Ese “sí se puede” que durante meses retumbo en plazas y calles después de una imborrable Primavera Indignada del 2011 llega ahora como un terremoto a las instituciones, algo inimaginable entonces. La victoria de Barcelona en Comú en Barcelona, con Ada Colau al frente, ha hecho saltar por los aires el tablero político.
Si durante largo tiempo tuvimos que oír a tertulianos de distinta índole acusar al 15M de radical, antisistema y “perrofláutico”, diciendo aquello de que “si queréis hacer política formad un partido”, como si la política se limitara a hacer política partidista, sin entender o no querer entender absolutamente nada de lo que significó ese “levantamiento popular” indignado; ahora, las peores pesadillas del establishment se han hecho realidad.
El discurso contrahegemónico levantado en aquel momento en múltiples plazas, capaz de dibujar un nuevo imaginario colectivo, que mostró sin rodeos el vínculo entre crisis económica y secuestro político y que conectó, como nunca antes, con una mayoría social golpeada por tres largos años de recortes asalta hoy las instituciones, desbordando los límites de lo posible que nos habían impuesto.
No se trataba, como decían algunos “todólogos”, de uniformizar la heterogeneidad del movimiento en un partido único, y hacer más de lo mismo, sino de levantar nuevos instrumentos políticos, metodologías, confluencias, procesos que permitieran trasladar esa indignación de la calle a las instituciones. Convertir la mayoría social azotada por la crisis en mayoría política. Sin olvidar que todo proceso de cambio real vendrá de la toma de conciencia colectiva, la autorganización popular y la movilización sostenida. En definitiva, ocupar las instituciones, como antes se habían ocupado las plazas, para ponerlas al servicio de los “nadie”. Y eso es lo que se ha hecho ahora.
La eclosión fulgurante de Podemos un año atrás, en mayo del 2014, obteniendo inesperadamente en las elecciones europeas 1,2 millones de votos y 5 eurodiputados, fue el mejor ejemplo. Una hoja de ruta planteada anteriormente, en abril del 2013, por el Procés Constituent en Catalunya, impulsado por la monja benedictina Teresa Forcades y el economista Arcadi Oliveres, apelando a construir desde abajo una nueva mayoría político-social. Una apuesta que Guanyem Barcelona y Ahora Madrid, a pesar esta última de no ganar por la mínima, han materializado como nadie en estas elecciones. Una experiencia que se ha extendido a numerosos municipios y comunidades, con la emergencia de nuevas fuerzas políticas, resultado de la confluencia social, capaces de llegar a los sectores más golpeados, quienes sí se han movilizado y han votado en esta ocasión.
Los resultados de esta contienda electoral rompen los esquemas de la política tal como la conocíamos desde la transición. El tablero ya no es cosa de dos. Y la entrada de los “sin voz”, de los precarios, los desahuciados, los parados…, en definitiva de los “outsiders”, al frente del ayuntamiento de Barcelona demuestra que se puede ganar y que todo es posible. Es el momento de llevar a la práctica esa famosa consigna de “mandar obedeciendo”. Pero, la senda del cambio en mayúsculas no será fácil. La presión del establishment, desde sus lobbies económicos a su maquinaria mediática, no se hará esperar. Las trabas y las descalificaciones, de bien seguro, serán múltiples. La responsabilidad, así como la oportunidad, es enorme.
Hoy, vivimos un momento histórico. Han pasado cuatro años desde que en las plazas se gritara: “No nos representan”. Tras el terremoto político de estas elecciones una nueva consigna se impone: “Sí nos representan”. En Catalunya, las elecciones al Parlament son el próximo asalto. En Madrid, el Congreso de los Diputaos que se prepare. Como decía Ada Colau en esta histórica noche electoral: “Esto es una revolución imparable”.
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