Actualmente, México necesita que los indicadores económicos vayan más allá de la riqueza de unos cuantos.
Por Napoleón Gómez Urrutia| La Jornada.
Regeneración, 22 de marzo de 2018.- En el momento actual, México necesita de un cambio real en su economía para combatir el sentimiento creciente de ansiedad y frustración que prevalece en un amplio sector de la población. Los mexicanos enfrentamos una caída constante en nuestro nivel de vida, una inestabilidad aguda sobre la permanencia en nuestros empleos, la decadencia de servicios públicos, de los índices de salud y de la seguridad pública, y en general una tensión y un desgaste que muy pocos han podido evitar.
El potencial de desarrollo en los jóvenes se ve estancado por el peso de las deudas, el costo de la vivienda y la falta de oportunidades para salir adelante. Igualmente, muchas familias han tenido que cambiar sus planes sobre la expectativa de felicidad que podían compartir a través de un mayor bienestar y mejores condiciones de vida. Lo mismo sucede con muchas empresas que comenzaron a detener sus programas de expansión y crecimiento ante la incertidumbre de las próximas elecciones y la falta de seguridad que ofrece el gobierno.
El futuro de los mexicanos no se puede medir por el éxito económico de un reducido número de multimillonarios, sino que debe estar en función de nuestra capacidad, esfuerzo y habilidad para que la mayoría de la población mejore de manera sustancial su nivel de vida. La creación de la riqueza es un esfuerzo colectivo entre trabajadores, empresarios, inversionistas y gobierno. Cada uno contribuye al proceso productivo, pero también deben compartir con justicia sus beneficios. Por eso debe mejorarse de forma constante la economía nacional y reescribir las reglas sobre las cuales se fortalezca ese proceso para que exista justicia y equidad para reducir gradual y aceleradamente la muy extendida pobreza que actualmente existe en México.
Nuestro país está preparado para un cambio. Sólo los privilegiados y aquellos que están instalados cerca de las esferas del poder político y que les transmiten beneficios y concesiones no quisieran que la situación cambiara o que nada se moviera. Pero hoy las circunstancias son distintas, pues estamos con más de 50 por ciento de la población en la pobreza, es decir, 62.5 millones de mexicanos y de ellos más de 20 por ciento en la miseria extrema. El resto de la riqueza nacional se reparte entre 300 familias y un grupo creciente, que surge cada sexenio, de nuevos billonarios que son principalmente los políticos corruptos responsables de toda la desigualdad social.
Al mismo tiempo, la política comercial y exterior de México se han deteriorado y debilitado a tal grado ante las presiones del gobierno estadunidense que amenaza no sólo con construir en la frontera con nuestro país un muro indignante y racista, sino también cancelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte e imponer tarifas e impuestos a las exportaciones mexicanas. Eso sin mencionar la incapacidad de algunas autoridades para diversificar y promover aún más las relaciones económicas internacionales y fortalecer la imagen de México en el exterior. Por eso la soberanía y los intereses nacionales deben estar primero.
Así es que cuando esos grupos y élites del poder económico de México se preocupan y critican al partido Morena y al candidato Andrés Manuel López Obrador ante la posibilidad del cambio de rumbo en la política nacional, lo hacen porque tienen un temor brutal a que las cosas puedan transformarse, sin darse cuenta por su insensibilidad y arrogancia que no es el partido ni su candidato la amenaza en su contra, sino la actitud del pueblo mismo que se siente agraviado ante la marginación y la explotación a que es sometido a diario. También es cierto que nadie puede ponerse en contra de la evolución y de la historia.
De ahí que el futuro de México puede quedar suspendido si no se revalúa la economía y se le da un sitio preponderante al papel de los agentes económicos en la sociedad. Tenemos que cambiar un sistema deficiente y equivocado que “ha generado una gran corrupción”.
Lo mismo sucede cuando nos damos cuenta de que México es de los pocos países de América Latina donde los ingresos de las personas se han reducido a pesar de que la productividad se ha incrementado, especialmente en la industria manufacturera. Eso significa que la mayoría de la clase trabajadora hoy gana menos en términos reales que lo que obtenía hace más de 20 años. Además, muchos trabajadores tienen empleos mal remunerados y están en peores condiciones laborales, lo que hace pensar de manera clara que los niños de hoy tendrán mañana peores oportunidades que las que hasta ahora han tenido.
México necesita de forma urgente un nuevo plan de inversiones y de desarrollo económico que sólo podrá realizarse bajo un gobierno responsable y comprometido con el cambio democrático, que conduzca hacia una verdadera justicia social, con un estado de derecho que se respete y que garantice la seguridad y la protección de los derechos laborales y humanos de la población. La simulación y el engaño ya no tendrán cabida en nuestro país en los próximos años y ni el rumbo ni el destino del país lo podrán detener aquellos que viven en la comodidad de explotar o esclavizar a la mano de obra y los recursos naturales del país sin ninguna responsabilidad social.
El próximo gobierno tendrá un enorme reto, pero a su vez una gran oportunidad para acabar con la corrupción y pasar a la historia con una nueva política económica que cambie de fondo la realidad del país y la transforme hacia una de mayor beneficio para la mayoría de la población.