Por el conjunto de actitudes, declaraciones, posicionamientos y silencios, se puede afirmar que el líder máximo del catolicismo, no obstante su carisma, su capacidad de comunicación, su espíritu renovador y su idiosincrasia latinoamericana, se quedó corto.
Por: Víctor M. Toledo.
Regeneración, 19 de febrero 2016.- Llegó el Papa. Se fue el Papa. Y tras cinco días de vendavales, de agitaciones espirituales y no tanto, de conmociones concentradas en torno a una sola persona, llega el recuento.
Por el conjunto de actitudes, declaraciones, posicionamientos y silencios, se puede afirmar que el líder máximo del catolicismo, no obstante su carisma, su capacidad de comunicación, su espíritu renovador y su idiosincrasia latinoamericana, se quedó corto. El peso milenario de una institución infame lo detuvo y contuvo. No estuvo a la altura de las circunstancias, ni tuvo respuestas ante la situación de emergencia que vive un país hastiado de tanta violencia, injusticia, corrupción y ausencia de valores. A pesar de los momentos iluminadores de sus discursos a favor de los más necesitados, su emocionante conexión con los jóvenes en Morelia, o su pedir perdón en Chiapas a las culturas indígenas, evangelizadas desde hace cinco siglos para su puntual explotación, el Papa una vez ido (¿huido?) deja una sensación íntima de frustración. Francisco no es Gandhi, Mandela, ni siquiera Mújica. Y hoy, en México y en el mundo, los habitantes del planeta necesitamos ya, urgentemente, de líderes con estatura suficiente.
Todo el grillerío que acompañó por la televisión con sus comentarios las escenificaciones papales y que hizo hincapié en la ”sencillez y la humildad” ahora sí, de este nuevo Papa porque no usa un auto completamente cerrado, porque vive en un departamento pequeño, porque se viste con menos lujo, o porque rompe el protocolo para acercarse a la gente, recuerdan las alabanzas tramposas de la mercadotecnia a los grandes magnates, es decir a los mayores parásitos y depredadores del mundo.
El tono demasiado moderado y los pronunciamientos siempre abstractos y generales, pero sobretodo sus desplantes y comportamientos, incluso frívolos, ante los poderes políticos, empresariales, mediáticos y eclesiásticos, no solo de escala federal sino de cada región y estado, devalúan y neutralizan los momentos de solidaridad discursiva con las masas cristianas. ¿Cuántos depredadores, gobernadores y líder sindicales habrán comulgado con el mismo cinismo del presidente de la república y su familia? Ni una palabra en Michoacán sobre los pederastas y sus 500 víctimas o sobre los 383 presos políticos (autodefensas). Una y solitaria mínima alusión a los cientos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez o en Ecatepec. Nada, absolutamente nada sobre las masacres de Ayotzinapa, Acteal, Tlatlaya o Apatzingán. Ni una sola alocución sobre la impía destrucción ecológica del país, ni sobre la defensa del maíz que es la defensa de la población indígena, la memoria y las raíces mesoamericanas, la supervivencia de miles de comunidades tradicionales. Sus omisiones le delatan. Y una iglesia acomodaticia que no arriesga, es la misma que le llevó a cometer infinidad de atropellos y masacres, a la altura del Islam, durante 1700 años, “…invocando la entelequia de dios” (F. Vallejo, “La Puta de Babilonia”, 2007).
La visita del Papa a México fue esencialmente otra campaña publicitaria e ideológica para recuperar a la iglesia católica de su actual crisis, sin intentar una renovación profunda de las formas, las inercias y las jerarquías que hacen de la religión y, en particular de la católica, un mecanismo que perpetúa la doble explotación (de la naturaleza y del trabajo humano), y que le mantiene como “el opio del pueblo”. Desde lo más riguroso del pensamiento crítico, el Papa Francisco es un demagogo renovado. Una verdadera iglesia por la Tierra y por los pobres, como la que pregona Francisco, la que se ha estado construyendo en Latinoamérica “… desde abajo, por la izquierda y con la Madre Tierra como aliada”, sigue distante de la cúpula que dirige El Vaticano. El pensamiento y la palabra escrita, incluso la pronunciada, se hacen añicos si no hay ejemplos comprobables, valientes y precisos. Todo lo sólido, por ejemplo el contenido de la encíclica Laudato Sí `, se desvanece en el aire si no se acompaña de actitudes, denuncias y pronunciamientos puntuales y concretos. Hay quienes justifican la tibieza papal aduciendo su falta de control sobre el plan de la visita, el protocolo y sus “invitados especiales”. Pero, ¿puede defenderse esta tesis en una institución milenaria donde la definición de herejía es la “…de toda desobediencia al Papa, de obra o pensamiento, de acción o intención”?
“A la hora de identificar causas o culpables no hay, sin embargo, modelos económicos ni políticas migratorias, sino pobreza, violencia, crimen organizado. Síntomas, no causas” afirma en su reseña Arturo Cano (La Jornada, 18.2.2016). Tras las afirmaciones papales se esconde un maniqueísmo, un dogma religioso e ideológico: “el mundo se transforma convenciendo por las buenas a los explotadores, violadores y sátrapas”. Ello recuerda lo sucedido en enero del 2007, cuando líderes religiosos acudieron al Foro Económico Mundial en Davos a convencer a los ejecutivos que se bajaran sus multimilonarios salarios y pagaran mejor a los trabajadores, y a los políticos a detener el cambio climático. Ello recuerda el silencio y la complicidad de la iglesia católica, del Vaticano en pleno, con Franco, Hitler y Mussolini en Alemania, Italia, Polonia, Francia, Bélgica y España.
Reproduzco para terminar el fragmento del comentario de un lector de La Jornada, de las decenas que aparecieron en la misma tesitura: “… Dan ganas de llorar al ver un pueblo tan sufrido y tan resignado a seguir padeciendo. Si bien las palabras son necesarias para aligerar el peso de las penalidades que acontecen en las fronteras, así norte o sur, también se hubiera agradecido mayor precisión en esas palabras, parábolas y alusiones religiosas de padecimientos cotidianos. Como a nadie satisface, y a nadie describe, a todos victimas y victimarios se les pide perdón mutuo, como si con eso fuera a cambiar un patrón de conducta social que hace de la exclusión, la explotación y la violencia la forma de relacionarse entre los hombres” (Raúl P., 18.2.2016).
¿Teología de la opresión o teología de la liberación? Eso en México la cultura popular lo identifica y describe con una sola frase: “atole con el dedo”