#Opinión: ‘Conticinium’ | Mario Alberto Medrano

El editor y escritor Mario Alberto Medrano comparte la estremecedora historia de Diana, una mujer que se enfrenta a un difícil proceso de salud, sin dejar de lado los sinsabores de la juventud.

RegeneraciónMx, 05 de mayo de 2022.- Sentí los labios de Blanca tan cerca de mi oreja, tanto, que logré percibir cómo los abría y cerraba. Metió su lengua, me llenó de saliva, fastidiándome. Apartó el rostro y lanzó sobre mí un rostro mordaz y una boca lluviosa que ahora sonreía, llena de sorna. Sentí mi piel enchinarse. Limpié con la manga de mi suéter mi oreja. Se dio la media vuelta, acompañada de Regina, rumbo a la salida del colegio. Al poco tiempo, mi padre me recogió, una vez ida la mayoría de los alumnos, para ir de nueva cuenta al médico.

***

Volvimos una y otra vez con el audiólogo para las pruebas auditivas. En poco tiempo, el zumbido había avanzado hasta ser el único sonido que percibía, pero poco a poco, comenzó el silencio completo. Para este punto, ya había pasado por audiometrías, exámenes de imagenología especial de la cabeza, tomografía computarizada del hueso temporal. La retahíla de médicos comenzó con el primer mareo, fue en la enfermería de la escuela. Cuando volví, todos rumoraban y cuchicheaban, pronto supe que decían que estaba embarazada, el chisme corrió rápido.

¿Cuántos meses tiene?
El padre es Ramiro, su novio de primero
No les hagas caso, son unas idiotas, me dijo Mina

No me preocupaba mucho lo que decían, en fin, nunca me ocupó sus insinuaciones. A los dos días, recuerdo perfectamente la ceremonia de los lunes, cuando debía llevar la batuta de la escolta, el vértigo me quebró, no me pude levantar. Vomité y vomité. Cada que intentaba ponerme en pie, el mundo rodaba delante de mí. Ahí inició el zumbido. Mis padres fueron por mí a la escuela y me llevaron acaso. Me dieron té, me recosté y pronto se me calmó. Al día siguiente visitamos al médico.

Son necesarios estudios, pruebas. ¿Diana, ya iniciaste tu vida sexual?, preguntó de la nada el médico, frente a mis padres.

Un año antes había tenido relaciones con Ramiro, a quien conocí en un campamento en la escuela. Él estaba por salir de la secundaria y yo a punto de pasar a segundo.  

Sí, dije tímidamente

Durante el trayecto a casa, mis padres no me dirigieron la palabra, ni entre ellos. Cuando llegamos a casa, cada quien se encerró en su habitación y no salimos sino hasta la cena. Me cuestionaron sobre el asunto, les conté de Ramiro, de hace un año y de la única vez. Se miraron entre ellos. Ambos me apretaron la mano y seguimos comiendo.

Los resultados de sangre, orina, y demás no dieron, en inicio, con la otosclerosis. Tardó el médico en entender que el problema era más grave cuando volví a recaer, a sentir mareos, vértigo. Una noche, después de la cena con Mina y Sergi, me despertó un zumbido, el cual bajó por el hélvix, ocupando todo el pabellón auricular. Fue creciendo, primero como el vuelo de un mosquito, pronto se volcó en una oleada de ruido por toda la fosa de mi oído. Desperté a mis padres, pues aun dormida el mundo subía y bajaba, como en juego de feria. Di Traspiés hasta su cuarto. Me llevaron a urgencias, me tomaron la primera muestra de tomografía. Entrada la madrugada, entre enfermos, en una sala de espera, yo recostada, ya con una leve mejora, dijeron a mis padres que el problema era auditivo. No tardamos muchos en saber el nombre de la enfermedad, lo cual podría ser tratada o llegar al punto de perder ambos oídos.

Ahí inicié mi caída al silencio.  

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La estremecedora historia de Diana, una mujer que se enfrenta a un difícil proceso de salud, sin dejar de lado los sinsabores de la juventud.
Foto: Especial

Bajo un estricto régimen de medicamentos con vitamina D, volví a la escuela. El rumor de mi embarazo se había desvanecido. A Mina y Sergi les dio gusto verme, de los demás sólo recibí indiferencia. Mis padres hablaron con los directivos de la escuela, quienes, personalmente, alabaron mi fuerza para llevar esta enfermedad. No se ha quejado al momento, decía mi padre; es admirable, contestaba la directora; por favor, tengan especial cuidado con ella, reviraba mi madre. Muchos días pasé imaginando que no era lo peor que me podía ocurrir perder la audición. No sentí recelo, no dolor, ni ninguna tristeza al respecto. El zumbido a mi lado derecho rápidamente se volvió en cementerio; al izquierdo, no tardó en iniciar el vuelvo de avispa durante todo el día.

Fue la segunda clase. No la había notado sino hasta el ahora. Blanca, quien después de las vacaciones de verano, había vuelto con los pechos túrgidos. Tragué saliva al verla, con la falda un poco arriba de la rodilla y la chazarilla con ambos botones de arriba desabotonados. Pasó junto a mí y me albortó el cabello como se le hacen a los infantes. No había sentido hasta ese momento tanta irritación. Dije no. En mi cabeza se escuchó mínimo, pero cuando todos voltearon a verme, entendí que no fue así. La maestra se acercó a mí y me guio afuera. Me miraron. Blanca me miró. Me explicó que si no me sentía cómoda, podía tomar clase después o  si deseaba, podía leer mi libro. Aún me era posible escuchar, aunque muy poco. El zumbido hacía difíciles de entender las vocales, pero yo me apoyaba en la articulación de las personas. Tardé mucho en identificar las palabras sólo una silueta pronunciada. Preferí ir a la biblioteca, le dije a la maestra mostrando mi libro. Nunca fui una gran oradora. La otosclerosis me ahorro muchas conversaciones y disculpas. Durante el día no volví a ver a Blanca, pero pasé el día entero pensando en ella, con rencor, pero también con un aguijón dentro de mi pecho al recordarla de pie.

Mis padres y yo nos resignamos a saber que perdería la audición, que no había aparato que pudiera sustituir mi aparato auditivo. Además, la rapidez con que avanzó no les permitió hacer mayores intervenciones. Mi padre propuso operaciones, se cansó de investigar alternativas, pero no había forma de salvar mis oídos. No sé si fuera tesón o valentía, pero dentro de mí no había furia, sino alivio. Los maestros y médicos les recomendaron terapias, pues una adolescente pasa por cambios. A mí, la regla me había llegado desde la primaria, así que no fue un factor. Es hogareña, decía mi padre; es inocente, decía mi madre. Debido a que mi pérdida fue postlingüística, me incitaron a segur hablando, sabía las palabras, su pronunciación, pero cada vez que lo intentaba, me hacían el gesto de bajar la voz. Probé, hablé, me frustré. Siempre era los mismo, entonces, por mí fue mejor no volver a decir palabras. Intentamos con lenguaje de señas, pero me pareció tedioso, con una maestra para niños infantes. La sordera me permitía un asilamiento constante, eterno.

Pronto habité mi propio mundo.

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La escena es chusca. Mi padre se levanta de la mesa, mientras hace un aspaviento que hace volar el plato,  mientras mi madre, primero, se protege de ese brusco movimiento, pero después se levanta, con la cara enrojecida, y confronta al hombre que tiene de frente. En mi cabeza, todo es parte de un musical. Yo, sentada a la mesa, comía la sopa, y todo era la película muda y a color a la que le di un diálogo, una ambientación y un ruido de fondo cómico. MI madre salió del escenario, cabizbaja, llorando, mientras mi padre sale por la puerta detrás de mí. Plaz! (sonido de puerta azotada).

Fue a hora del recreo. Todo era un gran circo. Nunca había tomado tiempo para ver lo ridículo que son los gestos de las personas. Se les arruga la cara horriblemente. La nariz. Los guapos, no son guapos, son feos, con los cuellos largos, la cara lujuriosa. Dante, el más popular, un remedo de Justin Bieber, región cuatro. “De qué te ríes”. Blanca me escribió al whatsapp, mientras estaba a mi lado. “Lamento si te hice enojar”. Su pierna rozaba con la mía. “Ok”, respondí. “Lamento, otra vez, lo de…”. “NTP”. Se quedó a mi lado, durante todo el recreo, mientras tomaba su jugo y comía uvas. A veces, me acerca a la mano el tóper. Cogí algunas. “Ya sonó la  campana, hay que volver  clases”. “Ok”.

A la salida, la vi alejarse. Sonreía, siempre sonreía. En ella no existía ninguna imperfección. Lamentaba no poder acercarme a ella. Mañana era el último día antes de las vacaciones de fin de año. Pronto llegaría la navidad.

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Mi padre no pasó fiestas decembrinas con nosotras. Mi abuela nos visitó, me mimó y se estuvo conmigo todo el tiempo. Mientras, mi madre se hundía en su propio silencio.

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Volvimos en enero a la escuela. El frío en esas épocas era mi favorito. MI cumpleaños estaba próximo y decidió mi madre que era una buena idea una piyamada. Mina era la única invitada, pero fue quien se encargó de invitar a Regina. “Holis, quiero saber si puedo invitar a Blanca tu casa”, escribió Regina. El corazón me palpitó, muy  rápido. “Ok”. Escribí.

En punto de las ocho llegaron las tres. Blanca, Mina y Regina. Vi a mi madre hablarles. Yo aparecí pronto. Todas, con nuestros celulares, decidimos jugar Call of Duty. Nos conectamos, cada una con su teléfono. Blanca, a mi lado, con su piyama, un short y un top. Nuestros brazos y piernas rozaron muchas veces. Era suave, mucho. MI madre ordenó pizza. Vimos una película, con subtítulos. Fue una noche larga, de mucho escribir. Supe, por ejemplo, que a Regina le gustaba Tony, el hermano de Blanca; a Mina, Fer, el chico de primero que se volvió novio de Sandra, nuestra compañera. “Nadie, no me gusta nadie”. “Yo sé que le gustas a alguien, Diana”, escribió Regina. “a quien”,” a quién”, apareció el comentario de Blanca y Mina. De reojo, miré a Blanca. “A Luis”, escribió. Pero nos abe cómo acercarte a ti, con tu problema”. Vi a  Blanca y Mina mirar a Regina, abrir la boca, pegarle con cojines en la cara. “Lo siento, no fue mi intención, Diana”. “Ok. Todo bien”.

Dormimos sobre colchonetas en la sala. Blanca, Regina, Mina y yo, en ese orden. Estaba inquieta. MI pecho subía y bajaba, a un ritmo rápido. Blanca se levantó dos veces al baño. La segunda, me asomé a ver si las otras dos dormían. Mi teléfono vibro. “Ven”, escribió Blanca. Me levanté. Tanto Regina como Mina parecían laxas, genuinamente dormidas. Caminé por el pasillo que da al baño. En la oscuridad vi la grieta de luz dentro de la noche. Entré. Blanca se acercó a mí. “Yo también sé que a alguien le gustas”. Me miró. Se acercó a mí, metió su mano dentro de short, sus dedos dentro de mí. Mi cuerpo estaba húmedo, sus dedos se deslizaron sin problema, mientras los movía. Me tapó la boca y con su dedo hizo el gesto de callarme. Los dedos de mis pies se encogieron. No quería ser sólo una espectadora de esto, dejé mi teléfono sobre el lavabo y besé a Blanca. Toqué su pechos, aunque con miedo y deseo. Sus pezones se erigieron. Fue muy rápido mi clímax. Ella, mientras yo terminaba, me miraba fijamente. Cerré y abrí los ojos. Agitada, palpitando. MI cuerpo estaba caliente, aullando. Blanca abrió la puerta, apagó la luz y salió. Cuando volví a la cama, ella dormía. Su pecho subía y bajaba. Me acosté a un lado de Mina y cerré los ojos.

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Movimientos lentos

La escena fue en movimientos lentos.

En verano, y como parte de festejos de fin de curso, fuimos a casa de la playa de mi abuelo paterno. Mis padres hicieron una tregua. Rumbo al fin de año escolar, Mina, Regina, Blanca y yo nos hicimos inseparables. En mi mundo de ecos lejanos, sólo de recuerdo de voces, no sentí que estuviera distanciada de nada de lo que vivía. La amistad de ellas me hizo sentir que era parte de un todo, que la vida iba normal. Luis se acercó a mí, me pidió que fuera su novia. Blanca comenzó a ser novia de Rey, uno de los galanes de la escuela. Nunca volvimos a escribir sobre lo que ocurrió.  Acepté.

En la fiesta que hicimos en la playa, que mis padres y otros organizaron, estuvimos las cuatro, Rey, Patricio, entonces novio de Regina, Paul, quien quería con Mina, y Luis. Nos permitieron tomar cerveza. Mi relación con Luis se basó en besos, escribíamos poco. Fue, hasta la tarde, una gran fiesta. Entrada la noche, justo cuando el sol se oculta,  el instante en que el mar se rompe y revienta el sol en miles de partículas, me senté a ver el atardecer. Blanca se acercó a mí. Poco a poco su presencia mera más necesaria. “Es hermoso”. “Mucho”. “Luis es muy guapo”. “También Rey”.  “Mis padres quien que estudie arquitectura, si te dije?” “No. Pero tú quieres ser chef”. “Bueno, aún tengo tiempo de elegir, los años de la prepa”. “Tú, vas a estudiar literatura, por fin te decidiste”. “Sí, no me imagino en otra cosa”. Sonreí. Sonrío. “Al menos, no perdiste la vista”. Leí lo que me dijo como una puñalada. De cualquiera hubiera aceptado la broma, el comentario, no me hubiera afectado. Pero de Blanca resultó repugnante, odioso. Me levanté y me fui. “No aguantas nada”, escribió.

Blanca se besó y fajó toda noche con Rey. Decidí llevar a otro punto mis besos con Luis. “Te veo en el cuarto, donde duermo”. NO tardó en llegar Luis. Nos comenzamos besar. En mi mente, el rostro de Blanca me estremecía la piel. Nos desnudado raídamente.

La escena fue en movimientos lentos.

Él encima de mí, moviendo su cuerpo. Yo, fustigada por la imagen de Blanca, sorprendida por su repentino distanciamiento. Grité, una, dos, tres, muchas veces. Luis me miró con angustia. Pronto, la puerta se abrió. El rostro de mi padre, violentado. Detrás suyo, Blanca, mirándome.  Sin ningún gesto en su rostro. Nos miramos por un instante. La boca de mi padre: Sorda puta. Mi madre, abofeteándolo.

Blanca y yo, ahí, en ese cuarto. Ella, con su indiferencia.

La noche en fuego adentro de la casa, entre el fuego de la furia de mi padre y mi deseo perpetuo por ella. Afuera, la noche ha llegado a todos los oídos.