#SuaveMatria: Contra la mentira: a favor del derecho a la información

Por Beatriz Aldaco

RegeneraciónMx.- La estigmatización (del latín stigma, que entre otras acepciones significa “nota infamante”) es injusta e inmoral; injusta para el destinatario de la acción e inmoral de parte de quien la ejecuta. No era justo y sí inmoral marcar con hierro candente a los esclavos en señal de que pertenecían a sus amos. En aquel caso, el estigma consistía en que se les consideraba inferiores, seres sin alma, y por lo tanto eran tratados como cosas u objetos.

El equivalente actual de aquella práctica que tuvo su origen en la antigüedad es reducir a las personas a un membrete, etiqueta o locución como resultado de prejuicios, creencias y actitudes discriminatorias.

El acto estigmatizador excluye el análisis; el examen detenido, minucioso y fundamentado de la persona o grupo en cuestión. El estigma es, en ese sentido, enemigo de la razón y de la inteligencia. Mediante estas facultades o herramientas sí es factible y válido calificar o fundamentar opiniones sobre los otros seres humanos, mientras que las creencias, prejuicios y la discriminación propios de la estigmatización, reduce y cosifica a las personas.

Calificar una nota como falsa, a una periodista o a un periodista como mentirosa o mentiroso, a un medio de comunicación como embustero tras la presentación de pruebas contundentes de la falsedad, la mentira y el embuste, no son prácticas de estigmatización, sino la exhibición de patrañas, infundios y engaños.

Entre las muchas aristas del tema, nos concentramos por ahora en la supuesta “estigmatización de la prensa” que ha tenido o tendría lugar en el marco de la nueva sección semanal de las conferencias mañaneras presidenciales titulada “Quién es quién en las mentiras”. Y es que resulta sorprendente lo rápido que ciertos comunicadores han adaptado y adoptado los sustantivos estigma y estigmatización, así como el verbo estigmatizar, a lo que resulte del ejercicio del nuevo capítulo del foro matutino. Un oteo en las redes así lo demuestra.

Leopoldo Maldonado, director de Artículo 19, dijo que el nuevo episodio del coloquio mañanero “estigmatiza y promueve la censura previa mediante la inhibición y el amedrentamiento, afectando así a la libertad de expresión”. Maldonado no creyó conveniente explicar en qué sentido el nuevo ejercicio resulta estigmatizador, se limitó a pontificar. Al resto de sus dichos tampoco le asiste la razón, porque aun cuando se han puesto en evidencia falsedades proferidas por algunos comunicadores, éstos han continuado cometiendo el mismo atropello. Lejos de callar o inhibirse por un supuesto amedrentamiento, su voz y sus letras se mantienen viva e incluso cobran mayor presencia. Lejos de verse afectados en su libertad de expresión, se han fortalecido.

Pedro Vaca, Relator Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), habló más bien de posibilidades. Entre otras declaraciones, dijo que la nueva sección “puede estar afectando las garantías para un debate libre e informado”, y se preguntó qué impacto podría tener en el ejercicio de su libertad de expresión quien sea nombrado “Pinocho de la semana”. En respuesta a Vaca, el impacto que puede tener es que el comunicador o comunicadora a quien se le demuestre que ha mentido, no vuelva a mentir o por lo menos se cuide más de no hacerlo, so pena de verse exhibido. También expreesó algo muy sensato que la mayoría de los medios no registró en sus notas: que las autoridades tienen derecho a defenderse de las críticas y que “el reto es cómo distinguir entre la defensa de una opinión pública y aquel discurso que estigmatice”. En efecto, si en el nuevo apartado se estigmatiza debe señalarse, pero hasta ahora, con una sola de las emisiones realizada, no ha ocurrido algo siquiera parecido y no tendría por qué ocurrir.

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Ricardo Raphael escribió que el oficio al que se dedica “enfrenta una campaña creciente de estigmatización” pero no compartió ningún ejemplo. Dedica varios párrafos de su artículo a hablar del estigma, pero no lo relaciona con la supuesta campaña de imposición de estigmas del presidente de la república. Entre los deplorables resultados que advierte en los actos de estigmatización, incluye que intimida y vuelve invisibles e inaudibles a las personas estigmatizadas, que éstas pueden padecer un destino peligroso e incierto y que todo puede terminar en su exclusión, aislamiento y exterminio. Al llegar a este punto espeluznante, agrega que “no podría afirmar que esta campaña mexicana vaya a llegar tan lejos, pero tampoco tendría elementos para negar la posibilidad”. Es decir, se sitúa en el terreno de las posibilidades, como Vaca, y no en el de los hechos. Hasta hoy, a él, miembro del gremio supuestamente estigmatizado, no se le percibe ni intimidado, ni invisible, ni inaudible, y mucho menos excluido, aislado o exterminado. Una de las pruebas de ello es su mismo artículo, los anteriores a éste y los que con seguridad seguirá publicando.

“Entre las primeras fracturas -continúa Raphael- del suelo que pisan los grupos estigmatizados está lo laboral. ¿Quién querría contratar a un sujeto demeritado, o más precisamente, quién se atrevería a desafiar manteniendo un empleado descartado desde la tribuna del poder?”. Hasta ahora no se ha visto que periodistas supuestamente estigmatizados pierdan su trabajo o que hayan ido a buscar empleo a algún sitio y se les haya negado por culpa de algún dicho del presidente. Se les ve bastante bien posicionados en los diarios de mayor circulación y en tribunas de la radio y la televisión con audiencias masivas. Su voz suena fuerte y cada vez más estridente. Y repetimos, no aclara en qué consiste la supuesta estigmatización. En todo caso, si a un comunicador o comunicadora se le descubre que miente, bien harán los medios de comunicación en no contratarlo, lo cual sería una buena contribución para mejorar el nivel de la prensa mexicana.

Denisse Dreser dijo que estaba de acuerdo con Ricardo Raphael en que el ejercicio de “Quién es quién en las mentiras” es “una forma de estigmatización”, pero tampoco explicó en qué sentido le parece que lo es. El periódico El Universal recupera la siguiente declaración de octubre de 2020 del ahora presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Jorge Canahuati: “López Obrador lanzó una ‘incorrecta’ (SIC) estigmatización sobre periodistas y medios mexicanos de comunicación”, sin explicar en qué consiste la supuesta estigmatización. El periodista Enrique Hernández Alcázar aseguró que lo que él denomina “tribunal de la verdad” (el nuevo capítulo matutino semanal) es “una estigmatización de la prensa que puede escalar en la violencia”. Igual que los demás, no explica tampoco en qué consiste la estigmatización ni abunda en esa posible escalada de violencia.

Jesús Ramírez Cuevas, vocero de la presidencia, ha expresado en diferentes escenarios que el gobierno no busca estigmatizar a periodistas sino “reducir el daño de la desinformación y las mentiras”, pero casi todos ignoran esa declaración oficial. Si realmente estuvieran dispuestos a debatir con seriedad, tendrían que retomarla para cuestionarla, contrarrestarla y combatirla con argumentos. Pero hablan en el aire como si oficialmente no se hubiera fijado una postura clara. ¿Será que ellos ignoran las declaraciones del funcionario porque lo han estigmatizado como no confiable, es decir, sin el debido análisis y pruebas para demostrarlo? ¿Será que desestiman la posición del vocero porque discriminan al funcionario con base en prejuicios y creencias, como ocurre en todo acto de estigmatización?

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El estigma debe describirse, explicarse, esclarecerse. La marca, señal o etiqueta impuesta a los pobres por ciertas personas es, entre otras, que son flojos y por eso son pobres (“son pobres porque quieren”); el estigma impuesto a las mujeres por los misóginos es, entre otros, que son inferiores y despreciables; el estigma impuesto a los enfermos mentales es, entre otros, que están locos; el estigma impuesto a las chicas de Salem fue, entre otros, que eran brujas malvadas; el estigma impuesto a los pueblos originarios es, entre otros, que son inferiores, que valen menos que los mestizos o blancos; el estigma impuesto a los jóvenes de escasos recursos es, entre otros, que son perezosos e incapaces.

En el caso de las acusaciones contra el presidente, ¿de qué naturaleza es el estigma, el prejuicio, la creencia, la discriminación? Nadie lo ha dicho. ¿El presidente ha declarado alguna vez que la prensa, que toda la prensa, por el hecho de serlo, es mentirosa, es mala, es malintencionada? Porque suponemos que a eso se refieren con lo del supuesto estigma. Eso sí sería estigmatizar a la prensa. Pero una declaración así no existe, no podrían citarla porque no se ha pronunciado. Lo que se ha evidenciado son notas concretas de personajes específicos que mienten, pero eso no es estigmatizar, sino exhibir mentiras y a sus artífices.

Otro elemento de gran relevancia que arteramente no mencionan los personajes de marras es que en un tema tan sensible, de vida o muerte, como el COVID-19, México se ha situado, después de Turquía, en el segundo país con mayor generación de noticias falsas. Ésa es nuestra triste y preocupante realidad y entre los responsables se encuentran algunos de los que se dicen “estigmatizados”.

Con la nueva sección semanal de las conferencias matutinas el Estado, en este caso representado por el presidente de la república, cumple una de sus funciones asentadas en el artículo sexto de la Constitución: garantizar el derecho a la información. Y las notas falsas no informan, desinforman, por eso es necesario darlas a conocer y desmentirlas.

El caso más relevante de estigmatización en México es el perpetrado por ciertos “intelectuales” y comunicadores con los membretes de “Mesías tropical” o “Un peligro para México” endosados a Andrés Manuel López Obrador. Ese hecho sí reúne todas las características del estigma: es resultado de prejuicios, creencias y actitudes discriminatorias; es injusto e inmoral; es contrario a la razón, a la inteligencia y al análisis. Y la prueba de que la estigmatización no implica necesariamente una fatalidad, como tramposamente Ricardo Raphael pretendió hacer creer, es que el personaje mexicano más estigmatizado sorteó los efectos nocivos del estigma y es ahora presidente de la república.

* Escritora, editora, articulista y promotora cultural. Licenciada en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora (USON) y maestra en Historia de México por la FFYL de la UNAM, es Investigadora y catedrática en las áreas de literatura y humanidades.