Teoría del “dron”

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Regeneración, 5 de marzo de 2015.-En mayo de 2009, un antiguo asesor del general David Petraeus llamado David Kilcullen escribió un artículo de opinión en el New York Times apelando a una moratoria en los ataques con aviones no tripulados llevados a cabo por los EE.UU. contra Al Qaeda y sus socios en Afganistán, Pakistán, Somalia y Yemen. Las ventajas militares de utilizar “drones” (el Ejército de los EE.UU. define como “dron” “un vehículo terrestre, marítimo o aéreo de control remoto o automático”) se ven superadas, sostiene Kilcullen, por sus costes.

Tal como observa el pensador francés Grégoire Chamayou en su sutil y provocadora “investigación filosófica” de la guerra con “drones”, el artículo de Kilcullen ofrece un atisbo de los “debates internos en el seno del aparato militar norteamericano” sobre la transformación de una tecnología de vigilancia en un vehículo para administrar una fuerza letal (los “drones” Predator, que se habían utilizado ampliamente con fines de vigilancia durante la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999, fueron equipados con misiles Hellfire en pruebas llevadas a cabo en febrero de 2001, convirtiendo, tal como dice Chamayou, “un ojo en un arma”).

Kilcullen reconocía la atracción fatal que ejercen los ataques con “drones” para los responsables políticos: tienen efectos mensurables, imponen una “sensación de inseguridad” al enemigo, porque los “drones” operan por control remoto (a menudo por medio de “pilotos” que se sientan en una oficina de una base aérea en el desierto de Nevada), no conllevan ningún riesgo de bajas norteamericanas. Los aspectos negativos son, sin embargo, considerables.

Los ataques con “drones” inducen una “mentalidad de asedio” en la población civil, sugería Kilcullen. Un dirigente tribal de Pakistán le comentó el año pasado a Steve Coll, del New Yorker, que la cantidad de tiempo que pasa un “dron” planeando por encima de su blanco antes de descargar su arsenal – a veces días, más que horas – ha “convertido a la gente en pacientes del psiquiatra”. (Chamayou desatiende este aspecto temporal de la guerra con “drones”, que forma a buen seguro parte de lo que lo hace más distintivo…y tan distintivamente inquietante. Se centra, en cambio, en lo que un operador de la CIA llamó en cierta ocasión la “mirada que no pestañea” del “dron”, la visión panóptica de sus sistemas de vigilancia, que recopila “archivos” de las vidas de los blancos potenciales basándose en patrones de comportamiento repetido, desviarse de los cuales puede bastar para llevar a cabo un ataque. Uno de estos sistemas lleva por nombre la “Mirada de la Gorgona”).

Kilcullen sostenía que los ataques con aviones no tripulados minan el esfuerzo de contrainsurgencia norteamericano en los páramos tribales del norte y el sur de Waziristán, cuyo objetivo estriba en aislar a los militantes islamistas de las comunidades en las que viven: quienes proponen una guerra de “drones” buscan un arreglo tecnológico para lo que es, en primer lugar, un problema político. Para Chamayou, el razonamiento de Kilcullen dramatizaba la tensión entre dos paradigmas aparentemente irreconciliables: un paradigma en el que los “resultados políticos” (hacerse con los corazones y mentes de la población local) son más importantes que los éxitos tácticos en el campo de batalla; y un paradigma antiterrorista, del que el programa de “drones” es una mutación, que resulta “a la vez moralizante y maniquea” y “abandona cualquier análisis real de los raíces de la hostilidad y sus propios efectos sobre ella”.

Al llamamiento de Kilcullen a detener los ataques se le acabó, no obstante, haciendo caso omiso en la Casa Blanca, a tal punto que resulta plausible sugerir, como hace Chamayou, que el programa de “drones” tiene hoy en día tanto de “emblema” de la presidencia de Barack Obama como la Ley de Atención Asequible (Affordable Care Act, el “Obamacare”) o el deshielo en las relaciones diplomáticas con Irán.

El programa tiene sus orígenes en un memorándum escrito poco después del 11 de septiembre por el predecesor de Obama, George W. Bush, que autorizaba el asesinato selectivo de los terroristas de Al Qaeda y sus aliados. El primer asesinato selectivo utilizando un “dron” tuvo lugar en junio de 2004, cuando la CIA mató a un simpatizante paquistaní de Al Quaeda en el sur de Waziristán. Pero la administración Bush fue en comparación relativamente parca en su uso de los “drones” con fines de asesinato selectivo. En total, Bush lanzó 49 ataques con “drones” entre 2004 y 2008. El programa despegó de verdad una vez que Obama se convirtió en presidente. De acuerdo con las cifras recogidas por la Oficina de Periodismo de Investigación (Bureau of Investigative Journalism), de 2009 hasta hoy, Obama ha lanzado 361 ataques solo en Pakistán (y los ataques continúan: se llevaron a cabo tres en la primera mitad de enero de 2015. La Oficina estima que entre 15 y 27 personas resultaron muertas, agentes de Al Qaeda, talibanes paquistaníes y combatientes uzbekos).

Desde 2009, un fijo del calendario burocrático de Washington D.C. ha sido la reunión semanal, conocida en algunos sectores como Martes del Terror, en los que se juntan más de un centenar de funcionarios del aparato de seguridad nacional norteamericano para elaborar una “lista de muertes”, que identifique a ojos del presidente a los candidatos a ser asesinados por los “drones”. Chamayou apunta que se desconocen los criterios utilizados para componer esa lista, aunque la asesoría legal del Departamento de Estado ha insistido en que sus métodos son “muy sólidos”, sin especificar cómo de sólidos.

Esas “seguridades” no son, tal como dice con razón Chamayou, especialmente tranquilizadoras, aunque ha habido algunos intentos por parte de la administración, independientemente de que resultaran inadecuados, de codificar los métodos seguidos en lo que Obama ha llamado “acciones letales selectivas contra Al Qaeda y fuerzas ligadas a ella” utilizando “drones”. Así por ejemplo, en un discurso que Chamayou no menciona, pronunciado ante la Universidad de la Defensa Nacional (National Defense University) de Washington en mayo de 2013, Obama anunció cierto endurecimiento de las restricciones al uso de “drones”, en parte como respuesta a una inquietud pública creciente, en el país y en el exterior, respecto a quién figura como objetivo y con qué precisión.

Ese discurso parecía prometer, entre otras cosas, límites a la infame práctica de “ataques según firma”, aprobada en 2008 por el entonces director de la CIA, Michael Hayden. Las reglas aprobadas por Hayden permitían a los pilotos de los “drones” disparar sobre cualquier varón en edad militar cuyo comportamiento se correspondiera con una “firma” que sugiriese cualquier actividad sospechosa. Los resultados de esa política resultaron previsiblemente desastrosos para cualquier civil o no combatiente que o bien mostrara los rasgos de comportamiento estipulado o, si no, que diera la casualidad de andar por medio. En su discurso de 2013, Obama reconoció que la forma en que los norteamericanos hacen recuento de las bajas civiles ha sido objeto de considerable controversia: por ejemplo, todas las personas muertas en “ataques según firma” cuentan como objetivo legítimo.

Al utilizar los “drones” de este modo los “drones”, los norteamericanos parecían sacrificar esa “precisión” misma que quienes apoyan la guerra con “drones” han aducido siempre como una de sus principales ventajas: al fin y al cabo, no hay nada de “blanco selectivo” en un “ataque según firma”. Y en cualquier caso, “precisión” es un término bastante elástico cuando se emplea en este contexto. Los misiles Hellfire que disparan los “drones” Predator, por ejemplo, tienen un “área mortal” de 15 metros (dicho de otro modo, no sobrevive nada en un radio de 15 metros), mientras que el sucesor del Predator, el Reaper, puede disparar algo denominado “pequeña arma inteligente”, que puede matar a un individuo a la vez que deja indemne a la gente de la habitación de al lado. Chamayou informa de que los estrategas norteamericanos esperan utilizar en un lapso de 25 años “nano-drones”, minúsculos insectos robóticos capaces de operar en espacios muy limitados con inimaginable precisión.

Pero el problema de hablar así de “precisión” es que mezcla, como apunta Chamayou, “la precisión técnica del arma y su capacidad de discriminar en la elección de los blancos”. Pese a los sueños febriles, de hombres como el teórico de la guerra con “drones”, Bradley Jay Strawser, que dice horrores, no desaparecerán los dilemas con los que se han debatido durante siglos los filósofos de la tradición de la “guerra justa”, sea lo que fuere que el progreso tecnológico parece prometer. Las máquinas no discriminan y “el hecho de que tu arma te permita destruir precisamente a quien quiera que desees no significa que tengas más capacidad de establecer quién es y quién no un objetivo legítimo”. Sigue siendo ésa una tarea para seres humanos capaces de establecer juicios morales.

Jonathan Derbyshire es jefe de redacción de Prospect

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7785