Por Javier Jimenez Spriú
Agradezco al Instituto Mexicano de Ingenieros Químicos, la invitación para reunirme con Ustedes y reflexionar sobre un tema delicadísimo de la vida nacional, que toca y trastoca todos nuestros momentos y actividades, nuestro presente y nuestro futuro, como lamentablemente lo ha hecho en nuestro pasado, agregándoles una carga muy pesada de sobrellevar. La ética, y desde su óptica más negativa: la falta de ella, la pérdida de valores, la corrupción, la impunidad y finalmente el cinismo.
Asuntos todos, que debemos atacar con firmeza y con la actitud positiva de no considerarlos inexorables.
Mi intervención no será, por razones obvias de mi biografía profesional y de tiempo y por respeto a todos, filosófica; no abonaré nada a las disquisiciones sobre Ética de Aristóteles, aun cuando nuestra reflexión gira en torno a “la virtud” como él llamaba a la adquisición individual del hábito o costumbre de actuar siempre como es debido, siguiendo las enseñanzas de Sócrates y Platón, sobre “la virtud social esencial” que es la justicia.
No plantearé tampoco discusión alguna sobre la tesis de San Agustín que plantea, en palabras de Savater, que “el mal en sí mismo no existe, sólo es pérdida de realidad de lo que por definición está bien”. Aunque desde luego, esto pudiera contraponerse con mi neologismo de la Sinética, que propuse dentro del título de esta plática y a algún cínico pudiera parecerle conveniente.
Como pudieran coincidir también algunos puntos que tocaré en mis reflexiones, con la expresión de Thomas Hobbes, cuando dice que “El hombre es un lobo para el hombre”.
No me referiré tampoco a “El espíritu de las Leyes” en el que Montesquieu estudia las normas que rigen y deber regir la convivencia humana, ni analizaré ante ustedes el Contrato Social de Rousseau o las objeciones de Kant, ni las interpretaciones de tantos que han tratado de llegar a términos indiscutibles sobre la definición de Ética, ni entraré en discusión con quienes desde las pragmáticas atalayas de la globalidad, consideran el concepto como obsoleto, trasnochado, innecesario, estorboso sin duda y buscan hacer de ella una entelequia que se opone a la modernidad y a las invencibles fuerzas del mercado y que debe ser ignorada o interpretada sin más consideración que los fines que justifican cualquier medio.
Tomo sin embargo un par de minutos para traer a su recuerdo, lo que dicen el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y desde luego ahora la Wikipedia -y Wikileaks en algunos casos-, sobre nuestro tema:
Dice la Real Academia:
Ético: 1 Relativo a la ética. 2 Recto, conforme a la moral. 3. Persona que estudia o enseña moral. 4. Parte de la Filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. 5. Conjunto de normas morales que rigen la conducta humana. Ética Profesional.
Y la Wikipedia habla de la ética profesional en los términos siguientes:
La ética profesional es el conjunto de normas de carácter ético aplicadas en el desarrollo de una actividad laboral. La ética puede aparecer reflejada en códigos deontológicos o códigos profesionales a través de una serie de principios y valores, contenidos en postulados en forma de decálogo o documentos de mayor extensión.
La ética profesional marca pautas de conducta para el desempeño de las funciones propias de un cargo dentro de un marco ético. En muchos casos tratan temas de competencia y capacidad profesional, además de temas específicos propios de cada área.
Aunque la ética profesional utiliza valores universales del ser humano, se centra en cómo son estos aplicables al entorno laboral.
Se trata de un tema en continuo debate, especialmente cuando existen conflictos éticos entre el desarrollo de una profesión y la conciencia o ética personal. En determinadas situaciones se puede optar por la objeción de conciencia cuando una persona no piensa que está actuando de forma correcta.
La ética se relaciona con el estudio de la moral y de la acción humana. El concepto proviene del término griego ethikos, que significa “carácter”. Una sentencia ética es una declaración moral que elabora afirmaciones y define lo que es bueno, malo, obligatorio, permitido, etc. en lo referente a una acción o a una decisión.
Dicho esto, no entraré en consideraciones filosóficas formales; abordo el tema, simplemente partiendo de una firme convicción personal sobre la Ética como condición fundamental de subsistencia de la convivencia social, de la libertad, de la democracia y del respeto entre individuos y naciones y considero al deterioro de los valores que la conforman como una situación de enorme gravedad, cuyas consecuencias, lamentablemente, vivimos, sufrimos y sentimos a diario.
Ante esta gran tragedia que como una de las nuevas plagas asola a la humanidad y muy particularmente a la sociedad mexicana, qué importante resulta que un gremio como el de Ustedes, los profesionales de la Química, considere el Tema como trascendente y lo ponga en la Mesa de una discusión crítica y autocrítica abierta, única manera de enfrentar un problema de la gravedad que este tiene y que afecta la salud social, económica y política de una Nación.
Hace más o menos un mes, el Ing. Armando Landa, Presidente de su Consejo Nacional, a quien no tenía el gusto de conocer personalmente, me llamó para proponerme esta reunión, porque había leído un artículo que me publicó la prensa nacional, que tocaba el tema, y al que titulé, “Después de la Reforma Energética, la Reforma Ética”.
Acepté con mucho gusto la invitación, para abordar el tema de la Ética, haciendo el más amplio uso de la libertad de expresión, de mi derecho para decir todo cuanto siento, que por lo demás me he restringido en la vida sólo en contadas ocasiones -por alguna actitud de prudencia que me ha dictado mi propia conciencia-, porque al igual que el “Adriano” de Margarita Yourcenar “he buscado la libertad más que el poder y el poder tan sólo porque en parte favorecía la libertad” y porque creo que el silencio es el pecado de los pusilánimes.
Siendo el artículo mencionado la causa de que me encuentre entre Ustedes, apoderado por el momento del micrófono, permítaseme leerlo, para entrar en materia. Escribí entonces:
“Dentro del “Paseo de las Reformas” con que nos ha transformado la existencia el actual gobierno, y particularmente con la promulgación de la “Reforma Energética”, falta la que permitirá que las ya aprobadas por el Congreso y publicadas por el Ejecutivo, puedan cumplimentarse sin peligro para quienes participen en su instrumentación y ejecución: la “Reforma Ética”, que permitiría lograr una total apertura para la modernización y la abolición de los “falsos valores” que limitan el ejercicio del poder y por tanto sus capacidades para el logro de las más altas metas que pretende la administración pública.
Con ello, el establecimiento de una nueva ética, pragmática, que acabando con los mitos puritanos sobre honestidad, conflicto de intereses, nepotismo, compadrazgo, amiguismo, patriotismo, soberanía, etc., permitiera la total libertad en el ejercicio de un poder omnímodo, amparado por las normas legales.
La “Reforma Ética” tendría un primer episodio constitucional, en el que quedaría establecida en la Ley Suprema, como asunto de carácter estratégico, la facultad del Ejecutivo de la Unión, para decidir en todo momento y sin limitación alguna, todo lo que a su juicio crea conveniente, independientemente del sujeto sobre el que recayera el beneficio o el castigo de la voluntad presidencial. Esta modificación, “de pasada”, le daría valor constitucional a las facultades que en las leyes secundarias de la “Reforma Energética” se arrogó el Presidente y validaron sus subordinados en el Legislativo.
Ya en las “Leyes Secundarias”, se explicitarían asuntos de diversa índole y facultades específicas, lo que permitiría “legalizar” puntos que hoy son motivo de polémica, debido a los “trasnochados emisarios del pasado”, que con pruritos decimonónicos, no aceptan los pasos adelante que exige la necesariamente rápida, urgentísima modernización del país, dificultando las acciones que permitirán “Mover a México”.
Se quitarían así barreras absurdas que detienen el progreso. Se permitiría por ejemplo –lo que hoy sucede sin apoyo legal-, que funcionarios de un sector tengan negocios en el mismo; que familiares de funcionarios sean socios o agentes de empresas concesionarias; que los funcionarios pudieran emplear a sus familiares en las áreas de su responsabilidad, lo que evitaría la monserga actual de que, digamos, el de Gobernación le de trabajo a los hijos del de Energía, que el de la Procuraduría contrate al hijo del de Comunicaciones y Transportes, que se tengan que inventar Comisionados para sustituir Gobernadores, que haya que contratar “prestanombres” para los negocios y un sinfín de subterfugios que si bien sirven para activar el ingenio ciudadano, crean entuertos que luego es difícil “desfacer”.
Si no se hace lo que propongo –decía en mi artículo-, me temo que los funcionarios que den negocios y concesiones –aunque les llamen contratos- a los antiguos Directores de PEMEX y CFE, a los anteriores Presidentes, Secretarios y Subsecretarios de Estado, a los hijos de ellos, a los entenados, compadres y amigos; los que reciban “moches”, “comisiones”, ofertas de empleo para cuando dejen sus cargos, viajes al Super Bowl, a las carreras, coches de lujo, apartamentos, yates, “becas” para sus hijos, fiestas con “edecanes”, cuentas en Suiza y en paraísos fiscales; los que funjan como “agentes” –“coyotes” en la “vieja ética abrogada”- vivirán con “La espada de Damocles” sobre su cerviz –porque ahí cuelga cuando se tiene la cabeza agachada.
Todas estas incomodas incertidumbres y molestias podrían evitarse, quitándose con ello, de una vez por todas, la máscara que portan y promoviendo esta “Reforma Ética” de amplio espectro y gran calado, con la que además se cumpliría con el ofrecimiento de “Transparencia”, otra de las promesas pendientes. Todo, a partir de ella, sería “transparente” y además “legal”. Aunque quedaría pendiente el asunto de la corrupción, pero a ese círculo no le encuentro la cuadratura.
Hay desde luego, eso sí, que aprovechar el momento de “la mayoría automática” en el Congreso, que firmaría como hasta ahora, sin el menor rubor, una iniciativa de esta naturaleza, que además, permitiría a sus integrantes dormir tranquilos de aquí en adelante –aun en las curules-, aunque un día se les termine “el fuero”, seguir recibiendo remuneraciones extraordinarias sin explicación y continuar organizando reuniones con “edecanes” o seguir organizando “edecanes” para sus reuniones.
Como ven, la propuesta simplemente ampliaría el ejercicio de la libertad en el ejercicio del poder.
Y esto pronto, no sea que para el año próximo, los ciudadanos, entre ellos esos 67% de priístas y 75% de panistas que están en contra de la “Reforma Energética”, se den cuenta de que sus representantes no los representan, que ni el “Nuevo” PRI ni el “Nuevo” PAN, tienen nada que ver con los intereses nacionales y les apliquen un voto de castigo, por demás merecido y voten por un Congreso que no sea sólo un conjunto de convenencieros aplaudidores del Presidente.
Propuesta hecha en agosto del dos mil catorce, “Año de la Consumación de la Dependencia Nacional”.
Ya fuera de ironías, trágicas por otro lado y de opiniones políticas personales sobre la consistencia y conveniencia de las Reformas, entremos al tema, que he titulado, con una pequeña licencia gramatical: “De la Ética y la Sinética”, refiriéndome por sinética, con s, a la carencia de ética, neologismo, creo que de mi invención, y no a la cinética con c, parte de la física que se ocupa del movimiento.
En un libro que escribí hace una docena de años, “Cartas a un Joven Ingeniero”, dedicaba una de las misivas precisamente a la ética.
En ella, que en aquel momento dirigía a los jóvenes profesionales de la ingeniería, pero que resulta absolutamente pertinente para los profesionales e industriales en general, citaba yo a Emilio Rosemblueth, un distinguido ingeniero civil mexicano, ya lamentablemente desaparecido, quien repetía con frecuencia:
“Todo lo que parece estar más allá de la ingeniería, no es sino sola y pura ingeniería” y agregaba: “el ingeniero no puede estar hecho sólo de las ciencias de la ingeniería; la cultura, la sensibilidad social, la ideología, la economía, la política, la filosofía, el arte, … son ropajes de los que no se puede desprender”.
Estando yo de acuerdo esencialmente con Emilio-, digo que esto es pertinente al gremio que Ustedes integran, porque como refiero a menudo, cuando abogo por la industria petroquímica como elemento importantísimo del desarrollo nacional, si de pronto por un acto de magia desapareciera de la existencia todo rastro de la petroquímica, nos quedaríamos sentados en la tierra en una conferencia nudista, tal vez más divertida, pero, a lo mejor, más comprometedora.
Así, parangonando al Dr. Rosemblueth, podría decir que todo lo que parece estar más allá de la petroquímica, no es sino sola y pura petroquímica.
En esa carta, les escribía a los jóvenes profesionales y lo repito ahora a Ustedes: Antes de abrir el cofre de mis recuerdos y experiencias, de mostrarte mi bitácora personal, quiero transmitirte una preocupación fundamental que ha presidido mi existencia y que encontré expresada en bella forma y con sencilla y prístina claridad, en una conferencia que Gabriela Mistral dictó en Puerto Rico, en ocasión cuya fecha y motivo desconozco, pero que afortunadamente leí en mis mocedades.
La gran maestra y poetisa –o poeta como hoy se dice- chilena, nacida Lucila Godoy Alcayaga, que fue galardonada con el premio Nobel de Literatura en 1945 y que vivió entre nosotros algunos años, escribió lo siguiente:
“…todo el desorden del mundo viene de los oficios y las profesiones mal o mediocremente servidos: político mediocre, educador mediocre, médico mediocre, sacerdote mediocre, artesano mediocre, esas son -nos decía- nuestras calamidades verdaderas”.
Conversaba yo una vez con Ramiro de Maetzu -decía Gabriela Mistral- sobre las diferencias que corren entre sajón y latino. Él me marcaba, entre otras, que, al igual de la afirmación anterior, se me quedó hincada en la memoria por la gravedad que arrastra: el latino sería un hombre que suele desarrollar sus morales al margen de la profesión de que vive; el sajón sería casi siempre un hombre que trenza la moral adoptada con su oficio. Maetzu se puso a contarme cómo los obreros suizo-alemanes de relojería, por ejemplo, consideraban al reloj construido de su mano como una especie de testimonio personal, de rúbrica de su honradez y de piezas de su responsabilidad completa.
Verídica y terrible afirmación. Nosotros conocemos tipos bastante opuestos al del relojero suizo. El abogado defensor de pleitos turbios suele pensar que su honorabilidad personal sufre poco o nada de sus defensas deshonestas; el médico torpe por descuido de sus curaciones, duerme, come y vive tranquilamente, encima de su degradación profesional; el pedagogo que se consiente didacta del 1800, estima que el no informarse y el sestear sobre pedagogía relevada, no tiene gran cosa que hacer con su probidad de hombre.
Mucho más que el hombre latino, que al cabo cuenta al sabio francés para salvar su déficit, es el latinoamericano quien ha hecho una cortadura traicionera entre oficio y moral, entre función pública y conducta individual. Hasta tal punto sube entre nosotros esta falta, yendo desde la culpa al delito, que ya el grado universitario o el título oficial dicen bastante poco, y son más bien aproximaciones que afirmaciones. Decimos “licenciado” y el sustantivo de toda sustantividad no aúna a nadie; decimos “químico” y el apelativo tan técnico no asegura ninguna técnica; decimos “ingeniero” y el jefe de una empresa de minas pedirá al candidato un noviciado de prueba, antes de entregarle la dirección del laboreo.
De tal manera, hemos venido a parar en una especie de quiebra del crédito universitario en casi todas partes. Y la Universidad, dondequiera que exista, debe constituir una institución de calidad pura, de apretada selección.
Yo pediría a ustedes que mediten sobre este asunto que sólo dejo apuntado como una indicadora, y que se decidan a comenzar una cruzada interior y exterior por la dignificación profesional o gremial. Digo interior, porque cada día creo más en que las reformas salen del tuétano del alma y asoman hacia afuera, firmes como el cuerno del testuz del toro, o bien se hacen en el exterior como cuernecillos falsos pegados con almidón. El primer tiempo será pensar la profesión lo mismo que un pacto firmado con Dios o con la ciencia, y que obliga terriblemente a nuestra alma, y después de ella a nuestra honra mundana. El segundo tiempo será organizar las corporaciones o gremios profesionales donde no existen y donde ya se fundaron, depurarlos de corrupción y de pereza, vale decir, de relajamiento.
El tercer tiempo será obligar a la sociedad en que se vive a que vuelva a dar una consideración primogénita a las profesiones que desdeña y rebaja.
La tercera grada sube blandamente desde las otras dos: a la larga siempre se respeta lo respetable, y se acaba por amar lo que presta buen servicio”.
Esta terrible y grave aseveración, por cuanto con frecuencia verdadera, debe impulsarnos toda la vida en una cruzada por la dignificación del individuo, de la profesión y del gremio y a insistir cada día, en cada función desarrollada, en cada responsabilidad asumida, en cada foro utilizado, en la obligación de los profesionales, desde que inician su formación académica, a trabajar por la excelencia en la disciplina que su título profesional ampara -en la que debemos ser intolerantes-, pero sin ignorar la magnitud del compromiso social, siempre presente y que cubre los ámbitos más diversos.
El considerar la actividad profesional dentro de un concepto ético único, indivisible, inquebrantable y sin interpretaciones cómodas, con todo lo que ello implica: dedicación, estudio permanente, análisis exhaustivo, calidad, selección de la opción más adecuada, búsqueda del menor costo, eliminación de todo conflicto de interés, lealtad, verdad, equidad, congruencia permanente, etc. etc., es algo que debiera ser indiscutible, natural, obvio, consubstancial con todo profesional. No vale buscar pretextos o atenuantes, cuando se tiene claro en la conciencia qué se debe hacer, cómo se debe actuar y se hace de otra manera.
Lamentablemente no siempre se actúa en forma correcta y ello afecta, con toda razón, la confianza en los profesionales y en la profesión. El decir: ¡es un ingeniero excelente, pero…! -porque cobra en demasía, sugiere un equipo por conveniencia personal, se sobreprotege, etc.- no debe aceptarse nunca. En la excelencia profesional -estoy seguro que estarán de acuerdo conmigo-, no hay pero que valga; los “peros” cancelan la excelencia. Aquí sí, la expresión shakesperiana: “ser o no ser”, tiene validez absoluta. Todo en la profesión es, debe ser, discutible, excepto el comportamiento ético, en el que debemos ser totalmente intransigentes.
Estoy cierto, que al escuchar las bellas y profundas palabras de Gabriela Mistral, por la mente de todos ustedes, aparecieron presencias que nublan el horizonte: Oceanografía, la línea 12 del Metro, “La Estela de Luz”, Mexicana de Aviación, la explicación sobre la explosión en la Torre de Pemex, las tomas clandestinas de combustibles, la contaminación del Rio Sonora, el contrato IAVE de CAPUFE, la “Refinería Bicentenario”, las causas del incendio de la Guardería ABC, las miles de obras inconclusas, en fin un sinnúmero de acontecimientos agraviantes causados por la corrupción y amparados por la impunidad y que abarcan, en el amplio mar de nuestras realidades, todos los ámbitos: político, comercial, empresarial, educativo, cívico …y evidente y tristemente, también el profesional.
“El reparto del pastel nacional” entre unos cuantos; la narrativa que inunda ya periódicos y libros sobre la picaresca política, el chacoteo y el “chaqueteo” de los hombres del poder, el trasvestismo de los funcionarios-empresarios y los empresarios-funcionarios, sus enroques, las mafias del poder y los nuevos cárteles, los intereses que antes se llamaban “inconfesables” y que ahora gozan de respeto social y de transparencia –a esa es a la que seguramente se refieren siempre-, los injertos de árboles genealógicos y políticos, los dueños del poder y del dinero, sin escrúpulos, que se intercambian puestos y favores y que conforman y confirman la nueva “Ética Cínica” de nuestros poderosos, o la penosa muestra de sometimiento, de subordinación, de sumisión, de servilismo, de abyección, al que están sujetos quienes prefieren la comodidad de la servidumbre recompensada, a la lucha por la libertad de manifestación y de conciencia y a la defensa de los intereses de una Nación que cuenta con una mayoría de ciudadanos en la pobreza y en la pobreza extrema.
A qué grado habrá llegado el deterioro de nuestras morales, que la reciente declaración del Presidente de la República de que la corrupción es condición humana consustancial y parte de nuestra cultura y que provocó la discrepante intervención de León Krause al señalarle que “la corrupción no radica en nuestro modo de ser, sino en un régimen político fincado, como dijo Zaid, en la propiedad privada de las funciones públicas”, no despertó el escándalo que merecía ni la reprobación general, sino provocó, con la rápida acción de silenciamiento de la prensa, cómplice por supuesto y otro síntoma de la corrupción que nos corroe, una actitud de cínica serenidad y aparente tranquilidad de tantos y tantos que debieran al menos ruborizarse con tal despropósito. Grave y ofensiva declaración que tiene visos de autocomplacencia y justificación. ¡Así somos, ni modo, qué le vamos a hacer!, pareciera decir el Presidente, lo que explica la amistosa y generosa actitud con célebres personajes que gozan de impunidad, afecto y reconocimiento o los espectáculos de líderes sindicales que ofenden la dignidad de sus agremiados. A los amigos hay que quererlos con sus defectos, podríamos entender, o llevado al extremo de la interpretación de nuestras circunstancias, a la condescendiente actitud de: “el que esté libre de culpa que arroje la primera piedra”.
Jesús Silva Herzog Márquez, finaliza un reciente artículo titulado “Eficacia, cuento y símbolo”, de la siguiente manera: “Un símbolo completa el triángulo: la mayor obra pública de una generación. El nuevo aeropuerto es la coronación perfecta de ese empeño de modernidad. Es una obra extraordinaria por su concepción, su dimensión, sus efectos, su visibilidad. Entusiasma que Norman Foster sea la cabeza arquitectónica de ese formidable proyecto. El problema que advierto no está en el dibujo ni en la maqueta sino (otra vez) en su realización. Bajo el sistema de la corrupción, toda obra pública es, por definición sospechosa. No es que tengamos el derecho a ser suspicaces, es que es nuestro deber. El recelo, por supuesto, no se refiere solamente al aeropuerto, sino a aquello que es consecuencia directa del fervor reformista: la avalancha de concesiones, contratos, concursos y obras que estarán por realizarse. Cuando un gobierno como el de Peña Nieto trivializa el problema de la corrupción y lo sigue considerando parte de nuestros hábitos culturales, hay buenos motivos para estar preocupados”.
Para documentar nuestra suspicacia, hace tres días el Director de Finanzas del organismo encargado del proyecto del aeropuerto, declaró que el costo será mayor que el que se señaló en la presentación. Y aún no se inicia.
No es de extrañar entonces, que según el último reporte del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), dado a conocer a principio de este mes, México descendió en el último año seis posiciones en el renglón de la “Competitividad Global”, pasando del no muy estimulante lugar 55 al menos honorable 61 de 144 países considerados, descenso debido fundamentalmente a tres causas, dice el documento; la principal es la corrupción, y las otras dos, la carga fiscal y una burocracia ineficiente, que no es ajena tampoco a la corrupción.
En este indicador se incluyen, para nuestra vergüenza y nuestra alerta: la afectación por crimen organizado (140), costos asociados a crimen y violencia (135), confianza en policías (128), carga en trámites burocráticos (118) y confianza en los políticos (114). De entre los hombres de negocios nacionales y extranjeros consultados para este análisis, el 18% considera que lidiar con asuntos relacionados con pagos a funcionarios y sobornos para poder prosperar, es el mayor conflicto que encuentran, e identifican a la corrupción como la principal causa de problema para hacer negocios en México.
Pero aclaremos: hablan del problema pero no dicen que por ello dejaron de hacer los negocios, es más, se cuantifica el costo de las comisiones y sobornos, pero los pagos no son penitencias que cancelan o atenúan el pecado. “Tanto peca el que mata la vaca, como el que le detiene la pata” reza el dicho popular y en palabras más bellas y más cultas, Sor Juana nos recuerda: “tanto peca el que peca por la paga, como el que paga por pecar”.
Y no sólo los empresarios se quejan de la corrupción y de sus costos, en encuesta realizada hace unos días por el periodista Enrique Galván Ochoa, cuyos resultados publicó el sábado 6 de septiembre sobre ¿Cuál es el problema que más agobia a los mexicanos?, de los 2040 personas que respondieron, el 55% señaló a la corrupción, el 30% a la economía, el 11% a la violencia y el 4% a otros.
José Blanco, el excelente filólogo mexicano, recuerda en su artículo titulado “La corrupción infinita” –vaya título desolador-, de su reflexión sobre “la corrupción ubicua”, inyectándole a mis intentos explicativos –dice- alguna complejidad mayor que aquella que reduce el asunto a la corrupción política y la índole de las instituciones públicas o a aquella que ve sus raíces en la cultura”.
Y Bernardo Barranco, en su artículo reciente “La corrupción de los políticos, según Francisco”, refiere la homilía del Papa en noviembre pasado, en la que dijo: “Quien lleva a su casa dinero ganado con la corrupción, da de comer a sus hijos pan sucio”…”ellos también están hambrientos, ¡hambre de dignidad! … “Esta pobre gente que ha perdido la dignidad en la práctica de la mordida solamente lleva con sí, no el dinero que ha ganado, sino la falta de dignidad”.
Emmanuel Kant, el célebre filósofo alemán del siglo XVIII, sin duda el gran filósofo del Siglo de las Luces, anunciaba su curso de Ética del invierno de 1765, en la forma siguiente:
“Ética. La filosofía moral, más aún que la metafísica, tiene el destino peculiar de tomar la apariencia de la ciencia y un aire de profundidad, aunque nada de eso pueda encontrarse en ella. La causa es esta: la distinción entre el bien y el mal en las acciones, y el juicio sobre la rectitud moral pueden ser fácil y correctamente reconocidos por el corazón humano a través del llamado sentimiento, y pueden ser conocidos directamente y sin el rodeo de pruebas. Por tanto, dado que la cuestión está ya decidida antes de cualesquiera fundamentos de la razón –lo cual no sucede en metafísica– no es de extrañar que nos empeñemos demasiado y demos por buenas, razones que sólo tienen apariencia de certeza. A causa de estos hechos no hay nada más común que el título de filosofía moral, y nada más raro que merecer ese nombre”.
Más adelante continuaba:
“…Y, dado que en ética considero siempre histórica y filosóficamente lo que sucede, antes de indicar lo que debe suceder, explicaré el método por medio del cual debemos estudiar al hombre – no ese hombre que, a través de las formas variables que su condición cambiante le imprime, se ha deformado y como tal ha sido siempre juzgado equivocadamente aún por los filósofos, sino la naturaleza permanente del hombre y su posición única en la creación. De manera que podamos saber qué perfección le es propia en el estado de simplicidad pura y cuál en el estado de simplicidad sabia; y, por otro lado, cuál es el precepto de su conducta si, excediendo los límites de ambas, aspira a alcanzar el punto más alto de la excelencia moral y física aunque se desvíe más o menos de ambas. Este método de investigación ética es un grato descubrimiento de nuestros tiempos y, si lo consideramos en su proyecto completo, era del todo desconocido para los antiguos”.(2)
Para Kant -recurro nuevamente a Sabater- “El verdadero comportamiento moral tiene que ser autónomo, es decir, que brote de una ley que nada me impone y que yo acepto como fruto de mi propia libertad de ser racional. Esa norma autónoma tiene que expresar lo mejor de mi voluntad, no mi apetito, ni mi ambición, ni mi miedo a los castigos. Será un imperativo, o sea, una orden que yo me doy a mí mismo por simple respeto a lo mejor que hay en mí; no estará condicionada a conseguir esto o aquello sino que será un imperativo estratégico que busca lo bueno de modo absoluto y nada más”. Sí, ni nada más, pero ni nada menos, agrego yo.
Así es, yo estoy de acuerdo en lo que dice Kant: lo ético es fácil de reconocer, Lo bueno, lo correcto no sólo se nota o se deduce, se siente, sin relevo de pruebas; por eso el análisis filosófico, que es absolutamente necesario para el conocimiento y para el esclarecimiento de dudas sobre el comportamiento del individuo y sus respuestas vitales, es un apoyo y no una ley inmutable. Los decálogos éticos, los juramentos profesionales, son útiles como llamadas de atención, como guías sociales, siempre limitadas y lamentablemente siempre “interpretables” por consideraciones contextuales o circunstancias atenuantes, por intereses que a veces los deforman, pero no pueden sustituir a la única norma inalterable que es la moral propia, la que se arraiga en la médula del alma, la que nos convierte en jueces de nuestros propios actos, la que se resuelve en el único juicio indiscutible, inapelable, que es el que cada quien hace de sí mismo en los momentos de sinceridad.
Con la misma convicción Confucio aconsejaba:
“Contrólate a ti mismo hasta en tu casa; no hagas, ni aun en el lugar más secreto, nada de lo que puedas avergonzarte”.
O aquel Lord inglés, cuyo nombre es cualquiera, que definía:
“Un caballero es aquel que toma el té sin azúcar, aunque se encuentre sólo”.
En el mismo sentido, pero nuevamente en el camino de la seriedad, Piaget, el famoso pedagogo, dejó por ahí escrito:
“La ética no puede enseñarse de modo temático, como una asignatura más, sino que debe ejemplarizarse en todas las actividades”.
Pero lo mismo podemos decir de la “Sinética”, cuyos ejemplos entronizados por los medios y coronados por la impunidad, ofenden a algunos, pero estimulan a otros a asumir los riesgos de la corrupción y del delito. Hay sí, algunos casos de delincuentes que purgan condenas, los más por vendetas personales que por los delitos que pudieron haber cometido, pero hay más que “gozan”, si es que puede eso gozarse, los frutos de sus trapacerías. Todos conocemos de grandes empresarios y prominentes políticos que han cometido fraudes y financian sus exilios en lugares paradisíacos con los frutos de sus atracos, o que “andan a salto de mata”, libres por contubernios, en tanto sus abogados consiguen sus amparos o ganan sus casos, comprando jueces y justicia; vemos a Gobernadores, Secretarios de Estado, líderes sindicales, que lucen sin rubor y sin perder las formas, sus relojes de cientos de miles de pesos, mientras sus hijos se pasean con lujos de “pashá”, o políticos que se indignan porque han invadido su privacidad, al filmarlos, indebidamente, sí, en francachelas poco edificantes, con jóvenes a las que en privado “compran o alquilan” para sus goces carnales, aunque en público se rasguen las vestiduras “en defensa de la justicia con perspectiva de género”, como la llaman elegantemente; o aquel que se queja de “bulling mediático” del que el inocente ha sido víctima, porque aunque lo acusaron de “trata” con evidencias que sólo la justicia que es ciega no pudo ver, lo exoneraron, aunque parezca increíble, porque en averiguación previa que no tiene calificativo, el desorden administrativo de su oficina pública, no permitió comprobar que contrataba “edecanes” con actividades especiales, ni que desvió recursos públicos. ¡Para Ripley!, mientras la prometida “Comisión Anticorrupción” duerme el sueño de los justos, arrullada obviamente por los injustos.
Siendo Director General de PEMEX, el Ing. Jorge Díaz Serrano, me contó que una vez conocido el enorme potencial del yacimiento petrolero de Cantarell, el Presidente López Portillo le pidió dos cosas: Elevar la producción de crudo a 3 millones de barriles diarios –se producía 1 millón-, y limpiar al Sindicato de la paraestatal. Díaz Serrano le respondió al Presidente que eran dos propósitos excluyentes. O limpiaba el Sindicato o aumentaba la producción a 3 millones de barriles diarios. La Conclusión: llegamos a más de tres millones y el líder sindical aún recorre los pasillos del Senado, acorazado por la impunidad que le da la inmunidad de su cargo y en silencio culposo frente a la Reforma Energética. “El fin justifica los medios” y la corrupción consentida, es además, un mecanismo de control infalible. “Corromper para controlar”, parece ser la divisa de nuestra vida política y social.
“El que no transa, no avanza”; “lo malo no es robar, sino que te agarren en la maroma”, “la corrupción somos todos”, “nadie aguanta un cañonazo de cincuenta mil pesos”, “un político pobre es un pobre político”, “haiga sido como haiga sido” y otros dichos y expresiones de ese talante que entre broma y veras se repiten en la sociedad, son ejemplos de la “sinética” que nos agobia y que estamos obligados a superar.
Escribía yo para los jóvenes profesionales parte de esta misma perorata moralizante – esperando, les decía, como espero hoy para Ustedes, que no resulte excesiva y farragosa-, pero cuya semilla, estoy seguro, cae en tierra fértil. Sé que muchos de los conceptos que expongo se riñen con los “valores” que propone la modernidad materialista en atractivos “spots” radiofónicos, en “cápsulas” y “videos” musicalizados, en “espectaculares” que ocultan el paisaje, deterioran el ambiente y agreden y agravian el idioma, pero sé también que es fundamental para los profesionales ser conscientes de ello y tener claridad en estos conceptos, por la enorme influencia de sus actos en la vida de la sociedad.
El tema es tan sensible, que en reciente “Declaración mundial sobre la educación superior en el siglo XXI: Visión y Acción”, la UNESCO señala:
“…dado que tiene que hacer frente a importantes desafíos, la propia educación superior ha de emprender la transformación y la renovación más radicales que jamás haya tenido por delante, de forma que la sociedad contemporánea, que en la actualidad vive una profunda crisis de valores, pueda trascender las consideraciones meramente económicas y asumir dimensiones de moralidad y espiritualidad más arraigadas”.
Sí, es necesario y urgente un cambio cultural, para que las próximas generaciones de mexicanos tengan como paradigma al ciudadano honesto y como forma de vida el Estado de Derecho…, pero no podemos pensar que eso, que tomará tiempo, pueda darse si en paralelo no hay cambios radicales urgentes. Es necesario, de inmediato, un auténtico combate a la corrupción, una gran cruzada contra la corrupción, que no se dará con nuevas leyes, ni con Comisiones oficiales contra la Corrupción, integradas por quienes son parte de la misma, ni a partir de quienes han obtenido grandes fortunas y escalado los grandes cargos y el poder, a partir de procedimientos contrarios a la ética.
Es por tanto importante la organización social para vigilar y para exigir, por todos los medios a su alcance, la impartición de una justicia plena, el verdadero imperio del Estado de Derecho; la abolición de la impunidad, la rendición de cuentas y no de cuentos, el castigo a quienes amparados por injustas normas legales, violan la ley y el acabar con los fueros que no dan inmunidad sino impunidad. Castigos ejemplares para los delincuentes de toda laya, desde los “capos” del “crimen organizado” hasta “los capos de cuello blanco” estén en donde estén y sean quienes sean, pasando desde luego por los jueces venales y los funcionarios corruptos, en tanto llegan las nuevas generaciones con formación ética.
Mexicanos educados, como lo califica la Comisión Delors-, entre lo mundial y lo local; entre lo universal y lo singular; entre la tradición y la modernidad; entre el largo y el corto plazos; entre la competitividad indispensable para el progreso y la preocupación por la igualdad de oportunidades y la equidad; entre el desarrollo vertiginoso del conocimiento y la limitada capacidad del ser humano para asimilarlo; educados entre lo espiritual y lo material, entre los apremios inmediatos de la vida y “esa elevación del pensamiento y del espíritu hacia lo universal y a una cierta superación de sí mismo, de la que depende la supervivencia de la humanidad”, sí, y esencialmente honestos.
Educados, ante los hechos de la situación mundial plena de conflictos de toda índole y de simulaciones, para preservar la vida misma y esencialmente honestos.
Para tener la conciencia global necesaria para afrontar múltiples problemas y el conocimiento de nuestros límites y por lo mismo de nuestras posibilidades, tanto nacionales como regionales o globales, como conceptos a discutir y a aceptar para la vida, y esencialmente honestos.
Sí educados, para creer en libertad; para acentuar el necesario nivel de pertenencia; para la tolerancia inaplazable.
Educados para la duda que surge de la información y no para la afirmación que del dogma nace o la aceptación incondicional del destino manifiesto. Educados para satisfacer necesidades; para la confianza; para imaginar; educados finalmente para fomentar la rebeldía.
Para abordar la complejidad de lo que hacemos y de lo que deberíamos hacer, para modificar el estado cultural de los individuos y de la sociedad, en función de los valores de la sociedad a que se pertenece, a la propia, y responder múltiples preguntas que van desde para hacer dinero, sí, lícitamente, hasta temas que a mi leal saber y entender tienen sustento bastante, como: para alcanzar la felicidad, mejorar la calidad de la vida, desarrollar el ser, vivir en plenitud.
Para conseguir propósitos e ideales, actuales y futuros.
Para saber cómo, para contestar por qué y para qué, a preguntas fundamentales como ¿ir a la modernidad?, ¿ser productivos y eficientes?, ¿ser competitivos?
Sí, y para buscar la equidad y disminuir las diferencias; para mantenerse vivos, para ocupar una posición en el aparato productivo; para atender las necesidades del mercado, para formar generadores de empleo. Esto está bien pero no a costa de todo lo demás.
Y lo demás, que aquí no es lo de menos, es para sobrevivir, para vivir y en algunos casos para revivir; para hacerlo en la globalidad y en la mexicanidad; en la universalidad y en la soberanía (que no es concepto caduco ni borroso), en la identidad individual y colectiva, en la nacionalidad; para ser hombre del planeta sin dejar de ser mexicano; para politizar; para la verdad, la crítica y la tolerancia; para saber y para saber ser; para conocer el equilibrio del hombre con la naturaleza; para el futuro y para la destrucción, esa que nos permite la reconstrucción; para aprehender y aprender de manera permanente.
Educados para la libertad, la democracia y la meritocracia y no para la autocracia, la plutocracia y la cleptocracia.
Educados, en suma, entre otras cosas, para todas estas cosas.
Hay que hacerlo.
Decía Maeterlink que la resignación es buena sólo ante los hechos inevitables de la vida, pero en los puntos en que es posible la lucha, sólo es ignorancia, impotencia o pereza.
Termino con una reflexión personal final: hablar en público de un tema como este, de la ética y su antítesis que he llamado sinética, es un poco mostrarse desde dentro a los demás. Es confesar, ante la provocación del tema, nuestras emociones íntimas, nuestras dudas, nuestras consistencias y nuestras inconsistencias, nuestra ideología, nuestras intransigencias y cerrazones; nuestras esperanzas y nuestros escepticismos -una especie de psicoanálisis sin psicoanalista, práctica siempre conveniente y en esa forma considerablemente más económica-. Así lo he asumido, desde que preparé el texto. Acepten entonces mi confesión personal.
Presentarla ante Ustedes, ha sido además de un honor, un placer.
Les agradezco mucho su paciencia.
Javier Jiménez Espriu
Septiembre 29 de 2014.