No hay un Estado fallido, hay un Estado casi perfecto al que le tocó por desgracia un país fallido y que, en la perspectiva del gobierno actual, está tan a las orillas del desastre que es necesario reformarlo.
Carlos Monsiváis/
Lo que el Decálogo de Felipe Calderón da a entender o proclama es muy sencillo: convencido el Estado de la indeblez de la sociedad, se propone entregarle algunas reformas que lo acerquen a la posibilidad de la redención, así por ejemplo, la reelección de diputados, senadores y Quién Quita, le permite al pueblo la esperanza de nacer de nuevo en cada periodo, igual de candoroso y reiterativo; así por ejemplo, las candidaturas independientes le permiten a la vanguardia de los votantes esperar que el dinero y las estructuras financieras y los feudos políticos no influyan nada en el proceso electoral. Y no faltarán quien, a la manera de Carlos Hank, vaticine: "Un candidato independiente es un independizado de la política". Eso a menos que el narco decida uno que otro apoyo fuera de las campañas ortodoxas.
Ya pasó a mejor vida el Estado a la antigüita, con todo y presidencialismo y solemne lectura del Informe ante un Congreso que consideraba blasfemia, así literalmente, las críticas al Presidente; queda como reliquia depredadora el espectro del Estado hecho trizas por la ineptitud, la corrupción, las represiones y el culto frenético a la impunidad que no es una característica sino la esencia operativa del sistema. El desprestigio (un término moderado) alude a las imposiciones muy lesivas para la economía de casi todos los funcionarios involucrados, y los organismos electorales buscan desalentar a los ansiosos de participar en política.
Las verdades reveladas (el nombre panista de las campañas mercadotécnicas) ofrecidas por Calderón como reforma política, descubren como antes lo hicieron las vaguedades oficiales sobre el aumento al IVA, la debilidad de proyectos, conocimientos y convicciones ya sinónimo de la clase gobernante, toda ella sumida en islotes de información quebradiza. En medio de promesas disfrazadas de amenazas, se asfixian los llamados a salvar a esa patria renovables cada tres o seis meses. En esto coinciden sobre todo los legisladores del PAN y del PRI: discutir una ley es asunto de medir fuerza, emitir frases que se recuerden durante diez minutos y esperar al día siguiente "a ver cómo nos tratan los medios". Diputados y senadores actúan para contradecirse y jurar que votaron contra su voluntad, y que las cosas empezarán bien muy pronto y que por eso las han dejado tan mal. El nivel doctrinario y cultural exhibido, delata las fallas de la educación privada, formadora de la mayoría de los legisladores, y anuncia el fin del vocabulario amplio, que alguna vez tuvo que ver con el uso en México del idioma español. Se comprueba a diario la ausencia de formas y de contenidos en la vida política. No saben qué decir y no saben cómo decirlo, crean laberintos en los que se enredan para descubrir que ya no saben a dónde iban.
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La reforma del Estado. Una manera de empezarla sería la disciplina rigurosa que obligase a clases de lógica y ejercicios de sintaxis inteligible. Observen por ejemplo al secretario del Trabajo Javier Lozano Alarcón, hablando de la desaparición de LFC: "No se trató de una acción represiva sino preventiva. Se nos ha criticado por lo que algunos llaman equivocadamente el sabadazo". ¿A qué alude? Se podría suponer que la acción es preventiva para que la represión ya no sorprenda, o que prevenir con ánimo de aniquilamiento es quitarle oportunidades de brillo a la represión, o, mejor, se puede inferir de esta frase patética que el secretario ignora que una represión nunca, en ningún caso puede ser preventiva.
El licenciado Lozano, que se la pasa reprimiendo para quitarle chamba a la represión, contesta la pregunta: "¿Cuál sería la reforma nuclear en la cuestión laboral?", y lo hace en términos que desbarrancan a la lógica: "El acceso al mercado de trabajo en modalidades que faciliten la productividad en las relaciones laborales y que aumenten la competitividad de nuestra economía". Esta respuesta nada más desconcierta al que se proponga entenderla, especie no frecuente: así que, según don Lozano, la reforma nuclear en lo laboral consiste en el acceso al mercado de trabajo en modalidades que faciliten la productividad. ¿No me lo repite por favor para ver si luego ya entiendo la reforma política? La reforma nuclear da como fruto estatal el acceso (¿de quiénes?) al mercado de trabajo (¿en dónde y en qué condiciones?) en modalidades que faciliten la productividad en las relaciones laborales (¿hay quién pueda descifrar esta contribución al sonido de una sola mano, la del licenciado, aplaudiéndose?).
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