Un maravilloso costal de pesadillas | La trascendencia de Guillermo del Toro

Guillermo del Toro, un creador mexicano irrepetible que esperemos nos dure mucho, y que sin duda tiene un lugar bien ganado en la historia del arte contemporáneo.

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Por Miguel Martín Felipe

RegeneraciónMx, 20 de noviembre de 2022.- La tradición del cine mexicano en el género fantástico es francamente pobre. De hecho, incluso en la literatura nacional, si bien hay grandes exponentes, los escritores consagrados exploraban muy poco las fronteras de la realidad; al grado de que Pedro Páramo, un enorme relato con más de medio siglo de edad escrito por Juan Rulfo, es a día de hoy la joya nacional del realismo mágico.

Guillermo del Toro nació en Guadalajara, Jalisco el 9 de octubre de 1964. Su fascinación por los monstruos, el terror y la fantasía lo hacían coleccionar y devorar ejemplares de la revista Duda, los libros de Lovecraft, King, Matheson, Allan Poe, las películas del género gore italianas y estadounidenses, así como los capítulos de la dimensión desconocida.

Con una mente llena de una luminosa oscuridad que ya no podía ser contenida, comenzó desde niño a armar sus propias colecciones de monstruos y personajes fantásticos modelados por él mismo en plastilina, para después pasar a hacer con ellos sus propias historias animadas en un precario stop motion.

Más tarde, como egresado del Centro de Investigación y Estudios Cinematográficos, de la Universidad de Guadalajara, comenzó a trabajar en comerciales, donde incluso él mismo llegó a interpretar a un bastante cutre hombre lobo para una publicidad de Alka Seltzer. Dirigió y guionizó varios capítulos de la mítica -y terrorífica- serie Hora Marcada, producida por Televisa, donde se hizo amigo de Alfonso Cuarón, quien también fungía como realizador, cuando le hizo saber que lo ‘cachó’ adaptando como propia una historia de Stephen King para un capítulo de la mencionada serie.

En 1993, después de haber filmado dos cortometrajes, pudo conseguir financiamiento de IMCINE para dirigir Cronos, su ópera prima que reinventa el género vampírico al incorporar el elemento de la alquimia y encuadrar la historia dentro del contexto mexicano. Esa primera película fue suficiente para plasmar gran parte de los elementos característicos de toda su obra: los mecanismos de relojería abundantes en engranes, los insectos, las texturas viscosas y los seres monstruosos. Asimismo, y desde que confiaron en él para esa primera oportunidad, los actores Ron Perlman y Federico Luppi se convirtieron en sus grandes amigos y en infaltables dentro de muchas de sus producciones.

A raíz del secuestro de su padre, Del Toro migró a Estados Unidos y encontró acomodo para realizar Mimic, una historia sobre cucarachas humanoides.

En España realizó dos películas emblemáticas que lo afianzaron como un director con inquietudes por el panorama histórico, ya que, tanto El espinazo del diablo como El laberinto del Fauno están encuadradas en la Guerra Civil Española (para el caso de El Laberinto del fauno, la historia se desarrolla en los primeros años de la dictadura franquista) y aprovechan ese contexto para enmarcar historias fantásticas dentro de un drama humano puro y duro. Ambas películas nos presentan tramas paralelas de los protagonistas adultos e infantiles, donde los primeros libran la batalla que tiene como fondo el eterno conflicto de ‘las dos Españas’, mientras que los segundos viven, para el caso de El espinazo del diablo, una historia de fantasmas estilo victoriano; y para el caso de El laberinto del fauno, la protagonista se sumerge en una trama propia de los cuentos de hadas con pasajes sumamente oscuros.

De hecho, El laberinto del fauno es considerada como su mejor película hasta la fecha. En ella da rienda suelta a su muy particular visión de lo monstruoso, al tiempo que propone un doble juego para el espectador, quien puede interpretar que los acontecimientos fantásticos son una realidad objetiva, o bien, que se encuentran solo en la mente de Ofelia, la protagonista.

Del Toro también ha tenido la oportunidad de dirigir, con su muy particular sello, películas de ciencia ficción e incluso del género de superhéroes. Tales son los casos de la saga Hellboy, donde Ron Perlman da vida al demonio justiciero creado por Mike Mignola; Blade 2, el cazavampiros emblemático de Marvel; y Pacific Rim, un muy efectivo homenaje a los géneros mecha y kaiju, emblemas del manga y el cine japonés, respectivamente.

Ya consolidado en Hollywood, ‘el gordo’, como cariñosamente se le conoce, ha tenido manga ancha para hacer producciones dignas, aunque de variable calidad, como El callejón de las almas perdidas o La cumbre escarlata. Mención aparte merece la multipremiada La forma del agua, donde Sally Hawkins, Richard Jenkins, Michael Shannon y Octavia Spencer entregan actuaciones impecables dentro de una historia de reivindicación del monstruo muy al estilo de Guillermo. Igualmente hay que destacar la presencia del gran mimo Doug Jones, quien es otro actor recurrente en el cine de Del Toro, siempre dando vida a algún pintoresco ser imposible con su característico estilo de actuación en el que predomina el lenguaje corporal, con principal énfasis en el movimiento de las manos.

Series, películas, cómics, libros y demás productos sigue entregando Guillermo del Toro. En este 2022, en que ha sido reconocido como doctor honoris causa por parte de la UNAM, está por estrenarse su muy particular visión de Pinocho, volviendo a sus más tempranos orígenes con la técnica stop motion.

Como siempre lo digo en estos textos, la obra de Guillermo del Toro, quien carga consigo un maravilloso costal de pesadillas para aquel que quiera asomarse, está ahí para ser descubierta, para seguirle plantando cara a toda una visión materialista del mundo, y para recordarnos que siempre podremos hacer nuestra propia puerta hacia otra realidad para así hermanarnos con los monstruos y tal vez descubrir que es ahí a pertenecemos. Estamos ante un creador mexicano irrepetible que esperemos nos dure mucho, y que sin duda tiene un lugar bien ganado en la historia del arte contemporáneo, el cual aspira, al igual que nuestros temores y fantasías, a siempre ser universal.

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