La Sombra (Parte I)

Muy cierto es que el tiempo es oro tal como lo dicen, pues el tiempo hace la diferencia entre los que viven y los que no viven, entre los que deciden tomar otra oportunidad y entre los que la tardanza los alcanza y dejan atrás todas las posibilidades de poder ser.

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Por: Cybil Herrera Gutiérrez, Filosofía UNAM.

Regeneración, 28 de mayo 2016.- Muchos han observado  el momento preciso en el que la oscuridad se comienza a terminar y a la par otro  suceso acontece, la salida del sol muy cerca de uno mismo. Muchos han atestiguado también que ese es el momento en el que nos preparamos para morir y renacer. Hemos dejado una sombra pesada atrás, a un hombre o mujer senil que se ha consumido por completo.

Llegado este momento, cuando la noche está casi terminada, hemos entendido que somos tan banales como hombres y mujeres pues ni siquiera nos pertenecemos, si fuera así, seguramente elegiríamos nunca morir, y con ello nunca aprender.

Creo que el propósito de la vida es estar preparados para que llegado el instante de la coyuntura entre el anochecer y el amanecer logremos dejar atrás la pesadez que carga el espíritu, dejar atrás algo y estar listos para llevarnos otro algo.  Este momento fue causa, a falta de entendimiento, lo que me llevó a una depresión y conocimiento de lo inconsciente a través de mis sueños.

Muy cierto es que el tiempo es oro tal como lo dicen, pues el tiempo hace la diferencia entre los que viven y los que no viven, entre los que deciden tomar otra oportunidad y entre los que la tardanza los alcanza y dejan atrás todas las posibilidades de poder ser.

Si alguna vez hemos cargado con un corazón roto que torna en noche todo lo que se le acerca, entonces sabremos que un corazón roto implica tener siempre oscuridad en éste, ya sea por dolor o por la falta de claridad.

Viví cerca de cuatro años contemplando una eterna noche, incluso llegó un momento en el que me encontré muy cerca del borde que decidiría si caía o si resistía, ahí sólo quedaba esperar a que se alumbrara el sendero para poder ver qué camino tomar. Si te has  tenido que quedar  inmóvil en algún lugar porque tu vista no logra ver nada más allá, entonces sabrás que la angustia y desesperanza es monstruosa y agonizante. Una de las preguntas que siempre he tenido es ¿Por qué a los humanos nos es tan difícil ver con claridad lo que escondemos en nuestro interior? Porque ¡Vaya!, yo si que fui ingenua al pensar que se trataba de algo sobrenatural que me acechaba por las noches, o quizá, ¿Fui demasiado maliciosa?

Cuatro años viví en una negación, cuatro años viví con pesadillas terribles que me provocaban grandes jaquecas todo el día. Me levantaba por las mañanas con una versión ficticia de mí, aquella persona que salía arreglada y perfumada era sólo un intento de esconder la verdadera oscuridad, era un intento de negar mi realidad.

En mis pesadillas me acechaba el diablo, me acechaban brujas y vampiros, sabía que si no corría, entonces sería muy tarde. Por las noches vivía historias de terror muy violentas  que por las mañanas me hacían ver sobre mi cama a alguien sentado del cual tenía que esconderme. Incluso podía sentir que por las noches aquello tocaba mi cabello y aquello me sacudía con fuerza y me robaba la energía. Llegué a pensar que en la habitación en la que dormía había un demonio. Estaba equivocada, no estaba en mi habitación, estaba en mí.

Toda la depresión se desencadenó después de que  la pérdida de alguien, un suceso terrible, golpeó sin previo aviso mi vida y con ello mi espíritu. Yo no lo soporté, y me alejé de allí. Cerré mis ojos y me refugié en una fantasía en donde nada había pasado. Pero no sabía que en aquella irrealidad las cosas malas también podían suceder. Fue el precio que pagué para vivir en un estado aletargado, como el de la mayoría. Desde tiempos inmemorables, desde los tiempos arcaicos, el Diablo y Dios,  pelean dentro de cada mujer y hombre.

En experiencia propia puedo describir aquél llano terreno de la depresión como un vasto sin fin lugar de posibilidades, ninguna alcanzable, pero llegado el punto culminante, esas posibilidades se alejan dejándote en un hoyo profundo en donde si logras gritar, es tu propio eco el que resuena, y esa, es la señal que te dice “¡Realmente estás solo!, ¡Ya no habrá más sol para calentar tu cuerpo, tampoco más agua que pueda refrescar, ni viento que te empuje hacia tus metas, simplemente no habrá más vida para ser vivida!”  El sonido de ese eco es el sonido que con más dolor y desesperación puede llegar a gritar. Su grito se desquicia por la ausencia del amor, por el desgarramiento del alma.

Recuerdo muchas pesadillas terribles, una de tantas era observar el metro aplastar a la gente que caía a las vías. En mis sueños la gente gritaba aterrorizada por la muerte. Veía todo el proceso de desmembramiento de sus cuerpos, la sangre salpicaba  en mi rostro y yo sólo trataba de proteger a un niño que iba conmigo, lo abrazaba y arrinconaba mientras impedía que su vista pudiese contemplar aquella escena que parecía salir del infierno. Yo lo veía todo.

En otra ocasión recuerdo haber soñado con un grupo de mujeres y hombres que entraban a la casa a matarme junto con mis hermanas, tenían aspecto de locos y psicópatas, jalaban de los cabellos a mis hermanas y se las llevaban, yo me escondía debajo de la cama  y cuando lograba escabullirme podía ver de lejos que las estaban violando, yo corría pero en el intento de escapar un hombre me disparaba en la cabeza, yo podía sentir todo con detalle: la bala en mi cabeza, la hemorragia, la pérdida de conocimiento y finalmente, el despertar.

Pero si he de recordar una pesadilla  en específico, es en aquélla en la que decidí luchar y no darme por vencida. Me encontraba frente a un brujo que me quería robar la energía, era corpulento y canoso, ambos sosteníamos en el sueño una batalla de energía. Nuestras manos eran nuestras armas, pese a que me succionaba energía, yo resistía. Sabía que tenía que resistir, si quería vivir.

Y fui capaz yo de pensar, que estaba siendo acechada por un demonio. No estaba segura de quién era, ni de qué quería, pero cada vez más me adentraba en una fantasía sumamente peligrosa que no lograba descifrar. En realidad había cegado cualquier estímulo interno y externo que me tratase de mostrar que todo era producto de un duelo no experimentado.

Hubo un cambio notorio en mi vida cuando comencé a hacerme cargo del daño que había provocado en el exterior, hubo una consciencia cuando lastimé a alguien a quien amaba demasiado. Me di cuenta entonces que había algo más que me estaba viviendo, alejándome así de un destino bello, atrayéndome a uno lleno de sufrimiento y pesadumbre. Había estado viviendo en una larga noche, una muy peligrosa, llena de sombras y de todo tipo de criaturas perversas a las cuales les gusta la oscuridad. No me había percatado que mis pesadillas me decían  que tenía que parar.

Todas mis pesadillas tenían elementos que se repetían: disparo en la cabeza, observar a la gente morir, cuerpos desmembrados, el metro, personas que me perseguían, demonios, mi muerte, y la impotencia de no poder correr ante el peligro.

Ejemplificando en palabras de Carl Jung, es más nítido este proceso, pues la mecánica de lo inconsciente consiste en que no hay contenido alguno que pueda desaparecer ni disolverse. Mi error fue querer disolver un pasado y con ello anular toda posibilidad de un  futuro. Ahora sé que me encontraba frente a algo, sin duda, mucho más poderoso que yo. En algún momento tenía que volver  a toparme con algún pensamiento  que ya se había perdido, pues el inconsciente alude a una multitud de contenidos eclipsados temporalmente que son capaces de seguir influyendo en los procesos conscientes. No hay entonces olvido pues esta idea es meramente subliminal. ¡Qué tonta fui al pretender que podía olvidar!

Tanta necedad, tantas caídas, tantos llantos puros, tantos berrinches, tanta asfixia, me hicieron entender que ningún contenido deja de existir, se queda en un estado subliminal desde donde pueden ascender espontáneamente. Y en algún momento el inconsciente creció tanto que me hundió hasta su raíz. Recuerdo esos días de desesperación, ansiedad, crisis, neurosis, desconsuelo por no querer estar allí, golpes, fastidio y sobre todo dolor. Yo me había enterrado el día preciso de mi pérdida, había dejado que mi corazón y alma se fragmentaran, me era difícil pronunciar palabras dulces sobre mi pasado pues la culpa y arrepentimiento no me devolverían lo perdido. Creo que fue que toda mi vida había vivido en tanta luz, cerca del optimismo que cuando finalmente caí, no lo soporté. La sociedad me educó de una manera, de la manera más cruel, en donde los problemas deben de resbalarse de nuestro cuerpo y en donde sólo tienes cuerpo y mente y éstos a su vez deben de preocuparse de encajar y de no ser marginados. Me encontraba luchando entre dos conciencias: la que me habían establecido y la que quería emerger.

Continuará….