El jefe de Gobierno de México DF aspira a la presidencia pese a sus traspiés en la capital
Por Pablo de Llano
Regeneración 28 de enero del 2016.- Miguel Ángel Mancera se mueve en dos planos inversos. Uno de notable ambición, presentarse en 2018 a presidente de México, y otro de exiguos resultados como jefe de Gobierno de la capital.
Ni siquiera parece haberle dado crédito conquistar una vieja demanda de la ciudad, la reforma recién aprobada que le confiere un estatuto de autonomía propio dentro de la República y por la que ya no se llamará México Distrito Federal sino Ciudad de México.
Una crítica a la reforma es que de los 100 integrantes de la futura Asamblea Constituyente, 40 no serán elegidos en las urnas sino con un sistema de designación directa que favorecería al grupo del presidente Enrique Peña Nieto, el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Sobre Mancera pesa su buena relación con Peña Nieto, un pecado político en una capital gobernada desde 1997 por el izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) y epicentro de la oposición al poder federal y, más en concreto y con cierto fervor, al PRI.
Aunque falta tiempo para que se confirme, Mancera podría ser el candidato del PRD en 2018. Se pelearía el voto de la izquierda con Andrés Manuel López Obrador, antiguo líder del PRD, ahora al frente de su nueva formación, Morena, con un discurso contestatario a priori más atractivo para ese polo electoral que el pragmatismo de Mancera.
“Mancera está a la izquierda de la nada”, opina el politólogo Sergio Aguayo. “No es de ningún aparato político-social, no tiene el respaldo del México organizado ni el respeto del México crítico-intelectual, y su perfil ideológico es gelatinoso, ambiguo”.
El jefe de Gobierno, nacido en la Ciudad de México en 1956 y licenciado en Derecho, llegó al poder con el PRD sin ser militante del partido. Ocupaba el cargo de Procurador de Justicia de la capital y contra pronóstico fue impulsado como opción interna de consenso por los dos líderes del PRD por entonces, su antecesor Marcelo Ebrard y López Obrador.
“Mancera nunca fue una persona de movimientos sociales ni de compromiso ciudadano”, analiza el académico John Ackermann, autor de El mito de la transición democrática. “En origen era un abogado litigante, y por suerte y contactos llegó a ser candidato”.
Vencedor en las elecciones de 2012 con un 63,5% del voto, en el ecuador de su mandato de seis años los índices de aprobación popular de Mancera están por debajo del 40%, según datos del verano pasado. Entre otros factores le han afectado medidas técnicas como la subida del billete de metro o el endurecimiento del reglamento de tráfico, pero también su guante blanco con el Gobierno del PRI y su carencia de apuestas políticas en una ciudad que se enorgullece de ser pionera en México en avances como el matrimonio gay o la ley del aborto.
“Él se asumió como un administrador, no como un líder político”, dice el senador Mario Delgado, miembro de Morena y uno de los nombres que sonaban para suceder a Ebrard en la carrera que después ganó Mancera. “Si hubiera tenido unos ideales o una visión de ciudad se hubiera entregado a ese trabajo, pero como no los tenía llenó ese vacío con la cercanía con Peña Nieto”.
Tampoco ha destacado en el ámbito de la seguridad. Si bien los datos de criminalidad se mantienen en general estables, durante el mandato de Mancera ha habido sarpullidos de violencia a los que la Ciudad de México no estaba habituada. El secuestro y la posterior matanza de 13 jóvenes que amanecían de fiesta en un céntrico after-hours; el sonado asesinato en un apartamento de cuatro mujeres y un periodista que había huido de otra región del país por amenazas; la aparición de un cadáver colgado de un puente envuelto en vendas; y los asesinatos nocturnos en el cosmopolita barrio de La Condesa.
El analista en seguridad de la capital Gustavo Fondevila considera que Mancera, pese a su experiencia como procurador, no ha aportado nada nuevo al respecto: “No ha habido ningún avance sustantivo. No se ha hecho una reforma de la policía ni una reforma de la Procuraduría. Al contrario: los policías, que son quienes administran el delito en esta ciudad, han ganado cada vez más autonomía”.
Al gobernante le quedan dos años y medio en el segundo puesto más poderoso de México, después del presidente. Los sondeos indican que el PRD podría perder la capital en 2018 y, con más probabilidad, que su candidato no vencerá en las elecciones presidenciales. Con estos visos, la hoja de ruta política de Mancera es un misterio.
Original del País