Quiero limitarme a uno sólo de los cuatro capítulos del libro, el tercero: La Resistencia y el peregrinar por el país. Hoy en día vivimos literalmente en la incertidumbre. Nuestras crisis periódicas han destruido la idea del porvenir de la nación. Desde la década de los ochenta, la demanda de una reforma democrática del régimen príista correspondía a un anhelo general de las clases medias. Después de setenta años de conservar el poder, la mayoría hegemónica del Partido Revolucionario Institucional (PRI) era un obstáculo insuperable para cualquier intento de cambio democrático. Sin embargo, nadie apostó por las reformas sino por la continuidad rutinaria y por la mera supervivencia. Éste era el desafío que enfrentábamos todos los días, y que cada uno de nosotros debía resolver de una manera personal. Desde 1985, el crecimiento económico de México ha sido, si no exagero, igual a cero. En aquellos días no se sabía si México iba a declarar en esas semanas del año de 1985 la moratoria de pagos. Por esos meses, el PRI provocó una repulsa generalizada, todos hablaban con un cinismo lamentable de la “renovación moral”. En el territorio de la impunidad, el cinismo es sin duda filantropía.
No conozco a nadie que como López Obrador haya visitado todos los municipios del país. El 9 de marzo de 2009, en Tamazula, Durango, —pueblo donde nació el general Guadalupe Victoria, primer Presidente de México—, Andrés Manuel terminó el recorrido por los 2 mil 38 municipios. Durante 430 días López Obrador transitó por 148 mil 173 kilómetros de caminos pavimentados y de terracería. En ese punto le faltaban los 418 municipios de usos y costumbres de Oaxaca.
Nadie como él conoce mejor la geografía de México. Ese solo hecho nos daría la dimensión del significado político —y sobre todo la promesa de un cambio—, que representa para el momento actual de México Andrés Manuel López Obrador.