladora”.

Cuando Lafuente le dijo que el más priísta de los candidatos era López Obrador, la académica respondió que sí, pero que representaba “un viejo PRI, idealizado, que desde luego es mejor que el de ahora.

El de antes tenía un poco más la idea de país, no es esta cosa voraz y rapaz que estamos presenciando”.

Premonitoria, Loaeza señaló que “está en juego un México políticamente nuevo, cuyo rostro no conocemos y que apenas se va a develar el 1 de julio”.

Serena, recordaba que los mexicanos somos “temerosos, nada aventureros” y que la nueva situación lleva formándose entre 12 y 18 años.

Pero con todo y esta desesperante prudencia mexicana, la rabia llevó la mejor parte del ánimo de la venerable analista, quien concluía frente al reportero que “lo que nos toca es rebelarnos donde podamos y como podamos”.

(d) La opinión de la veterano escritor: ya no quedan esperanzas.

Una semana antes, el 8 de abril Juan Villoro había denunciado ante Lafuente que el fracaso de la candidatura indígena de Marichuy era “otra esperanza cancelada”.

Al escritor le preocupaba la degradación de las ilusiones en México.

Sobre las expectativas de la transición, sentenció: esta “es una democracia chatarra que le da muchísimo dinero a quienes se benefician de ella”.

Pero Villoro también percibía algo más complejo: “la extraña paradoja de que el candidato, para ser viable, tiene que presentarse como confiable, como alguien que no aspira a transformaciones de fondo”, lo que da al traste con cualquier esperanza.

Más duro aún, Villoro afirmó que México es “una sociedad piramidal, que no permite la llegada de advenedizos”.

Concluía diciendo que “es una gran paradoja. Lo que necesitamos son cambios y estamos en un país en el que el que propone cambios radicales está estigmatizado como una amenaza”. 

(e) La visión original de Lafuente: impera el pragmatismo.

Vale la pena recordar que el mismo Lafuente, el 7 de febrero, aún recién llegado a las lides mexicanas (llamó al PRD “Partido Revolucionario Democrático”), se había sorprendido de la flexibilidad política de la coalición de izquierdas.

Había descrito a AMLO como “un político capaz de acoger a todo aquel que quiera un cambio para México, independientemente de su pasado y filiación ideológica”.

Lafuente reportaba entre otras, la reciente alianza con el Partido Encuentro Social (PES), representante de la derecha evangélica (y, antes, aliado o del PRI o del PAN).

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Esta política de gran coalición la atribuía al pragmatismo y a la necesidad de contestar a la vieja campaña anti-obradorista que presentaba al tabasqueño como “un peligro para México”.

Con todo, el mismo reportero dió cuenta en esa ocasión de los límites de la inclusión obradorista: el corrupto exgobernador priísta de Michoacán, Fausto Vallejo, no sería candidato a la alcaldía de Morelia –pese a que los dos socios de Morena en la alianza (el PES y el Partido del Trabajo) lo trataron de postular.

Lafuente no terminaba entonces de explicarse lo que ocurría. Acaso por ello es que se embarcó en la serie de entrevistas que El País publicó en los meses siguientes y que he reseñado arriba. (https://elpais.com/internacional/2018/02/07/mexico/1517960773_611687.html)

(f) La visión de los vencedores.

He propuesto al lector esta re-lectura de las piezas publicadas por el diario madrileño porque es pertinente.

El pasmo de Lafuente existía.

Lo compartíamos todos. Incluso los vencedores.

El 3 de julio, en una conferencia en Casa Lamm, Rafael Barajás (El Fisgón) declaraba sobre el triunfo obradorista del domingo previo: “No se lo esperaban ni ellos, ni nosotros… seamos honestos.

Yo estaba convencido de que nos iban a hacer fraude y que iban a poder hacérnoslo”.

Jesús Ramírez Cuevas, editor de Regeneración, complementaba allí mismo que el triunfo “pasó por abajo. No lo vieron llegar. No lo vimos venir. … La sociedad había cambiado”. (Las dos ponencias se pueden ver en la red:

https://www.youtube.com/watch?v=3uik0fJLBGM y

https://www.youtube.com/watch?v=q-WFS_62kd4)

Quisiera recalcar otra idea que Ramírez Cuevas compartió aquélla noche en Casa Lamm.

Dijo que toda generación sueña con un “momento de realización” en el cual sus sueños se concreten en realidades.

Luego de la noche del 1 al 2 de julio, quienes habíamos apoyado las causas de izquierda desde hace tres décadas “nos amanecimos en otra vida para la que no estamos acostumbrados”.

Partidarios de las causas perdidas, no estábamos preparados para una causa ganada.

Mi punto es que meses antes del día de pasmo, de la admiración y asombro extremados que suspenden razón y discurso, tanto el reportero español como nosotros estábamos advertidos de lo que venía.

Sucede que no deseábamos ó no podíamos ver las señales.

A toro pasado las señales relucen, parecen obvias.

He propuesto al lector este ejercicio porque ahora, con la victoria electoral encima, debemos estar más atentos.

Nuestro deber no es quedar de nuevo asombrados, sino asombrar.