Por Víctor Flores Olea | La Jornada
Regeneración, 17 de noviembre de 2014.-En los días recientes, en relación con el horror de Ayotzinapa, hay dos hechos relevantes que deben señalarse: primero, que dentro de la protesta, que se multiplica en el país, los organismos policiacos del Estado vuelven a echar mano de un viejo recurso: la provocación, con el propósito de desvirtuar o desviar la atención del objetivo principal de la protesta, y de abaratar la misma hasta el punto de que los principales medios de comunicación le otorgan casi mayor importancia a los incidentes de la provocación que a la sustancia de los reclamos. Hoy, en casi toda la prensa, están en el mismo nivel los desmanes de los manifestantes (en el Zócalo de la capital, en el aeropuerto de Acapulco, en el centro de Chilpancingo), que el asesinato a mansalva de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, lo cual resulta un grave contrasentido político y moral.
La provocación como recurso policiaco se debe a que la protesta masiva en el país, por los intolerables crímenes de Estado, está sobre todo en manos de los jóvenes y de sus casas de estudio; segundo, son los jóvenes en el país otra vez quienes toman la batuta de la protesta y contra ellos se lanza la provocación como importante efecto distractor de la atención pública, desviando la atención de los crímenes cometidos. Los más importantes medios de comunicación se encargan de agitar las aguas para lograr tales efectos de contención y desviación ante los cuales la opinión pública parece estar indefensa. Quienes tenemos largo tiempo trabajando en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) conocemos bien antecedentes como éstos, y la persistencia con que son utilizados por los órganos policiacos del Estado para disminuir la presión política.
Digamos que los importantes incidentes ocurridos en varios lugares, como consecuencia de los asesinatos de Iguala (Chilpancingo, Acapulco o la puerta mariana del Palacio Nacional, en el Zócalo), fueron llevados a cabo invariablemente por encapuchados sin identidad y, sobre todo, sin que ningún grupo identificable haya reivindicado hasta ahora tales acciones, lo cual hace pensar que se trata precisamente de actos de provocación para desvirtuar y desprestigiar las legítimas protestas masivas ante los graves hechos ocurridos. Y que no se trata de actos de radicales anarquistas, como algunos los han llamado, porque tal denominación además carece de pies o cabeza.
¿Hay radicales que se han comprometido con tales actos de destrucción arbitraria? La lógica elemental sería entonces que tales grupos los reivindicaran y sostuvieran con un mínimo razonamiento para explicar su postura, porque de otra manera es como si no los hubieran llevado a cabo, quedando en una indiferencia o clandestinidad política que no resulta útil en ningún caso, y menos para los mercenarios grupos de choque que consideran actuar con las características de violencia oculta que vemos. La real clandestinidad de tales grupos incapaces de presentar o confesar su filiación nos remite, una vez más, a su origen de provocación policiaca o militar. Y, repetimos, tienen un efecto de inhibición o contención de la real protesta.
Un reciente ejemplo en contrario podemos verlo en el caso del Instituto Politécnico Nacional en que, es obvio, el gobierno se ha propuesto mantener la integridad de los protagonistas, y en el cual no se produjo ningún incidente desagradable que pudiera conducir a sospechas desviacionistas, no obstante que de parte de ese instituto nacional se dieron sobre todo al principio manifestaciones de cientos de miles de estudiantes. Aquí tenemos problemas manejados con distinta finalidad por parte del gobierno: en un caso para desprestigiarlos y rebajarlos, en el otro, ¡felizmente!, para mantener viva la tesis de que entre civilizados se puede llegar a acuerdos favorables.
Pero vayamos al meollo no oculto de las masivas protestas que ha presenciado el país en los días recientes. Que corre sobre todo a cargo de los jóvenes estudiantes. Pero en este caso, me atrevería a decir, con una amplitud que rebasa desde luego los límites nacionales y se ha internacionalizado en muchos sentidos. Además de que, por distintas vías, ha rebasado el ambiente estudiantil y magisterial, y comunicado a otros sectores sociales, también a la clase laboral, y a variedad de integrantes de las clases medias que sienten como propia la ofensa criminal y que han reaccionado con una indignación profunda que han hecho suya.
¿Cuánto durará la protesta juvenil y estudiantil? Imposible de predecir, aun cuando sí podría decirse que su solidez dependerá mucho de las alianzas que logren construir, incluso con sectores obreros, lo cual no es fácil, pero tampoco imposible en la medida en que se hagan coincidir en el reclamo otros hechos nacionales de la mayor importancia actual: la desnacionalización o la privatización del petróleo, en general una situación económica profundamente desfavorable a la población de menores ingresos y una escandalosa concentración de las riquezas, es decir, la eficiente fábrica de pobres que es el neoliberalismo, cuyo conjunto favorece a la alianza entre sectores y clases, a veces análogos y otras con importantes diferencias entre ellos.
Los hechos sumados de los meses recientes sitúan a las izquierdas del país en un momento en principio favorable, aun cuando tenga dudas de que esa buena situación se refleje también en las izquierdas partidarias. Morena –escucho decir– pudiera ser el partido más favorecido, aun cuando de otro lado me llegan los reproches que se le hacen a todos los partidos: su carácter vertical, dicen algunos.
Existe, en todo caso, una situación de crítica generalizada a la estructura actual de los poderes, y sobre todo a sus rapaces beneficiarios: ¿se modificará en alguna medida la situación? Veremos… (Sábado 15 de noviembre 20:15 horas.)
Peña Nieto llegó con la espada desenvainada… Lo ultimo que faltaba después de los terribles acontecimientos y de la penetración con balas de la fuerza pública en la UNAM, que todos repudiamos y con la cual nos solidarizamos. (Domingo 16 de noviembre, 12:00 horas.)