#Opinión: El imperio de la frivolidad

Por Beatriz Aldaco

Regeneración Mx, 07 de diciembre de 2021.- La frivolidad es tan poderosa en ciertas personas que se impone a riesgos tan graves como perder la seguridad, la libertad e incluso algo tan esencial y básico como la propia supervivencia.

Aun consciente (¿o no lo era?) de ser responsable de una cadena bastante robusta de incursiones en prácticas ilegales, hace poco más de dos años el abogado Juan Collado no fue capaz de actuar desde la cordura y la prudencia y prefirió exhibir su habilidad para el despilfarro en la boda de su hija.

El evento fue una abierta provocación para quienes sabían o sospechaban de los posibles actos de corrupción del abogado de Enrique Peña Nieto y de otros oscuros personajes. Más que deliberado, el acontecimiento fue resultado de una sumisión inevitable a la frivolidad, que tiende a obnubilar la mente, el discernimiento, la capacidad que tenemos o debemos tener los humanos de medir los alcances de nuestros actos.

Por eso en el temperamento de algunos individuos la frivolidad es un imperio.

Esa misma frivolidad imperó en el ánimo de Emilio Lozoya cuando, en lugar de resguardarse en la más discreta privacidad, confundió los límites entre lo legal y lo moral y decidió salir de su prisión domiciliaria, seducido por los aromas de unas viandas y el buqué de los vinos de un restaurante de lujo donde se le vio departir campante y desparpajadamente. También a él le ganó la frivolidad y los resultados son visibles.

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Con Santiago Nieto parecía ir todo muy bien hasta que cedió a las mieles –o hieles– de la frivolidad. Dejando de lado la agudeza y el tino que, entre otras cualidades, le conocíamos en su trabajo como titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, se saltó los principios más elementales de la discreción y el recato tantas veces demandados por el presidente a los funcionarios de su gabinete, y lo vimos cediendo a las tentaciones de glamur y… la frivolidad.

Los casos de Lorenzo Córdova y Jorge Castañeda se hermanan al haberse burlado y menospreciado, respectivamente, de la forma de hablar de los pueblos originarios y de Putla, Oaxaca, calificando al pueblo de “horroroso”.

Pero la frivolidad no sólo ronda el talante de quienes han ocupado, sintiéndose infalibles, altos cargos en la política y la administración pública; es también una forma generalizada e inevitable del clasismo, como lo constató Ángeles Mastretta al burlarse de la arquitectura de los bancos del bienestar; o Héctor de Mauleón al mofarse de las centrales camioneras adjudicando el mote de “central avionera” al aeropuerto Felipe Ángeles, y de los trabajadores de mototaxis cuyos clientes son personas humildes que no pueden acceder a medios de transporte más costosos.

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Frivolidad es mostrar desprecio por los zapatos con tierra del presidente, porque la tierra tiene aroma a pueblo y ellos, los clasistas, están no sólo muy alejados de éste sino que no lo conocen pues para ellos, sencillamente, no tiene importancia.

Frívolo es ampararse para seguir ganando más que el primer mandatario. Y así podríamos seguir sumergiéndonos en esos ríos de la frivolidad, en esas aguas contaminadas de egoísmo y mezquindad que finalmente sucumbirán a la potencia del humanismo creciente que puebla las entrañas de la revolución de las conciencias que vivimos.

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