La pobreza no es noticia; los números, sí

Por Rolando Cordera Campos
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Hace unos días Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), dio a conocer el Panorama social de América Latina, con cifras a 2014. Se trata de un informe completo y útil en relación con la cuestión social de nuestro continente. Entre otras cosas, en su presentación dijo que de 2010 a 2014 en la mayoría de los países hay caída o disminución de la pobreza, las excepciones son México y Costa Rica.

El informe señala que en nuestro país la pobreza pasó de 51.6 por ciento, en 2012, a 53.2 por ciento en 2014, mientras la indigencia creció 0.6 por ciento y afecta a 20.6 por ciento del total. Asimismo, la secretaria ejecutiva consideró que el aumento de la pobreza en México no es algo coyuntural, sino estructural, entre otras razones debido a la caída de los salarios mínimos. Urge, señaló, explorar nuevas fuentes y mecanismos fiscales de financiamiento que hagan sostenible la política social y los avances alcanzados en el último decenio ( Excélsior, 23 de marzo).

Inmediatamente el titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), José Antonio Meade Kuribreña, indicó que México reconoce que tiene un reto y trabaja para enfrentarlo de manera coordinada, y que si bien el organismo de Naciones Unidas “apunta cosas interesantes (…) su interpretación (tiene) elementos que hay que considerar: el principal es que calcula sus umbrales con base en una canasta de consumo que se fijó hace 30 años y que desde entonces no ha cambiado.

Diferentes metodologías, abundó el secretario, nos dicen distintas cosas, nos permiten identificar diferentes realidades. Hay estudios del Banco Mundial, por ejemplo, que acreditan que México tiene la mitad de la pobreza que tenía en 2000 y la mitad del promedio latinoamericano. Nosotros tenemos nuestra propia métrica, y conforme a ella hemos comentado que en México ha caído la pobreza extrema, ha subido la pobreza moderada y ha mejorado el acceso a los derechos (entrevista con José Cárdenas, Radio Fórmula, 23 de marzo).

En efecto, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), la pobreza en 2014 afectó a 43.9 millones de mexicanos, en tanto que quienes estaban en pobreza extrema eran 11.4 millones, 9.5 por ciento del total. Tratándose de la pobreza por ingresos, los coeficientes aumentan: en 2012 se estimaba que 51.7 por ciento eran pobres por ingreso y para 2014 llegaron a 53.3 por ciento. Esto significa que 60.6 millones de mexicanos sufrían en 2012 pobreza monetaria y que en 2014 llegaron a 63.8 millones.

Se trata de cifras y tendencias que, por lo menos desde 2010, son comparables con las que la Cepal nos ofrece y que el secretario parece cuestionar apelando a la antigüedadde la canasta. No sobra señalar que la comisión parte de la información producida por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y trabajada por el Coneval.

Seguramente hay divergencias metodológicas y discrepancias en el diagnóstico y las políticas que habría que poner en acción para enfrentar los retos. Y no hay que soslayarlos; sin embargo, más allá de metodologías y enfoques deberíamos ya, como señala Rosanvallon, dejar de deplorar situaciones que consentimos, a las que propone llamar paradoja de Bossuet: “Dios se ríe –afirmaba el magistrado y religioso francés– de los hombres que se quejan de las consecuencias, al mismo tiempo que consienten sus causas” (en Pierre Rosanvallon, La sociedad de los iguales, España, RBA Libros, SA, 2012, página 22).

Lo cierto es que la pobreza y la desigualdad nos desbordan; qué bueno que ahora conozcamos más al detalle el fenómeno para que podamos hacer un análisis objetivo de lo hecho y lo omitido, que por cierto no es poco. En estos ya largos años de muchos cambios y reformas, lo que se ha mantenido es una mala forma de crecimiento económico que, desde las élites políticas, económicas y financieras, ha sido aceptada como mandato divino, como si de precio para estar en la globalización se tratara.

Todo lo hecho debe entrar en el balance; nuestro rostro social no acepta ya maquillajes ni subterfugios metodológicos y exige revisar la relación imperante entre la política económica y la social y empezar ya, aquí y ahora, a suprimir la subordinación de la política social respecto de los mandatos económicos.

“México está en crisis, de eso no hay duda –ha dicho el filósofo Guillermo Hurtado–, pero su crisis no se reduce al conjunto de sus problemas políticos, sociales o económicos, como la pobreza, la ignorancia, la violencia, la corrupción y la destrucción del medio ambiente (…) La crisis de México es de otra índole, es más profunda que los problemas antes mencionados. Dicho en pocas palabras, la crisis consiste en que hemos perdido el sentido de nuestra existencia colectiva”. 1

Recuperar este sentido obliga a reconocernos como somos y nos retratan hallazgos como los de la Cepal y el Coneval, cuyas mediciones no buscan construir hit parade alguno, sino dar cuenta del estado de nuestras naciones en lo que centralmente cuenta: el bienestar o el malestar de las sociedades. En esas estamos.

1 Reflexiones filosóficas sobre la crisis de México, Revista de la Universidad de México, número 70, diciembre de 2009, México.