Desesperados familiares de 43 estudiantes desaparecidos llamaron el miércoles a infinidad de puertas de casas mostrando fotos de los normalistas.
Bañados en sudor tras recorrer un terreno ondulado sobre el que caía el sol a plomo, el contingente de familiares recibió puerta tras puerta la misma respuesta: nada, ningún elemento nuevo para su angustioso rastreo.
2 de octubre de 2014.-Acompañados por militares y policías, los familiares se abrieron paso entre campos con espesas y altas hierbas para examinar barrancos, terrenos baldíos y aldeas al sur de la ciudad de Iguala, donde los estudiantes fueron vistos por última vez. Algunos testigos han asegurado que muchos de los estudiantes fueron subidos a vehículos policiales después de que uniformados dispararan contra los autobuses en Guerrero, un Estado con fuerte presencia del crimen organizado.
Autoridades estatales han expresado que sospechan que policías de Iguala están coludidos con narcotraficantes, lo que ha acentuado el temor sobre el destino de los estudiantes. En México 80.000 personas han muerto y 22.000 han desaparecido desde 2006 a raíz de la violencia generada por el narcotráfico.
La búsqueda se está llevando a cabo en zonas que se consideran de alto riesgo porque «de alguna manera las domina y controla la delincuencia organizada», explicó Manuel Olivares, coordinador de la Red Guerrerense de Organismos Civiles de Derechos Humanos. Las familias mantienen la esperanza viva aunque Ortega reveló que la búsqueda se enfoca también en lugares donde los narcotraficantes suelen enterrar sus víctimas.
«Buenas tardes, estamos buscando a nuestros familiares que desaparecieron el fin de semana. Esperamos que puedan ayudarnos con información», explicó a dos criadores de cerdos Meliton Ortega, tío de uno de los desaparecidos de 17 años. «No hemos escuchamos nada aparte de lo que dicen las noticias», respondió Epifanio Romualdo, de 53 años, mientras tomaba un volante y prometía llamar al teléfono impreso, en caso de saber algo.
Bañados en sudor tras recorrer un terreno ondulado sobre el que caía el sol a plomo, el contingente de familiares recibió puerta tras puerta la misma respuesta: nada, ningún elemento nuevo para su angustioso rastreo.
En una de las casas incluso se escuchaba fuerte un narcocorrido – género musical que narra hazañas de narcotraficantes-, pero nadie abrió aunque la puerta fue tocada varias veces.
«Vamos a buscar hasta que reaparezcan», comentó Epifanio Álvarez, padre de uno de los estudiantes de 19 años.