Por: Aarón Álvarez Vargas
Regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política. Esta forma implica tres principios elementales: la honestidad, la justicia y el amor. La honestidad para reformar la vida pública, grotescamente descompuesta y generadora de la más desmesurada corrupción, que ha contribuido de manera sustancial a acrecentar la desigualdad y la pobreza del país. La justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública (ejes del Estado de bienestar). AMLO señala que hoy en día continúa siendo vigente la frase bíblica que Madero pronunció, de que el pueblo de México "tiene hambre y sed de justicia". Y justicia implica una repartición de la riqueza más equitativa, la atención del Estado a los sectores más vulnerables, un pago de impuestos racional (que pague más quien gana más), el respeto y aplicación del Estado de Derecho (aplicación de la ley para todo aquel que la viole, sin que el dinero sea quien determine el veredicto de culpabilidad o inocencia).
Y el amor, como medio de la regeneración social, para promover el bien y lograr la felicidad. El amor como el elemento fundamental para la convivencia entre las personas, para la coexistencia respetuosa entre los diferentes, y para la construcción de tejido social sustentado en la paz, la solidaridad y el bien común.
Las críticas sobre la construcción de la República Amorosa han sido diversas y respetables. Que si el amor corresponde a una esfera distinta a la del quehacer político, que si es imposible plantear una república con estas características por la dialéctica social y la lucha de clases, que si el conocimiento acerca del amor está borroso o mal planteado, que si éste corresponde al ámbito de lo privado y no de lo público etc. Lo anterior nos servirá como guía para la reflexión de la propuesta de país enarbolada por AMLO y una amplia y diversa base social que lo respalda.
La república
La República es el sistema político que se caracteriza por la división del Estado en tres poderes (para su buen ejercicio): ejecutivo, legislativo y judicial, y ha mantenido desde sus inicios como forma de operación de lo público, disertaciones sobre la mejor filosofía y organización del Estado, de tal forma que éste fuera casi perfecto y con la premisa moral de ejercer la justicia y el bienestar social. Es una realidad inocultable que los gobiernos neoliberales del PRI y el PAN, han actuado en absoluto contrasentido a los principios y objetivos de una república: han creado un sistema de corrupción pública, de injusticia económica y por efecto de ambas, de degradación social. Los políticos que han gobernado bajo este dogma se han alejado de los componentes más sublimes de lo humano como son la sensibilidad social y el bien común. ¿Y no son estas cualidades humanas, un producto de la experiencia amorosa más profunda?
Marx
Nadie (menos en estos tiempos de aguda crisis que vive el capitalismo en todo el mundo) puede soslayar la teoría marxista y sus más lúcidos análisis y conceptos sobre la economía política, el materialismo histórico y la dialéctica producida por las diferencias de clase. Sin duda la lucha de clases (con sus respectivas adecuaciones histórico-sociales) ha sido el principal motor de la historia y de las grandes transformaciones. Nadie puede negar que esta lucha entre poseedores y desposeídos, explotadores y explotados, ha cubierto de sangre cada uno de los momentos históricos en que se han enfrentado, así como de recelo y resentimiento mutuo el inconsciente colectivo de ambos grupos sociales, producidos por la dialéctica entre las clases y que se va transmitiendo de una generación a otra. La propuesta de la república amorosa también es un planteamiento radical para detener este paradigma entendible mas no justificable de que es necesario odiar al otro, al adversario, al enemigo de clase (al burgués, al empresario) para lograr la transformación política, social y económica en una Nación. La política es dialéctica, dinámica álgida de fuerzas opuestas, pero para luchar, para avanzar, para ganar, incluso para hacer justicia y aplicar todo el peso de la ley a quienes hayan cometido desde el poder actos aberrantes, no es necesario ni el resentimiento ni el odio que envenena a quien lo siente y continua reproduciéndolo en sus diversas esferas de interacción social. Es posible odiar al adversario, pero también es posible ser empático y respetarlo.
El amor
“El hombre más felíz es el que proporciona mayor felicidad a los demás” Karl Marx
Del amor se ha escrito mucho y en todos los tonos, niveles y formas. Se ha escrito desde lo más hondo hasta lo más cursi y desnaturalizado. Desde lo más concreto hasta lo más abstracto. Desde las ciencias y desde las artes. Por fines de claridad y consistencia tomaremos la definición del amor más concreta y clara posible y de la que se puede desarrollar todo un viaje extraordinario.
El amor es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres. Es resultado de la construcción de un vínculo afectivo entre dos o más sujetos. Es producto de una serie de experiencias y actitudes ante uno y los otros. En el contexto filosófico, el amor es una virtud que representa la bondad, compasión y afecto del ser humano.
El amor es una de las grandes fuerzas que mueven al ser humano a la acción. A diferencia del odio que impulsa a la destrucción y la muerte, del miedo que paraliza y erosiona la vida, el amor resulta para el alma individual y también para el alma social, el gran bálsamo redentor, el alimento inmaterial más nutritivo, la más poderosa fortaleza humana, la melodía más elevada; el bien más preciado que vuelve más rico a quien más lo comparte. Los poetas, los músicos y los “locos” han sido sus más fieles seguidores, propagandistas y discípulos: “El amor es la razón del Universo” (F. Cabral), “All you need is love” (The Beatles), “Haz el amor y no la guerra”, “Amor y Paz”, “Donde no se puede amar hay que pasar de largo” (F. Nietzche) “El misterio del amor es más profundo que el misterio de la muerte” (O. Wilde), “El amor es el principio de todo, la razón de todo, el fin de todo” (Lacordaire). Y más que ingenio, lo que encierran cada una de estas frases son el gran poder del amor y su cualidad más preciada que es la universalidad del mismo, que lo hace (¿cómo a Dios?) estar presente en cualquier lugar, en cualquier actividad y en cualquier sujeto.
Entonces ¿cómo pensar que no existe vínculo alguno entre la política, la administración pública, el ejercicio del poder y… el amor? Luiz Inazio Lula Da Silva, ex presidente de Brasil (responsable de catapultar a su nación a un nuevo desarrollo que lo pone hoy como una de las potencias emergentes en el mundo junto con China, Rusia, India y Sudáfrica) en la segunda mitad del 2011 declaró que para gobernar bien se necesita actuar como lo haría una madre con sus hijos. ¿Y qué es lo que distingue a las madres en la crianza sino un profundo amor, incondicional e inquebrantable, que las lleva a hacer cualquier sacrificio por “dar” lo necesario a sus hijos y verlos convertidos en hombres y mujeres de bien?
Es decir, que el amor es un medio, una postura, un sentimiento y un principio, que puede sin problema alguno, ser el eje rector de un gobierno (para generar prosperidad y bien común), de su forma de hacer política (en la que no hay enemigos sino adversarios dice el propio AMLO), el matiz de su comunicación con todos los sectores de la sociedad (fomentando la tolerancia y el respeto a lo diferente) y el cimiento para el desarrollo de la vida pública, marcada por una serie de principios éticos y morales que ayuden a encauzar las acciones de cada sector de la sociedad.
En su artículo sobre la República Amorosa, Ricardo Monreal (Milenio, 13 de diciembre de 2011) señala que las referencias al amor en el discurso político de AMLO están presentes por lo menos desde el año 2000, durante su campaña a la jefatura de Gobierno. AMLO señalaba en aquel entonces que la finalidad de cualquier gobierno tendría que ser la felicidad de los ciudadanos y el amor entre las personas”. Esto (junto con algunas acciones que realizó como Jefe de Gobierno del Distrito Federal) lo que demuestra es que su discurso acerca del amor en los terrenos de la política no es algo nuevo o improvisado, sino uno de los más importantes elementos de su visión del ejercicio del poder: “Quienes piensan que este tema no corresponde a la política, olvidan que la meta última de la política es lograr el amor, hacer el bien, porque en ello está la verdadera felicidad…Luego entonces, el propósito es contribuir en la formación de mujeres y hombres buenos y felices, con la premisa de que ser bueno es el único modo de ser dichoso. El que tiene la conciencia tranquila duerme bien, vive contento. Debemos insistir en que hacer el bien es el principal de nuestros deberes morales… La felicidad no se logra acumulando riquezas, títulos o fama, sino estando bien con nuestra conciencia, con nosotros mismos y con el prójimo… La felicidad profunda y verdadera no consiste en los placeres momentáneos y fugaces. Ellos aportan felicidad sólo en el momento que existen y después queda el vacío de la vida que puede ser terriblemente triste y angustioso. Cuando se pretende sustituir la entrega al bien con esos placeres efímeros puede suceder que éstos conduzcan a los vicios, a la corrupción y que aumente más y más la infelicidad humana. En consecuencia, es necesario centrar la vida en hacer el bien, en el amor, y a su vez, armonizar los placeres que ayudan a aliviar las tensiones e insatisfacciones de la vida”.
El amor en tiempos neoliberales no es más que una envoltura metalizada, con mucho color y que por supuesto tiene un precio. Los que nos resistimos a la deshumanización de la sociedad, también resistimos a que nos quiten el amor para después mercantilizarlo y vendérnoslo dentro de un vistoso empaque. Y aquí el papel histórico de los eternos rebeldes, los insatisfechos con la era hipermoderna, los olvidados del neoliberalismo, es decir los jóvenes. Si queremos que el país resurja de sus ruinas y sea una patria generosa, justa y democrática, tendremos que escuchar al gran Mario Benedetti, quien señaló en uno de sus más bellos poemas que, “en este mundo de paciencia y asco” que ha sido heredado a nosotros los jóvenes, no debemos dejar que nos “maten el amor”. Muriendo el amor muere todo reducto de vida.
Dicen que Fernando Delgadillo convalidó el fraude de 2006, que cantó en algún evento para Calderón. Pero eso resulta irrelevante en esta lógica amorosa, y no evita disfrutemos una muy elemental pero lúcida frase que habita en una de sus mejores canciones (Hoy hace un buen día) y que sintetiza el porqué tendremos que reivindicar el amor y hablar de él y en su nombre, en esta histórica lucha social que busca transformar a México. Tengamos presente todas y todos que “hablar de amor es bueno cuando se es sincero”.