En los meses recientes se ha vuelto frecuente escuchar que la economía de Estados Unidos va viento en popa. Los programas de estímulo monetario (quantitative easing), la tasa de interés de referencia (federal funds rate) muy cercana a cero y los rescates multimillonarios de los bancos “demasiado grandes para quebrar” (too big to fail) habrían contribuido de manera decisiva a disminuir el endeudamiento privado (familias y empresas), dinamizar la inversión productiva y, finalmente, apuntalar la recuperación del mercado laboral.
En abril pasado, la tasa de desempleo de Estados Unidos cayó a 5.4%, el nivel más bajo de años posteriores a la quiebra de Lehman Brothers (hay que recordar que entre finales de 2008 y principios de 2009, la tasa de desempleo se ubicó cerca del 10%).
De acuerdo con el Departamento de Trabajo, la nómina no agrícola aumentó en 223,000 plazas, básicamente por el arrastre del sector servicios (telecomunicaciones, comercio, turismo, etcétera), con lo cual se lograron contrarrestar las pérdidas de puestos de trabajo en los ámbitos de la minería, el gas y el petróleo.
Asimismo, la población económicamente activa (PEA) aumentó ligeramente a 62.8 puntos porcentuales, en tanto que las ganancias salariales (por hora) se incrementaron 3 centavos, monto que representa un aumento de 2.2% en términos anuales.
Así, hay quienes sostienen –como Paul Krugman–, que la economía estadounidense se encuentra cada vez más cerca de alcanzar un nivel de “pleno empleo”, una tasa de desocupación de 5% (el registro promedio obtenido durante la década de 1990). En la actualidad, sostuvo el Premio Nobel de Economía 2008 en su columna de The New York Times el pasado 3 de abril, es preciso aumentar los salarios en más empresas tal como ya lo han hecho McDonald’s y Walmart, con el objetivo de apuntalar el poder de compra de la clase media.
El Sistema de la Reserva Federal (Fed) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), por su parte, también pecan de optimismo. Ambas instituciones pronostican tasas de crecimiento anual de entre 3.5 y 4% para 2015 y 2016, respectivamente, con lo cual el impulso de la economía de Estados Unidos se colocaría muy por encima de la zona euro, Japón e incluso la mayor parte de las economías suramericanas.
Todo indicaría que, en efecto, Estados Unidos se consolidará como el motor del crecimiento en el plano global. Por lo tanto, gracias a la fortaleza de la recuperación, el aumento de la tasa de interés de referencia por parte de la Fed se ha convertido en un hecho inminente. Ya sea para mediados de año, en octubre, o quizás a más tardar en diciembre, los analistas financieros prevén que este año finalmente comenzará a cerrarse el grifo del crédito barato.
En sus reuniones, los miembros del Comité de Operaciones de Mercado Abierto (FOMC, por su sigla en inglés) insisten en la necesidad de llevar a cabo un proceso de transición de carácter gradual que permita a la economía estadounidense disminuir los riesgos de inestabilidad financiera (el auge inusitado de la bolsa de valores de Nueva York), superar la tendencia deflacionaria (caída de precios) y, con ello, consolidar el crecimiento económico en una trayectoria de largo plazo.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que si bien el carácter recesivo de la economía estadounidense se superó a mediados de 2009 de manera oficial (luego de evitar durante varios trimestres consecutivos el desplome de la actividad económica), ello no ha implicado de ningún modo que Washington haya evitado recaídas sucesivas.
Apenas el primer trimestre de 2015, el producto interno bruto registró un débil avance de 0.2% en términos anuales, muy por debajo del crecimiento de 2.2% del cuarto trimestre de 2014. Sin embargo, la Fed volvió a insistir, como en reveses anteriores, que se trataba de un “fenómeno transitorio”: el fuerte frío de invierno habría impactado severamente sobre el consumo de las familias y la inversión de las empresas vinculadas a la energía.
Con todo, los líderes de Estados Unidos hacen total abstracción del complicado panorama global que tienen enfrente. La desaceleración económica de China, India, y otras economías emergentes, cobra fuerza en un contexto internacional caracterizado por la caída de los precios de las materias primas (commodities), la emisión masiva de bonos corporativos de parte de entidades privadas con un alto grado de apalancamiento y, finalmente, una propensión creciente a asumir riesgos por parte de inversionistas institucionales en el ámbito de la especulación financiera.
Las empresas estadounidenses más vinculadas a la exportación de mercancías, por su parte, muestran cada vez más escepticismo frente a los “efectos favorables” derivados de la apreciación del dólar. Los primeros 3 meses del año en curso, la balanza comercial (diferencia entre exportaciones e importaciones) estadounidense aumentó su saldo deficitario a un total de 2,100 millones de dólares en comparación con 2014.
Por otro lado, las compras de bonos del Tesoro [de largo plazo] se desploman a medida que los rendimientos que ofrecen caen y las dimensiones de burbuja de los “bonos basura” (junke bonds) aumentan. No cabe duda que el resto del mundo no podrá seguir financiando los déficits gemelos (comercial y presupuestario) de la economía estadounidense de manera indefinida.
En suma, a casi 7 años de distancia, se observa que a pesar del uso de una enorme cantidad de instrumentos y recursos para salir a flote de una de las crisis del capitalismo de mayor envergadura, las elites económicas y políticas de Estados Unidos enfrentan riesgos de una mayor magnitud, y mientras tanto se contentan con hacer alarde de una recuperación que no convence ni alcanza.
*Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Contacto: [email protected]. Twitter: @noyola_ariel.