‘Donde una vez tus ojos ahora crecen orquídeas’, un testimonio real y frenético de las mujeres desaparecidas, contado desde la poesía.
Por Mario Alberto Medrano
RegeneraciónMx, 22 de diciembre de 2021.-
‘Donde una vez tus ojos ahora crecen orquídeas’
Ganadora del Premio Iberoamericano de poesía Minerva Margarita Villarreal, 2020, Rocío G. Benítez entabla vasos comunicantes entre tres diversos actos: el poético, el periodístico y el feminista. Con la intensidad del verso corto, va orquestando una voz común, un yo colectivo en el que las mujeres (la mujer) son una sola voz coral:
“Eso le contó mi abuela a mi madre
Mi madre a mí
y yo
a ustedes”.
Una vez puesta la voz en su lugar, aquella que nos contará, entre testigo/cómplice/personaje, la narración avanza con un arco dramático que tiene punto de partida y encuentro en la desaparición de una niña en circunstancias violentas, ahí, en ese rondar la tragedia, como periodista que le da vueltas a la nota, la autora va expandiendo el radio de acción de la tragedia:
“TE NEGARÁS a llamarle: Hija mía a dos pedazos de hueso. Dirás yo no paría fragmentos de cráneo”.
La vehemencia con que está escrito este libro abreva del pulso acelerado de la nota roja, de las atmósferas de la calle y sus circunstancias, pero con la hondura reflexiva de la poeta que mira con detenimiento, que no lanza una nota para publicarse al otro día, sino que ha lamido sus heridas por largo tiempo para, al final, lanzar un artefacto artístico de la calidad de este libro.
“UN DÍA LLAMARON para decir
¡La encontramos!
[…]
A nadie le dirás que en esa llamada te dijeron:
los golpes que mataron a su hija (a su niña)
a la cría de su vientre
fueron secos y precisos…”
Este no es un libro fácil de leer ni de digerir. Hay que hacer pausas para entrar en el universo poético de Benítez, aunque entre la crudeza de las imágenes, nacen lirios y orquídeas. Es un libro entre el horror y la belleza.
No cabe duda que la autora entrega un testimonio real y frenético de las mujeres desaparecidas, y no lo hace (como pedía Antonio Gamoneda que se hiciera) con el lenguaje de los medios ni el poder, sino desde la vitrina del acto poético, el cual es mucho más persona y, muchas veces, más auténtico. Sin temor a equivocarme, es el verso corto –más tenso, cuyas cuerdas musicales son más agudas– el que provoca que el libro mantenga una velocidad en la enunciación, agiliza el encuentro con la imagen (“Si algo florece ahí/será rojo seco/ y violento»).
En este rastro humano al que no invita su autora, hay que llegar con la valentía y el honor de saber que con este libro, la autora, con quien pude charlar, se asumió primero como mujer y no como periodística, acto que siempre le había ocurrido al revés. Aquí, entonces, la declaración de principios de una autora que da muestras de estar ofreciendo su alma y su oficio a las letras y el periodismo.
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