La argumentación, desde luego, parece sólida. Hay que recordar que hace pocos meses la cotización del aceite superaba los cien dólares estadounidenses por barril, en tanto que ahora apenas ronda los cincuenta.
Pero como en política la mala fe es de oficio, uno debe preguntarse si lo dicho por el funcionario mexicano es verdad o si se trata de una argumentación aparentemente sólida destinada a ocultar alguna inconfesable razón.
La pregunta es pertinente porque, en resumidas cuentas, lo dicho por Joaquín Coldwell significa que, con la retirada de Pemex, los contratos y las tareas de exploración y explotación de petróleo en aguas someras mexicanas quedarán exclusivamente en manos de empresas privadas, preferentemente extranjeras. Y esto, desde luego, constituye una privatización de jure y de facto de esas actividades antes reservadas de forma exclusiva a Petróleos Mexicanos.
Y más pertinente todavía es la pregunta si se recuerda que desde hace casi 40 años los gobiernos mexicanos, de clarísima y declarada ideología neoconservadora y pro imperialista, han pugnado con insistencia digna de mejor causa en la privatización y extranjerización de Pemex. Y una vez que, ahora, en el gobierno de Enrique Peña Nieto, han conseguido hacer legales esa privatización y esa extranjerización, sólo les faltaba hacerse a un lado para dejar, de derecho y de hecho, el negocio petrolero en manos privadas y extranjeras.
La sospecha de que el secretario de energía está mintiendo se refuerza si se recuerda el negro historial de este personaje. Pedro Joaquín Coldwell es en sí mismo un emblema del político que hace negocios desde los cargos públicos. Un perfecto ejemplar de esa perversa combinación de político sin escrúpulos y negociante inescrupuloso.
¿Será socio acaso Pedro Joaquín Coldwell de alguna o varias de las empresas que van a participar en la dicha licitación y en la que ahora el secretario de energía ha eliminado un importante y hasta poderoso competidor?
O quizá no es socio y sólo ha recibido o va a recibir una compensación económica cuyo monto depende o dependerá de la magnitud de los contratos otorgados a las firmas privadas, nacionales o extranjeras, que se han quedado con el negocio para ellas solitas.
Vale la pena recordar a este respecto el tristemente célebre caso de Raúl Salinas de Gortari, eficaz gestor de negocios que ha pasado a la historia con el sobrenombre de “Mister ten per cent», señor diez por ciento, porque ese era el monto de la comisión que cobraba por sus influyentes, inmorales, ilegales, antipatrióticos y decisivos servicios.
La sospecha de un negocio sucio escondido en las palabras de Pedro Joaquín Coldwell tiene, como se ve, fundamentos históricos, sistémicos y biográficos. Seremos testigos, una vez más, de un despojo de la riqueza nacional a manos de un siniestro personaje miembro de la élite del poder.
Un nuevo despojo que contribuirá aún más al empobrecimiento de las ya de por sí empobrecidas clases populares mexicanas que verán, sin poder hacer nada, cómo se les arrebata impunemente el pan de la boca para entregarlo en charola de plata a quienes moral y legalmente no tienen derecho a ello.