VALIENTE

Artículo invitado como parte de la dinámica de las puertas abiertas en RegeneraciónMx.

Por Fernando Paz

RegeneraciónMx.- El hombre de la mochila gris al hombro entró al pequeño restaurante. Parecía buscar más un lugar para refugiarse del calor que para comer. Su mirada recorrió el lugar sin ver un solo rostro y fue directo a una mesa con una planta a un lado. Era alto y delgado, vestía un pantalón caqui de campaña, botas de trabajo, una playera que alguna vez fue negra y un ligero chaleco azul desteñido, desabotonado y con bolsas por todos lados. Tomó una silla y la giró un poco para quedar de lado a la luz que entraba por el vidrio que lo separaba de la calle; su piel blanca acusaba el ataque implacable del sol de Tapachula.

Andrea, mi hija, había ido al aeropuerto a recoger a un amigo periodista, Iván; venía a unirse a una caravana de migrantes para un reportaje y quería hacer el viaje completo desde la mera entrada a México por el sur hasta el norte del país. Que si conocía a alguien que le sirviera de chofer, que pagaba bien, incluidos los alimentos y combustible, por supuesto. Que no, que Andrea no conocía a nadie, bueno, sí, dos primos desempleados tenían auto pero las tías le pidieron por favor que ni les dijera, que esos chamacos eran muy arrebatados y que la ruta de los migrantes era peligrosa.

Un mesero se acercó al hombre del chaleco desteñido y le indicó que podría ver la carta con el código QR impreso sobre el servilletero, el hombre vio el servilletero, dudó y terminó pidiendo la carta impresa al joven mesero, sus dedos no dejaban de tocar la mesa con un ritmo constante, contrario al ruido aleatorio de cubiertos chocando con la losa y la cháchara distorsionada de los restaurantes. El hombre apenas si echó una mirada a la carta, ordenó sin ánimo y esperó, su semblante indicaba que no le habría importado esperar durante años. La luz del día parecía devolverle un poco la fuerza que le habían quitado tantos noviembres; con todo, el vidrio apenas contenía su mirada.

¿Consiguió chofer Iván? – pregunté a Andrea durante la cena. Sí, papá –me contestó antes de dar el bocado a una enorme quesadilla de carne deshebrada con queso del puesto de la esquina- un taxista. Ah, qué bien, ¿de aquí mismo de Tapachula? Sí –contestó- de aquí mismo. Era lo mejor –comenté- conocen la zona y son decentes a la hora de dónde quedarse y todo eso. ¿Y de dónde lo conoces, hija? –dijo mi esposa, después de un sorbo de café. De Monterrey  -dijo Andrea. Trabaja en el medio gringo que les comenté, en el que les ayudaba con la corrección de estilo y edición en mis horas libres.

Ah, mira ¿y es joven? –pregunté al aire para no parecer papá celoso. No tanto, es un señor como de 40 y cacho, tiene esposa y un hijo como de ocho años –dijo Andrea sin darse cuenta de mi rol momentáneo. Pero parece de más edad, tiene mucha experiencia como reportero y me dice que su medio lo apoya bastante, de hecho llegó en un vuelo privado porque ya no alcanzó la conexión. Ah, qué bien –dije conteniendo el suspiro de alivio- ojalá que pueda hacer su reportaje sin problemas, ya ves los choques que se han dado con la Guardia Nacional. Mi esposa me volteó a ver moviendo la cabeza de un lado a otro y sonriendo con complicidad.

El hombre sacó una vieja laptop de su mochila, conectó una USB banda ancha y se tomó de un solo trago el pequeño vaso de jugo de naranja dándole tiempo al dispositivo de hacer la conexión a la red. Mordió el emparedado de jamón sin quitar la vista de la pantalla, masticó y dio un sorbo al café. Tecleó algo y dio un clic. Otro tecleo. Siguió esperando. Se conectó y daba clics a la flecha abajo, sus ojos veían y leían, leían y veían. La velocidad del tecleo aumentó y el emparedado sucumbió a su masticación que había seguido el vertiginoso ritmo.

Hola, papá, hola, má –dijo Andrea después de meter el auto y dejar su bolsa en el perchero. Hola, hija, ¿cómo te fue? –dijo Carolina, mi esposa, al tiempo que ponía un mantel individual sobre la mesa. ¿Vas a cenar?, hice una ensalada con pollo. Andrea hizo un gesto exagerado de desencanto y me preguntó ¿Tú también vas a cenar ensalada, papá? No pude contener la carcajada. ¡Oye, a mí ni me veas, si quieres otra cosa solo dile a mamá que no quieres y pedimos algo rápido! Deja de alcahuetearla, Fernando Paz, deben comer sano y sobretodo algo ligero en la cena, más tú con tu reflujo –sentenció Carolina; valió madres la campaña pro-hamburguesa doble con tocino que había desplegado banderas en milisegundos mi yo goloso. Mañana pedimos hamburguesas, hija –dije sacando bandera blanca. Bueno, pero haré un chocomilito, ¿va? –dijo Andrea mientras iba a lavarse las manos. Fíjense que me marcó Iván, la caravana tuvo un choque cañón con la Guardia ¿Has visto algo en las redes, papá? No –contesté- ¿pero está bien él? Sí, gracias al cielo, pero algunos Guardias salieron golpeados, dice Iván que a uno lo empezaron a patear en el suelo cuando cayó en el repliegue, sus compañeros ni lo vieron. Iván y otros reporteros calmaron a la turba y lo protegieron. Pobre –dijo mi esposa- pero es que tienen órdenes precisas del Presidente de no contestar a las agresiones, solo contener. Pues sí –dije- pero estos cuates se pasan, todavía que se les da asilo y alimentos y salen con eso.

Mira el desastre que hicieron ayer en la salida a Puerto Chiapas, cuatro horas de caos vehicular porque unos cuantos taponaron el paso. No se vale, caray. Lo bueno –dijo mi hija- que Iván sabe cuidarse, ha cubierto ese tipo de situaciones incluso en África y siempre ha salido bien librado. El sexenio pasado se metió a reportear actividades del narco, bloqueos en Tamaulipas y todo eso y salió avante. Recibió amenazas, ¿eh? Y lo invitaron amablemente –Andrea dibujó comillas en el aire- a dejar de publicar y a que se fuera de Tamaulipas de plano, que según ya lo tenían ubicado con nombre real y apellidos.

Todavía estuvo un mes después de la amenaza, el wey, y publicó dos o tres artículos sobre las identidades de varios capos; hasta ubicaciones y horas de los narcobloqueos daba en sus redes. Ay no –dijo Carolina- Dios quiera que siga cuidándose y salga bien de esto también, hijita. Sí –dijo Andrea- ojalá. Terminamos la cena sin más, levantamos la mesa y nos dispusimos a dormir. En mis oraciones estuvo mi hijo Diego que está en Monterrey iniciando su carrera universitaria, mi madre, mis hermanas y la sobrinada, también estuvieron Iván, la Guardia Nacional, los reporteros y los migrantes. Solo Dios sabe qué rumbos tomará todo esto que pareciera una confabulación de la derecha mundial para provocar la represión y con eso intentar descarrilar el proyecto de izquierda del Presidente Obrador.

La laptop resistía el duro embate. El hombre de la mirada fuerte no había parado de dar clics desde hacía un buen rato, acicateado por la desesperación y tres tazas de café. Había estado buscando noticias más frescas durante más de dos horas y nada cambiaba. Volteó a ver la televisión, distraído; en el noticiario daban notas de la caravana de migrantes, pero dejó de interesarle cuando la rubia comentarista editorializó y sentenció, con una certeza de quien se cree escuchada por millones, que qué motivos podía tener el gobierno del Presidente Obrador de dar asilo y alimentos a tantos extranjeros mientras, decía histriónica, había tantos compatriotas en pobreza extrema. El hombre había hablado en tres ocasiones a un viejo colega de REUTERS y otras tantas a su amigo de la BBC en México, para ver si no le tenían otras noticias. No les preguntaba su confirmación, sino que les pedía noticias nuevas, noticias que quizá cambiaran la condición de desaparecido de su hijo. PROCURADURÍA DE JUSTICIA DEL ESTADO DE CHIAPAS. MINISTERIO PÚBLICO DEL DISTRITO ORIENTE. ASUNTO: PERSONA DESAPARECIDA… ponía el encabezado de su misiva después de las últimas dos horas de búsqueda. Dos horas de esperanza. Dos horas de querer ver luz a través del más pequeño resquicio del túnel de sus dudas. Dos horas de tecleo incesante y de llamadas antes de decidirse a poner ese encabezado. Dejó de escribir, la humedad de sus enrojecidos ojos claros no le permitía ver. Se desmoronaba.

Ese día Andrea llegó a comer. Casi nunca podía; entre atender la academia de ballet y los trabajos de edición que aún hace para una revista, se la pasaba todo el día afuera. Habían pasado sin novedad dos días después del choque de la Guardia Nacional con la caravana en Escuintla. Saludó cansada y distraída. Cerré la laptop y ayudamos a mi esposa a poner la mesa. Carolina sirvió la pechuga a la plancha con verduras al vapor para mí y pechuga empanizada, verduras salteadas y frijoles refritos para ellas, mi hija y yo pasamos en silencio los vasos, la jarra de refresco y las tortillas. Hice una oración de gracias por la comida y enseguida pregunté ¿Todo bien, hija? –mientras me servía un vaso de agua de pepino con limón. Andrea movió la cabeza negando y apretó los labios mientras los ojos se le humedecían. Le tomé la mano sobre la mesa, Carolina me volteó a ver angustiada, mientras me apretaba el brazo, le indiqué con un ligero movimiento de los dedos que se mantuviera tranquila. ¿Qué pasó, muñequita? Dinos, aquí estamos para ti, para lo que sea. Creo que algo le pasó a Iván – dijo apenas audible al tiempo que se enjugaba las lágrimas. Desde las 10 en que me dijo en un whats que iban llegando a Pijijiapan, que habían caminado por la vía del tren desde las 12 de la noche saliendo de Mapastepec, no me contesta. Su teléfono llama pero él no toma la llamada. Pero cómo –preguntó mi esposa- ¿y el auto que rentó con el taxista? Desde ayer lo despachó a Pijijiapan –dijo Andrea- le dijo al señor que iba a caminar ese trecho para entrevistar a algunos migrantes, aprovechando que estaría tranquila la jornada en lo fresco de la noche. De inmediato recordé las historias de los maras que se escuchaban casi diariamente y hasta poco después de que cancelaran el tren Chiapas-Mayab hacía 5 años, secuestraban migrantes para venderlos a los narcos, los varones para fuerza de trabajo, las mujeres para la prostitución y los niños y niñas para la pornografía infantil; sí, se habían diversificado los muy hijos de puta; los más veteranos se salvaban de ser ejecutados ahí mismo solo si pagaban la cuota de rescate sus parientes en los Estados Unidos. Andrea no lo sabía, había estado en Monterrey durante su carrera y tres años más laborando allá. Tranquila, hija, quizá perdió el teléfono o solo los asaltaron y se lo quitaron pero debe estar bien. Tú misma dijiste, se sabe cuidar – dije con tono casual y tratando de mostrar serenidad. Sí, mi amor, ya va a comunicarse, hija, ya verás –dijo Carolina y se paró para abrazarla. Andrea se calmó un poco, es muy sentimental y rápido hace fuertes lazos de amistad con todos. Comamos y demos tiempo al tiempo – terminó diciendo mi esposa.

Eran las seis de la tarde cuando me marcó Andrea. ¿Papá? –dijo contenida- ¿estás con mamá? Sí, hija, aquí estamos viendo una peli ¿Qué pasó?  –dije pausando la tv y temiendo lo peor. Pon el altavoz, por favor –dijo jalando aire ruidosamente por la nariz. Ya, dinos, hija –dije mientras mi esposa me apretaba la mano. Mataron a Iván, papá, lo mataron, papá –dijo llorando.

PROCURADURÍA DE JUSTICIA DEL ESTADO DE CHIAPAS. MINISTERIO PÚBLICO DEL DISTRITO ORIENTE. ASUNTO: PERSONA DESAPARECIDA.

Yo, Jorge Suárez Smith, por mi propio derecho y con el debido respeto me dirijo a usted para denunciar la desaparición de mi hijo…

El sonido altísimo de su teléfono lo sorprendió al grado de que derramó el café. Deslizó el índice sobre la pantalla para contestar mientras ponía una servilleta entre la taza y el platito. Diga – espetó nervioso. ¿Jorge? Soy Jean Pierre de REUTERS –dijo una voz con el característico sonido gutural de la erre francesa. ¿Qué tal Jean, ya lo encontraste? ¿Supiste algo? ¿Está bien mi hijo? –preguntó Jorge pidiendo respuestas con los ojos y queriendo esbozar una sonrisa. Amigo, lo siento en el alma…lo encontraron muerto cerca de un arroyo. Jorge cerró los ojos cansados, derramó gruesas lágrimas en silencio y temblaba ahogando los sollozos con el puño sobre los labios. Su hijo, su único hijo. ¿Cómo fue? –dijo apenas, carraspeando. Fue el narco, tenía…tenía el tiro de gracia – dijo Jean Pierre con voz suave. Maldita la hora en que le contó sus historias de corresponsal de guerra en Vietnam y en El Salvador. Maldito el día en que le contó cómo descubrió una red de narcotráfico entre Colombia y México que implicaba directamente al Presidente Uribe y al Presidente Calderón. Maldita la hora en que decidió seguir sus pasos. Malditos narcos hijos de perra. Malditos presidentitos vasallos de su codicia.

Al día siguiente del trago amargo, invitamos a desayunar a Andrea a un restaurante en la zona oriente de Tapachula en el que sirven muy buenos chilaquiles y un excelente café. La noche anterior fue larga y muy triste. Un amigo reportero, Julio, fue quien le avisó a Andrea, ni enterada estaba que él también andaba en la caravana. Los habían parado antes de llegar a Pijijiapan, le dijo, como a las once de la mañana, justo antes de cruzar uno de tantos ríos que bajan desde la Sierra Madre de Chiapas y surcan todo el Soconusco. Los tipos iban en camionetas todoterreno blancas y con logos, al parecer sobrepuestos, del Instituto Nacional de Migración. Vestían uniformes ligeramente más oscuros que los originales; eran “de los pesados”, le dijo, por las armas que llevaban.

Los migrantes de la caravana habían salido en chinga apenas frenaron las camionetas y se habían perdido entre el monte. Los reporteros y voluntarios, doce en total, se habían quedado quietos al ver los rótulos de las trocas. Una vez que los matones identificaron a Iván, los pusieron a todos de rodillas de cara al río. Iván se paró y les picó el orgullo, si solo iban por él por qué matar a los demás, ellos no les habían hecho nada. Les dijo que hasta en las guerras había honor, y que qué eran ellos después de todo; un arma en sus manos ¿los hacía soldados o simples matones?

El jefe, encabronado, les dijo a los demás que se sacaran a la verga, disparando al aire y le dio un culatazo en la espalda a Iván. Julio y otros habían regresado al lugar una hora después, encontraron a Iván a la orilla del río, maniatado, sin lengua y con un tiro en la nuca. Andrea casi no había dormido, pensaba en el hijito de Iván de ocho años y al que una vez había visto cuando se encontró con ellos en el súper. Su hijito, papá, el niño, repetía llorando antes de que cayera rendida en un sueño intranquilo.

Andrea y Carolina pidieron chilaquiles verdes con pollo, yo chilaquiles rojos con pollo y dos huevos fritos encima, aprovechando que la policía nutrimental estaba en receso. Noté nervioso a un tipo alto, delgado y atractivo aún con su edad avanzada, traía un chaleco azul desteñido, tenía toda la facha de reportero de la vieja escuela y se lo comenté con una sonrisa a Andrea que lo tenía de frente. Andrea bromeó con que tenía un parecido con Iván y sonrió con tristeza. Había ya poca gente y habíamos escuchado su incesante tecleo sobre una robusta lap top Toshiba con la hoy inusual USB de banda ancha.

En ese momento su teléfono sonó fuerte y derramó el café sobre la mesa. Diga –dijo alterado. Por alguna razón activó el altavoz sin darse cuenta -¿Jorge? Soy Jean Pierre de REUTERS – dijo una voz con acento francés. El viejo hizo una serie de preguntas que intuimos se referían a su hijo desaparecido… “lo siento en el alma” -alcanzamos a escuchar- “lo encontraron muerto cerca de un arroyo”. Andrea fue la primera que entendió, sus marcadas ojeras recibieron un nuevo río de llanto, negaba con la cabeza mientras veía derrumbarse al viejo periodista. Al verla así, volteé nuevamente a verlo y entendí. Es el papá de Iván -dije suavemente a Caro con un nudo en la garganta. Andrea esperó un rato, respiró hondo y fue despacio hacia él retrayendo los labios.

En una esquina del restaurante, la televisión daba la nota de que la caravana migrante había llegado ese día a Pijijiapan, Chiapas. La comentarista estrella de Milenio decía que un periodista méxico-estadounidense de nombre Iván Suárez, había muerto ahogado mientras se bañaba en un río a 20 kilómetros de esa ciudad y sentenciaba, rigurosa, de lo desinformado que estaba el Presidente Obrador, quien en un tuit daba el pésame a los familiares del periodista, condenaba el cobarde asesinato del periodista y decía haber enviado una respetuosa carta a la FGR sugiriéndole al Fiscal General atraer el caso.