El Proyecto de Nación 2018-2024 tiene todo a favor para constituirse en la columna vertebral de una gran mayoría que en julio próximo derrote por nocaut los intentos de un enésimo fraude –pueden dar por seguro que los habrá– y se decida a reconstruir el país con soberanía, inclusión, legalidad, honestidad, equidad, educación, empleo, justicia, reactivación económica, gratitud y amor al prójimo.
Por Pedro Miguel | La Jornada
Regeneración, 21 de noviembre del 2017.-Pongámoslo así: cumplimiento cabal de las leyes y tolerancia cero ante los actos de corrupción, educación para todos, combate a la discriminación en contra de las mujeres y los indígenas, atención prioritaria a jóvenes y adultos mayores, recuperación de la soberanía en lo político, lo energético y lo alimentario, educación para todos, democracia efectiva y separación de poderes, reactivación de la economía.
A estas alturas un programa de este estilo debería ser innecesario pero no lo es porque en México las leyes se reforman hasta la náusea pero se cumplen sólo de manera excepcional; porque la cleptocracia se come, bajita la mano, 10 por ciento del presupuesto y la carrera de funcionario se ha vuelto el negocio más rentable del mundo; porque el arco de las agresiones cotidianas en contra de las mujeres va del agravio verbal en la calle al feminicidio, ya sea en un descampado o en el propio hogar; porque la política y la economía formales siguen negando a los indígenas el derecho a ser ciudadanos y a ser comunidades y a ser mexicanos y a ser distintos; porque no hay sitio para los jóvenes en el mercado laboral ni en las prepas y universidades y porque a veces no lo hay ni siquiera para los niños en las escuelas; porque los que hicieron el país que los neoliberales están deshaciendo carecen en muchos casos de medios básicos de subsistencia; porque dan ganas de llorar de vergüenza y rabia cuando en esta nación de pasado y presente agrario hay que masticar maíz importado, cuando en esta potencia petrolera hay que consumir gasolina gringa y cuando en la mesa de negociaciones del TLCAN los representantes mexicanos presumen los collares para perro que les puso Trump y dicen con entusiasmo: ¡Miren, nos los pusimos nosotros solitos!; porque la abrumadora mayoría de los ciudadanos sabe que la institucionalidad no responde al principio del poder emanado del pueblo sino que es usada por el grupo delictivo que la ocupa como blindaje y como parapeto para perpetuar su impunidad; porque a pesar de 30 años de promesas, la nación se parece cada vez menos al Primer Mundo que le prometieron y cada vez más al Infierno.
Pongámoslo así: a estas alturas hasta los partidos del régimen reconocen que México se encuentra en una situación desastrosa –algunos de ellos lo pregonan por mero instinto electorero, aunque sean corresponsables del desastre– pero se niegan a admitir que la única salida posible es un cambio general de rumbo y en un ejercicio gubernamental probo, legal, social, justo, democrático y soberano. Dicen que esa propuesta suena a chavismo y un día de éstos jurarán que fue inspirada por Corea del Norte. Por lo pronto, algunos opinadores del oficialismo esriben ya que los hackers rusos (y agreguen a los venezolanos, por favor) están detrás de Morena y de López Obrador.
Tendría que ser una obviedad, en todo caso, la imperiosa necesidad de desalojar del poder público a quienes, sea cual sea el membrete partidario que ostentan, se han dedicado a saquear, ensangrentar y ofender al país, a demoler desde adentro las instituciones y a dividir a la población en un ínfimo grupo de multimillonarios que depreda al país, una clase media que desayuna, come y cena desinformación, y una masa de jodidos indefensos, manipulables, explotables, exportables y sacrificables.
Por suerte, no lo han logrado. El poder de la tele ya no es lo que era y los columneros oficialistas chapotean en las aguas del desprestigio después de haber respaldado fraude tras fraude, privatización tras privatización, saqueo tras saqueo. Las clases medias actuales distan mucho de estar mayoritariamente intoxicadas de odio y terror fabricado, como ocurría en 2006. En cuanto a los jodidos, han ido construyendo un tejido creciente y masivo de organización en pequeños pueblos, barrios urbanos, ciudades grandes y medianas. El descontento ante la catástrofe nacional cruje por todos lados y en muchos escenarios da pie a la articulación que se requiere para superarla. El Proyecto de Nación 2018-2024 que se presentó ayer en el Auditorio Nacional cae en terreno fértil y auspicioso. Tiene todo a favor para constituirse en la columna vertebral de una gran mayoría que en julio próximo derrote por nocaut los intentos de un enésimo fraude –pueden dar por seguro que los habrá– y se decida a reconstruir el país con soberanía, inclusión, legalidad, honestidad, equidad, educación, empleo, justicia, reactivación económica, gratitud y amor al prójimo.
navegaciones.blogspot.com
Twitter: @Navegaciones