Carla Ávila, la tapatía que triunfó en Seúl con El juego del calamar

La actriz Carla Ávila, que emigró hace cuatro años a Corea del Sur, asegura que para ingresar al mercado asiático tuvo que perder 10 kilos; de trabajar en el mercado asiático sólo lamenta la desigualdad de género y social

 

Por Martha Rojas 

RegeneraciónMx.- “Uno nunca sabe a dónde nos llevará el trabajo”, dice con sorpresa la actriz Carla Ávila, porque nunca imaginó que su breve participación en una de las series más exitosas de Netflix, El juego del calamar, la pondría frente a los reflectores de gran escala.

La tapatía de 27 años de edad emigró hace cuatro a Corea del Sur, donde tendría que haber estudiado finanzas. Huyó de un futuro asegurado en el que gozaba de un buen empleo, una familia ejemplar y un novio. Sin pensarlo mucho, decidió participar por una beca estudiantil de finanzas que el país asiático ofrecía, el cupo lo obtuvo, pero la subvención económica no. Decidió irse de México sin saber muy bien a dónde iba a llegar o cómo se iba a mantener, y luego los caminos de la actuación y el modelaje se le entrecruzaron y ella decidió aceptarlos.

“Me vine hace como cuatro años, cuatro años en los que volví a vivir la etapa de la prepa, de la universidad, fue como regresar a esos años. Me sentía como en la prepa cuando comencé a darme cuenta de las envidias, de lo difícil que es que te acepten.

“Corea es un país muy seguro, pero tiene sus estándares bien definidos. Si vistes bien, te trato bien. Dime qué estudias y ya veré si te hablo. En los sets de grabación son muchas envidias, es muy difícil tener amigos del mismo medio. Perdí mucha gente, pero mis amigos son los que están siempre y están fuera del ambiente de mi trabajo”.

DESAFÍOS DEL MERCADO ASIÁTICO

La también modelo cuenta a RegeneraciónMX, desde Seúl, lo difícil que ha sido abrirse paso en el mercado asiático y romper la barrera de un idioma que apenas comienza a dominar, lidiar con los altos estándares de vida y la implacable competición por un puesto. 

Ajena a los estragos de una sociedad voraz y consumista, Carla asegura que el capitalismo salvaje no ha impactado en su vida o al menos en teoría, porque refiere que la renta que actualmente paga por un cuarto en la cuarta ciudad más poblada del mundo es una preocupación mes con mes; también lo es la ropa que tiene que comprar para estar a “la altura” en los eventos a los que asiste para ganar exposición o la manera abrupta en la que tuvo que perder cerca de 10 kilos para poder encajar en los estándares de belleza locales.

“En Corea las personas se fijan mucho en cómo vistes. Para ir a las fiestas tienes que vestir de cierta manera y actuar de cierta manera. Actualmente yo estoy trabajando para conseguir el nivel de vida que quiero. A veces me levanto a las 6:00 de la mañana o termino a las 6:00 de la mañana”, menciona.

– Y ¿cuál es el pago?

– Depende del trabajo. Aquí lo mejor pagado es el modelaje, pero la actuación no es bien pagada, además de que el mercado está más inclinado en la búsqueda de hombres que puedan interpretar los papeles de hombres de dinero, bien vestidos, exitosos.

“Ahora que ya me conocen un poco más puedo llegar a cobrar entre 80 y 150 dólares por hora o algo así como 50 mil wones (cerca de 874 pesos mexicanos, al tipo de cambio de hoy). Este mes el trabajo estuvo escaso, pero sí completé para pagar mi renta y los primeros cinco días de noviembre tuve trabajo continuo, así que eso es bueno porque con ese dinero que tengo asegura gran parte del mes. Todo el tiempo varían las ofertas de trabajo y también los sueldos, hay que estar buscando”, cuenta.

CONFLICTOS LABORALES 

Hace tiempo la modelo estuvo involucrada en un litigio con una agencia de modelaje que pretendía violentar sus derechos laborales haciendo que trabajara más horas por menos dinero que el resto del set. 

“Algunas agencias ya me conocen porque hace unos meses terminé en un pleito legal con una que pretendía pagarme menos de lo que estípula la ley. Como eres extranjero piensan que desconoces los derechos laborales que te corresponden. Como ya saben que no me voy a dejar, algunas ya no quieren trabajar conmigo, pero otras me llaman y me pagan lo justo”, apunta.

La experiencia de la mexicana no está muy alejada de lo que los coreanos nativos enfrentan a la hora de alcanzar los niveles de vida de una sociedad que ha aspirado, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, ha convertirse en el epicentro financiero de mayor importancia en el suroeste de Asia.

No en vano Seúl es la sede de grandes consorcios como Samsung, LG o Hyundai Motor Company y es la cuarta economía más fuerte del continente. Se trata de un país seguro, eficiente, limpio y clasista en donde de acuerdo con la OCDE, el 51% de trabajadores dice que se les exige más de lo que pueden dar.

La complejidad histórica que comparte con Japón y con su vecina Corea del Norte, ha moldeado la vida de generaciones, pero también su particular forma de interpretar la vida y el arte.

UN ATISBO DE CASUALIDAD 

Si El juego del Calamar cautivó por su mordaz y violenta apología sobre el endeudamiento y la muerte y por ser, a decir de los reseñistas, un referente crítico sobre el mundo del capital, la trama, la producción e incluso el desarrollo de la historia están lejos de contar lo que el cine de la escuela coreana ya contaba desde hace décadas: la violencia del mundo.

Carla Ávila no sabía que su pequeña participación en la serie más vista de Netflix, en al menos 90 países, la iban a colocar en un buen momento de su carrera. Llegó a la producción sin saber de qué se trataba exactamente. Lo único que sabía era que le iban a realizar un body painting de jaguar y que no tendría que ocultar sus senos del escarnio público.

“En Corea la gente es súper rara porque no pueden ver a las mujeres descubiertas del pecho porque se escandalizan, pero sí puedes usar minifalda. Cuando me dijeron que iba a salir semidesnuda pero con un body painting, me gustó la idea, así no tendría que ocultar mi cuerpo que es muy diferente al de las coreanas.

“No sabía de qué trataba, ni había visto el libreto. Lo vi cuando llegué al set y me dijeron: ‘Este es el libreto, estúdialo’ y yo dije ‘ah ok, perfecto’, pero no tenía idea de que la serie iba a ser tan exitosa, ni que iba a tener un gran impacto a nivel mundial, sinceramente sí me sorprendió”.

Quizá era de esperarse que después de Parasite, de Bong Joon-Ho, premiado inauditamente con el Óscar a mejor película en 2020, las miradas del mundo globalizado se posaran sobre la particular mirada de la costa asiática que en su devenir lleva las marcas de la guerra, el racismo, la desigualdad y la paulatina asimilación del mundo occidental.

El juego del calamar retrata la historia de cientos de personas que aceptan participar en un reality a cambio de ganar una bolsa con millones de wones, un premio que irá aumentando según mueran los participantes. A lo largo de nueve capítulos, la producción se centra en una serie de siete personajes, quienes revelan los matices de la sociedad.

Está el hombre que ama la vida, pero acepta unirse a la dinámica para poder salvar a su madre; el amigo de éste, quien orillado por las deudas ve en el juego la oportunidad de mantenerse a salvo; la mujer cínica y fuerte, que lidia con un mundo de hombres para sacar a su familia de China y a su hermano menor de un orfanato; el migrante de la India que busca un mejor futuro para su familia; el matón ambicioso y descorazonado; la mujer neurótica y un misterioso anciano.

Todos ellos se enfrascan en una competición infantil elevada a un nivel sanguinario, ya que si pierden, mueren. Sus cadáveres sirven como materia del mercado negro de órganos y su muerte ayuda a estimular la lucha interna por el triunfo. Solo uno de ellos podrá ser el campeón, incluso si para eso tiene que traicionar a su mejor amigo.

Aunque es una novedad que una serie gráficamente violenta con un elenco asiático acapare los reflectores, la trama no lo es, prueba de ello son las clásicas historias de Chan-Wook Park, quien nos regala una inteligente y profunda trilogía sobre la venganza, algunas de las mejores piezas del cine surcoreano que ya desde finales del año 2000 acaparó la atención de Hollywood, que al más cínico estilo intentó, 10 años después, una nueva versión de la célebre Oldboy (2003).

 

Spike Lee fue el responsable de trasladar el universo de Chan-Wow Park al hemisferio occidental, resultando en un estruendoso fracaso en la taquilla. Quizá porque el imaginario de la violencia cruda, real y desquiciada solo puede nacer en un territorio en el que lo espiritual fue profanado por el capital.

El endeudamiento y las altas tasas de desempleo también fueron motivo para que el japonés Kinji Fukasaku estrenara en noviembre de 2000 la pieza de culto Battle Royale, que tiempo después inspiraría la muy exitosa saga de Juegos del Hambre.

Como si se tratara de un guiño, El juego del calamar debe a esta encarnizada lucha la idea de trasladar a sus participantes a una isla remota. en la que ellos mismos se encargarán de exterminar al otro para sobrevivir.

Muerte y violencia parecen ser temas recurrentes en el cine asiático, características que no son exclusivas del notable cine surcoreano. Sería fatuo aseverar que existe en su discurso una tendencia excesiva hacia la violencia, pero es posible inferir que dicha inclinación se produce a partir de razones puramente espirituales.

A diferencia de Occidente, en donde la violencia adquiere matices escandalosos y morbosos, en Oriente no es otra cosa más que la verdad acerca de las existencias que terminan por efecto y continúan en causa.

En el budismo, ampliamente extendido en Asia Occidental, se dice que toda existencia es sufrimiento; la causa del sufrimiento es el deseo, y que el sufrimiento puede terminarse eliminando la causa, es decir, que la muerte no es otra cosa que el inicio de otra vida que se irá repitiendo hasta alcanzar el Nirvana, que es la liberación del Samsara, una rueda de sufrimientos en el que la causa y el efecto determinan la situación de los sujetos.

Causa, efecto, muerte son inherentes al pensamiento asiático, influido por las escuelas budistas y delineado por el capitalismo. Se trata de un imaginario complejo en el que ambas situaciones, la vida bajo el capital y la orden espiritual, constituyen una amalgama finamente matizada.

BUSCAR FAMA EN BOLLYWOOD 

El juego del calamar alcanzó a 111 millones de espectadores en solo 27 días a partir de su lanzamiento, algo inaudito para una producción asiática. Sus protagonistas se han vuelto sensaciones al mero estilo de La Casa de Papel, tanto que Carla piensa en que podría aportar su talento a Bollywood, al mercado indio. 

“A mi me encanta cantar, creo que me gustaría explorar la posibilidad en un futuro de participar en un musical en Bollywood, aunque sea una participación pequeña, un mini papel, me gustaría hacerlo porque la verdad no canto mal”, dice la actriz mexicana, quien cuenta que el próximo año vendrá a México a propósito de una grabación sobre los Boy Scouts. 

Ganando más de 216 mil dólares por capítulo, se especula que el protagonista de El juego del calamar, Lee Jung-jae, regresará para la segunda temporada que pretende superar los más de 890 millones de dólares que generó la primera.