Por Víctor Baca
RegeneraciónMx.- El día 24 de abril de 1921, don Ramón López Velarde, tomaba el ejemplar de la revista “El maestro”, impulsada por José Vasconcelos, donde se publicaba su poema “Suave patria” y, tal vez, ni él sabía que sería la última vez que vería uno de sus poemas publicados. Dos meses después, el 19 de junio, falleció a causa de una pulmonía.
Cien años después, y como muchos aseguran, es uno de los poetas más estudiados. Sin embargo, como siempre pasa en la poesía, nadie tendrá nunca la última palabra pues la actividad de Ío es una forma de aprehender los momentos significativos, no de la vida personal sino de muchas vidas y tiempos.
“Poeta nacional”, le comenzaron a llamar desde que sus exequias se realizaban pues, aunque no dimensionan aun con precisión la fuerza y belleza de su himno y, tal vez era muy pronto, para comprender su forma de expresar sus pensamientos poéticos, lago tenía que optaron por llamarlo así.
No sé si poeta nacional, sí sé que, junto con Saturnino Herrán, su amigo y maravilloso pintor, empezaron a plantear una forma novedosa de observar el paisaje nacional.
Tampoco podemos obviar que, los avatares poéticos, apenas empezaban a pensar sobre el carácter que debería contener y la manera como deberían perfilar nuestras voces poéticas, además de vivir un proceso complejo que a través de una revolución pretendía enfrentar el mundo, aun sin saber lo que el siglo XX vendría a ofrecer al mundo poético.
Villaurrutia muy pronto descubrió su valía, pero Jorge Cuesta, nuestro imprescindible crítico, acudió desde sus propios principios culturales a través de una crítica constructiva y creativa. Manifestó la imperiosa necesidad de fundar no sólo una tradición literaria, sino una tradición cultural de la que se pudieran asir críticos y creadores por igual. Parece ser evidente que este momento lo propició la Revolución en 1910, pues en ese punto, la crítica consciente o inconsciente se refería a toda institución existente, existía la necesidad, la exigencia de hacer lo propio con nuestras letras, examinarlas, criticarlas e introducirlas a la historia para que no fueran una simple adenda o adorno de la realidad nacional. En ese momento las condiciones estaban creadas y, más aún, podríamos pensar que con Enrique González Martínez y, sobre todo, con Ramón López Velarde o Alfonso Reyes, podría instaurarse esa tradición tan necesaria.
Por razones difíciles de explicar y que nos alejan del tema en esta exposición, sólo diremos que no aconteció; y que, aunque existe una insinuación en 1911, por parte de López Velarde, quien tenía la oportunidad de ser no sólo nuestro gran poeta sino el creador de la ruptura e inicio de nuestra actual tradición, de manera inexplicable, como señala Cuesta, optó por marginar a la poesía del proyecto revolucionario. En el mismo tenor señala, en su ensayo sobre Torres Bodet, (“Un pretexto: Margarita en la niebla) que “Es él (RLV), el primero que trata de construirse su lenguaje; antes de él nadie emplea tal “desconfianza” artística en la elaboración de su estilo. Es cierto que sólo a medias alcanza lo que se propone, que su estilo es más rebuscado que precioso, más alambicado que oscuro, y que oculta desigualmente su fondo romántico.
Pero, de cualquier manera, es el primero que aspira a obtener, y que logra con frecuencia, aunque aisladamente, una “poesía pura”. Aunque, también es cierto que la poesía de López Velarde, de cualquier manera, termina por encarnar “el alma del pueblo”, como lo señala también, Tomás Segovia, sin embargo, no constituyó la dimensión crítica que las circunstancias le ofrecían; y, por otra parte, casi en el mismo sentido, González Martínez, tal vez consideró, que enfrentar al modernismo, torcerle el cuello al cisne, era bastante. Y, a decir verdad, era bastante. Por otro lado, Carlos Monsiváis, en sus “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, puntea que “la Revolución no consistió solamente en la lucha armada o política”. Por ello, la naturaleza revolucionaria replanteó la posibilidad de constituir una nación, es decir, atender todas y cada una de las partes que la conformaban.
En primer lugar, aunque no se sabía cómo, se evidenciaba la necesidad de diseñar un nuevo sistema, un nuevo modelo que insertará nuestro país dentro del discurso universal y eso sólo se lograría estableciendo las estructuras políticas, sociales, culturales que respondieran al cambio suscitado. Con la revolución se resquebrajó el sistema existente. El poeta Ramón López Velarde decía que, “la pluma civil hiede” como crítica a lo que se hacía desde las épocas de Iturbide. Como un reflejo del claro retraso en que se encontraba el sistema prevaleciente durante el siglo XIX. Respecto del vacío ocurrido en la tradición cultural y literaria mexicana, Tomás Segovia, su ensayo “Nuestro “Contemporáneo” Gilberto Owen”, señala que López Velarde –uno de los únicos poetas que lograron la aceptación de casi todos los grupos culturales, incluido Contemporáneos- pudo haber resuelto la conexión entre la situación histórica (revolución) y la cultural (constitución), pero simplemente, no lo hizo. Sin que, por ello, se olvide que, al igual que los miembros del “grupo sin grupo”, tenía “la tentativa de hacer de la poesía mexicana una poesía contemporánea (revolución) de la poesía mundial (constitución)”.
Finalmente, lo que queda claro es que Ramón López Velarde es, sin lugar a dudas, el poeta que revolucionó la poesía y nada pasa si un solo poema lo convirtió en el poeta nacional
* Escritor y académico, estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Es autor del poemario Lampos (Cuadrivio) y de la novela Tiempos Libres (Premio Letras Confinadas 2020). Dirigió por más de una década la revista de literatura Tierra prometida.