En entrevistas recientes Armando Martínez, el abogado de Rivera, sostiene que los radicales del PRD ya se fueron y ahora es posible un diálogo plural. Enfundado en corbata amarilla, comme il faut, señala el presidente del Colegio de Abogados Católicos: “Se me describe y etiqueta como un talibán del conservadurismo; en contraste, tengo un doctorado en políticas del desarrollo y una maestría en acción política y participación ciudadana… Mi precandidatura responde a un único interés: el ciudadano”.
Militantes del propio partido han reaccionado acusando de incurrir en incongruencias. Sin embargo, la cuestión de fondo no es que pase de las filas de la derecha católica a un partido de izquierda, sino cómo pasa. El cómo transita es el nudo del caso. Históricamente el evento no es insólito ni mucho menos inédito. El emblemático obispo rojo, Dom Helder Cámara (1909-1999), en los años cuarenta formó parte de la ultraderecha católica Ação Integralista Brasileira, que proponía el rescate de los valores de Deus, Pátria e Família
, para ser calificado en los años setenta de traidor filocomunista por la dictadura militar brasileña. Hay muchos otros casos comparables entre destacados actores religiosos, como Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz, en México, Camilo Torres, en Colombia, Óscar Arnulfo Romero, en El Salvador. A nivel de laicos están los jóvenes católicos provenientes de familias conservadoras que militaron en la acción católica universitaria del MEP, y posteriormente fueron los principales activistas que nutrieron el grupo guerrillero de la Liga 23 de Septiembre en los años 70. En sentido contrario también hay conversiones de católicos progresistas que terminan abrazando causas de partidos conservadores. Muchos ex jesuitas encabezan la lista. Otro ejemplo notable, René Capistrán Garza (1989-1974), destacado líder de la ACJM en los años 20, integrante radical de la Liga de la Defensa por la Libertad Religiosa, quien cruzó el país hacia el norte en busca de armas y recursos para apoyar las guerrillas cristeras que resistieran los embates del supremo gobierno callista. Terminó años después apuntalando y respaldando las acciones autoritarias del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz contra la masacre de estudiantes en 1968.
Esta movilidad ideológica, política y hasta teológica es producto de conversiones. Fruto de procesos personales y de grupo que interactúan con el entorno. Son opciones y giros a veces dramáticos que conforman parte de un proceso político religioso en circunstancias históricas muy específicas. Pero no es el caso de Martínez Gómez. Él mantiene intactos sus planteamientos, trayectoria e ideología. Se dice dispuesto a interactuar en una pluralidad riesgosa y con límites muy claros. Él usa al PRD, utiliza la franquicia como vehículo e instrumento para llegar a un cargo de elección popular y desde ahí servir
a la ciudadanía. ¿Estamos ante una crisis de identidad de los católicos conservadores y del PRD, o un pragmatismo extremo en que ambos se usan? ¿O una desconocida estrategia de la derecha católica para infiltrar y explotar desde adentro iniciativas que lesionan los principios católicos?
Podemos decir que se vive una crisis política que va más allá del pragmatismo. Es la falta de referencias y liderazgos, modelos sociales pertinentes a los que atenerse; es la pérdida de poder de decisión desde la política y la ausencia de pensamiento estratégico, es decir, carencia de una visión de Estado. No es casual que gobernadores y alcaldes entreguen su acción a Dios y encarguen sus territorios a la protección de divinidades. Son aspectos que contribuyen a dibujar los contornos de la incertidumbre de la clase política, cuyos desvaríos quedan registrados, patentes en las encuestas de opinión. Pareciera que hay una separación entre poder y política; en la medida que los centros de decisión son más globales, la política pierde significado y sofisticación. Siguiendo al pensador polaco Zygmunt Bauman, existe la necesidad de hacerse de una identidad flexible y versátil que haga frente a las distintas mutaciones que representa la realidad líquida de perplejidades. El caso Armando Martínez muestra el pragmatismo y la incertidumbre de la clase política, que vive en estos tiempos líquidos con miedos sólidos.