Hace 95 años se promulgó la Constitución que todavía nos rige. Producto de años de lucha armada; heredera de la memoria de los constituyentes liberales de 1857; y esperanza de los derechos sociales, la libertad y la soberanía, nuestra Constitución fue redactada en poco más de dos meses, por cerca de 150 diputados electos en todos los rincones del país.
El Presidente Venustiano Carranza justificaba así la necesidad de una nueva Constitución:
La soberanía nacional, que reside en el pueblo, no expresa ni ha significado en México una realidad, sino en poquísimas ocasiones, pues si no siempre, sí casi de una manera rara vez interrumpida, el Poder público se ha ejercido, no por el mandato libremente conferido por la voluntad de la nación, manifestada en la forma que la ley señala, sino por imposiciones de los que han tenido en sus manos la fuerza pública para investirse a sí mismos o investir a personas designadas por ellos, con el carácter de representantes del pueblo.
Nuestros constituyentes eran abogados, ingenieros, empleados, telegrafistas, maestros, tipógrafos, talabarteros, médicos, agricultores, contadores, comerciantes, mineros, periodistas, obreros. Y algunos ellos fueron hombres que influyeron en la vida pública de la siguiente generación: Francisco J. Múgica, Heriberto Jara, Félix Palavicini, Luis G. Monzón, Cándido Aguilar y otros. La mayor parte de los diputados tenía entre treinta y cuarenta años. En 66 sesiones modelaron el futuro de la República y definieron los alcances de las normas que regirían la vida económica, social y cultural del país. Los debates sobre los artículos 3º, 27 y 123 constitucionales fueron esenciales para establecer las bases sobre las que se constituyó una soberanía basada en el derecho del pueblo de México a definir y cambiar la forma de su gobierno.
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