Por Víctor M. Toledo
Regeneración, 21 de junio del 2015. El mundo de hoy, pletórico de eventos sorpresivos, fenómenos inesperados y actos sin precedente, ha sido testigo de un nuevo acontecimiento inusitado. La encíclica ecológica del papa Francisco lanzada la semana pasada contiene tal número de posicionamientos avanzados que colocan al documento a la vanguardia del pensamiento contemporáneo. Esto no tendría mayor significado si se tratara de una reflexión y un análisis surgido del mundo académico, pero tratándose del líder espiritual de mil doscientos millones de personas y del personaje más seguido en las redes sociales, el hecho adquiere una dimensión extraordinaria. A El Vaticano han llegado las olas subversivas de la ecología política, y especialmente de las corrientes más renovadoras de la iglesia católica, esas que hoy combinan la opción por los pobres y los marginados con la opción por el rescate y defensa de la naturaleza. Este nuevo cristianismo prolifera y se multiplica especialmente en la América Latina en países como Brasil, Colombia, Ecuador y México y está encabezado por jesuitas y agentes de otras órdenes religiosas. La encíclica ecológica no está entonces solamente inspirada en san Francisco de Asís o Theillard de Chardin, sino en las principales tesis de la teología ambiental del ex sacerdote brasileño Leonardo Boff, cuyo libro Ecología; la voz de la Tierra, la voz de los pobres (1996), marcó el inicio de una nueva era de sacerdotes comprometidos con los pueblos, y especialmente con las comunidades campesinas e indígenas del sur. Buena parte de las frases de la encíclica parecen extraídas de la obra de L. Boff, la cual a su vez es un reflejo fiel de la puesta en práctica de una modalidad que invoca al evangelio en su forma más prístina o pura.
Por lo anterior, la encíclica ecológica es fundamentalmente un acto de reivindicación de una corriente de la iglesia fuertemente impugnada y vetada durante las últimas décadas por las autoridades eclesiásticas (y muy especialmente por el papa Juan Pablo II), quienes intentaron una y otra vez eliminarlos de la institución católica. Identifico al menos 7 aportes fundamentales contenidos en la mencionada encíclica que merecen ser exaltados:
UNO. La primera gran innovación es sin duda el rescate de una versión de la iglesia diferente a la que ha venido dominando, basada en una dolorosa separación entre Dios y la naturaleza, la cual fue despojada de su carácter simbólico y sacramental. El re-posicionamiento de la tradición franciscana (El papa Bogliolo ha literalmente re-encarnado a san Francisco de Asís) que supera un monoteísmo rígido y una teología que supone la sujeción de la Tierra al dominio humano, le da un vuelco radical a la práctica cristiana y la ubica en la vanguardia de las necesidades concretas de la humanidad y su entorno planetario. Estamos ante un nuevo paradigma teológico e institucional que responde a un mundo en crisis y bajo la amenaza de un colapso global en el mediano plazo.
DOS. El reconocimiento de que no hay dos crisis separadas, una social y otra ambiental, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental, sitúa a la iglesia en la misma perspectiva de la ecología política y de paso responde magistralmente a las demandas del pensamiento complejo y del pensamiento crítico. Ninguna de las más avanzadas filosofías políticas de carácter emancipador, incluyendo al marxismo, al nuevo socialismo latinoamericano (Venezuela), al neo-zapatismo o al ecologismo radical de los países industriales, todas ellas incompletas en alguna dimensión, logra igualar la propuesta de la nueva encíclica. Una consecuencia de esa tesis atañe a las soluciones, las cuales requieren de un abordaje integral que al mismo tiempo que combatan la pobreza y devuelvan la dignidad a los excluidos emprendan la defensa y cuidado de la naturaleza.
TRES. Si la crisis ecológica expresa, es “…una pequeña señal de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad”, el cambio climático “… es un fenómeno real derivado de un consenso científico sólido”, cuya causa final es la actividad humana y, más concretamente, un estilo de vida basado en el consumismo, el uso de combustibles fósiles, y un sistema económico tecnocrático que privilegia a las empresas petroleras y a los mercados financieros. Los poderes económicos y políticos o enmascaran los problemas u ocultan los síntomas (cosmética verde).
CUATRO. Llama la atención una tesis subversiva formulada en plena era del neo-liberalismo y del capitalismo corporativo: la de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes comunes. Dice la encíclica que la Tierra, el clima, el agua, la biodiversidad, las selvas, etc. son todos ellos bienes comunes. La Tierra es nuestra “casa común”.
CINCO. Sorprende que las más avezadas y radicales propuestas del pensamiento ambiental hayan quedado integradas y tratadas en alguna medida en la encíclica papal. Es este el caso del cuestionamiento de la idea de crecimiento económico, “concepto mágico del mercado”, que de inmediato remite a la teoría del descrecimiento, nacida en Francia (Serge Latouche y otros), ampliamente impulsada por los sectores académicos, sociales y políticos más radicales de Europa. Lo mismo sucede con la idea de una sociedad del riesgo global (Ulrich Beck) y de la llamada deuda ecológica, un concepto surgido de la economía ecológica (J. Martinez-Alier y otros) que sostiene que la extracción salvaje de los recursos de los países del sur a manos de los países del norte (industrializados) conlleva un mecanismo de saqueo o intercambio desigual que requiere ser compensado.
SEIS. No puede dejar de señalarse el reclamo que el documento hace a las elites y burocracias que tras varias décadas no han logrado avanzar un ápice en relación con la crisis ecológica de escala global, puesto en evidencia en “los rotundos fracasos de las cumbres mundiales sobre el medio ambiente”. A los intereses y la seguridad de la especie humana se han antepuesto las ansias de poder político y de acumulación impía de capital de las minorías.
SIETE. Y “last but not least” el llamado que hace la encíclica a todos los seres humanos para tomar conciencia, cambiar el estilo de vida y formar redes sociales para actuar. Hoy peca, quien depreda (ecológicamente) y/o explota (socialmente).
La diseminación de la encíclica ecológica entre los miembros de la institución tendrá sin duda un efecto inimaginable. Al menos en teoría pondrá a la inmensa población católica, hombro con hombro, con quienes hoy en día realizan batallas heroicas contra la destrucción ambiental y el rescate de los explotados. Solo en México donde existen entre 90 y 100 millones de creyentes, y donde la institución eclesiástica dispone de casi 7,000 parroquias y otro número similar de centros pastorales, animados por 16,000 sacerdotes y 28,000 monjas, la lectura de la encíclica y su reflexión y análisis deberá derivar en la movilización de millones para actuar contra los “proyectos de muerte” que amenazan al territorio nacional y sus recursos y a las comunidades que resisten. Veremos entonces a la muchedumbre católica defendiendo y remontando los proyectos depredadores de la mega minería, la extracción de petróleo mediante el fraccionamiento hidráulico, las hidroeléctricas, la expansión desbocada de los fraccionamientos urbanos, el arrasamiento de selvas y bosques, la sobre-explotación y contaminación de los acuíferos, la contaminación de los suelos, los intentos por introducir maíz transgénico, la destrucción de costas, marismas y playas por los proyectos turísticos y un largo etcétera. Por todo el territorio nacional hoy existen casi 300 conflictos socio-ambientales. Que tiemblen las corporaciones y los empresarios depredadores, que huyan los políticos corruptos. Una nueva iglesia ha surgido a favor de la humanidad, en defensa de la naturaleza y sus criaturas y para salvar el planeta. ¡Aleluya!
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