¿Por qué se hizo la Revolución mexicana?, según Emiliano Zapata

Este 10 de abril se cumplieron 96 años del asesinato de Emiliano Zapata, el general del Ejército Libertador del Sur.

En un manifiesto el general Zapata explica por qué se levantaron en armas indígenas y campesinos del sur para obtener la tierra y la libertad.

“Sobre la unión de todos los revolucionarios, militares o civiles (siempre que unos y otros sean honrados), sobre el cordial acercamiento de todas las voluntades, sobre el mutuo y libre acuerdo de todas las inteligencias, debemos basar el triunfo de nuestros ideales y la reconstrucción de la patria mexicana”.

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Manifiesto al pueblo mexicano

Emiliano Zapata

Estrechamente unidos por el ideal común y por la necesidad de conservar incólumes los principios, amenazados de muerte por la tiranía de Carranza, no menos que por las acechanzas e intrigas de la reacción; creemos que el primero y más alto de nuestros deberes es corresponder a la confianza que el pueblo mexicano ha depositado en nosotros, al encomendar a nuestras armas la defensa de sus libertades y el logro efectivo de sus reivindicaciones. Ha llegado, por lo mismo, el momento de formular ante él nuestra profesión de fe, clara y precisa, y de hacer franca manifestación de nuestros anhelos y de nuestros propósitos.

¿A dónde va la revolución? ¿Qué se proponen los hijos del pueblo levantados en armas?

La revolución se propone: redimir a la raza indígena, devolviéndoles sus tierras, y por lo mismo, su libertad; conseguir que el trabajador de los campos, el actual esclavo de las haciendas, se convierta en hombre libre y dueño de su destino, por medio de la pequeña propiedad; mejorar la condición económica, intelectual y moral del obrero de las ciudades, protegiéndolo contra la opresión del capitalista; abolir la dictadura y conquistar amplias y efectivas libertades políticas para el pueblo mexicano.

Tal es en esencia el programa de la revolución pero para desarrollarlo, para fijar puntos de detalle, para obtener la solución adecuada a cada problema y para no olvidar las condiciones especiales de ciertas comarcas o las peculiares necesidades de determinados grupos de habitantes, es preciso contar con el acuerdo de todos los revolucionarios del país y conocer la opinión de cada uno de ellos.

En cada región del país se hacen sentir necesidades especiales y para cada una de ellas hay y debe haber soluciones adaptables a las condiciones propias del medio. Por eso no intentamos el absurdo de imponer un criterio fijo y uniforme, sino que al pretender la mejoría de condición para el indio y para el proletario –aspiración suprema de la revolución–, queremos que los jefes que representen los diversos Estados o comarcas de la República, se hagan intérpretes de los deseos, de las necesidades y de las aspiraciones de la colectividad respectiva, y de esta suerte, mediante una mutua y fraternal comunicación de ideas, se elabore el programa de la revolución, en el que estén condensados los anhelos de todos, previstas y satisfechas las necesidades locales y sentado sólidamente el cimiento para la reconstrucción de nuestra nacionalidad.

A la inversa de Carranza, que ha impuesto su arbitrariedad y su personalidad mezquina sobre la conciencia revolucionaria, nosotros pretendemos que ésta sea la que haga valer, la que impere, la que regule y domine los destinos de la patria ante la cual desaparezcan las pequeñas ambiciones y los bastardos intereses.

Y para evitar que una nueva facción exclusivista o nuevos personajes absorbentes ejerzan preponderancia o influencia excesiva sobre el resto de la revolución, hemos acordado adoptar el siguiente procedimiento, de aplicación fácil y sencilla: al ocupar las fuerzas revolucionarias la capital de la República se celebrará una junta a la que concurrirán los jefes revolucionarios de todo el país, sin distinción de facciones o banderías. En esa junta se cambiarán impresiones, harán valer su opinión todos los revolucionarios, y cada cual manifestará cuáles son sus especiales aspiraciones, y cuáles las necesidades propias en la región en que opere.

En esa junta, por lo tanto, se dejará oír la voz nacional, la voz del pueblo representado de pronto por sus hijos levantados en armas; en tanto que establecido el gobierno provisional revolucionario, puede el Congreso de la Unión, como órgano auténtico y genuino de la voluntad general, resolver concienzudamente los problemas nacionales.

Los jefes que asistan a la junta, expresarán los puntos o principios que cada cual quiera ver convertidos en leyes o elevados al rango de preceptos constitucionales, una vez constituido el gobierno emanado de la revolución. Allí también, por acuerdo de todos (y no por la voluntad de un solo hombre o de un solo grupo, como ha pretendido el carrancismo), se formará el gobierno provisional, compuesto de hombres conscientes y honrados que satisfagan las aspiraciones revolucionarias, y al frente de los cuales deberá funcionar como jefe de Estado, un civil, designado y apoyado sinceramente por todos los elementos militares.

Reforma agraria, reivindicaciones obreras, purificación y mejoramiento de la administración de justicia, constitución de las libertades municipales, implantación del parlamentarismo como sistema salvador del gobierno, abolición del caudillaje en todas sus formas, perfeccionamiento de los diversos ramos de la legislación para que responda a las necesidades de la época y a las exigencias crecientes del proletariado de la ciudad y del campo; todo esto seriamente meditado, y discutido amplia y libremente por todos, formará la médula y el alma del programa revolucionario, la base y el punto de partida para la reconstrucción nacional.

A esta obra de patriotismo y de concordia, de fraternidad y de progreso, sólo los ambiciosos podrán eximirse de colaborar, sólo podrán negarse los que pretendan imponer su voluntad sobre la de los demás, los que quieran valerse de la revolución para satisfacer miras personales, o para realizar propósitos de medro, de lucro o de venganza.

Pero los que vemos por encima de nuestras pasiones el bien de la causa, y más alto que cualquiera ambición el interés supremo de la República, comprendemos muy bien que ya es tiempo de unirnos y de entendernos. Ha llegado la hora de que surja la paz de la victoria, la paz que sigue al triunfo; ya hace falta que vuelva la tranquilidad a los hogares, se cultiven los campos, se trabajen las minas, abran sus puertas los talleres, nazca el crédito nacional y francamente se encarrilen las actividades del país por las vías del progreso.

Estorba Carranza el ambicioso, y hay que derribarlo. Perjudican los antiguos rencores, las torpes desconfianzas, las pasiones vulgares, y hay que suprimirlas, hay que borrarlas.

Sobre la unión de todos los revolucionarios, militares o civiles (siempre que unos y otros sean honrados), sobre el cordial acercamiento de todas las voluntades, sobre el mutuo y libre acuerdo de todas las inteligencias, debemos basar el triunfo de nuestros ideales y la reconstrucción de la patria mexicana.

Al emprender esta obra unificadora, no podemos ni debemos olvidar a los compañeros descarriados, a los que, víctimas del engaño de Carranza, permanecen aún a su lado, defendiendo tendencias que no son las suyas y sosteniendo a una personalidad que los vende y los traiciona.

Invitamos, pues, a la concordia y a la unión a todos los luchadores de buena fe, que desengañados ya de Carranza y convencidos de su falsía, estén dispuestos a volver al campo de la lucha y a unirse a los que combatimos porque sean una verdad las promesas de redención hechas al pueblo y que es preciso cumplir, aunque sea a costa de nuestra vida.

Y para que haya un documento en que conste nuestro solemne compromiso de cumplir y hacer cumplir las bases anteriores, estampamos al pie del presente nuestras firmas, con las que empeñamos nuestra dignidad de hombres y nuestro honor de revolucionarios.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley

Tlaltizapán, Morelos, 23 de abril de 1918

El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata

(Tomado de Ediciones Antorcha, www.antorcha.net)