Hice campaña, imprimí volantes, los repartí, elaboré carteles y los colgué en casas de amigos, nunca en la vía pública ni aprovechando el equipamiento urbano, que no es para ese objeto; gasté poco, algo de mi bolsa, aportaciones de algunos amigos, pero eso me llena de satisfacción. Me encontré con colaboradores convencidos, compañeros de campaña, candidatos en la misma circunscripción y dirigentes incansables del partido que me propuso. Puro voluntario, ni uno pagado con dinero público o privado.
Fue lo mejor; cuando me aceptaron como candidato propuesto por el CEN, apenas si conocía a algunos de los militantes y dirigentes de Morena en la Benito Juárez; al final de la campaña nos encontramos como un grupo que comparte ideas, pero que además, al final, quedamos como amigos entrañables y camaradas; el grupo está listo para continuar la lucha, un equipo de primera, preparado para las futuras contiendas cívicas y en su momento electorales. Lo que venga.
El lado negativo de esta relampagueante experiencia política, la otra cara de la moneda, vuelve a ser el dinero; Emmanuel Mounier, ese pensador profundo y simultáneamente hombre de acción, fundador y animador por años de la revista política francesa Espirit y autor, entre otros libros, de El manifiesto al servicio del personalismo, dijo en alguna parte de su obra: La democracia fue estrangulada en su propia cuna por el mundo del dinero
.
Por mi parte agrego, no sólo la democracia, todo lo que toca la codicia del dinero, se enturbia y corrompe; pero, volviendo al tema de la democracia, en estos pasados comicios nos encontramos con ese fenómeno; buena parte de los participantes (y tuvieron un éxito efímero) quisieron convencer a los votantes con campañas costosas, carísimas, en las que fortunas enteras se gastaron en pagar bagatelas, enganchadores de votantes, espectaculares, lonas, propaganda en televisión y radio, cine, creadores de imagen, expertos en mercadotecnia y especialistas enguerra sucia.
De esto se pasa a la corrupción de la democracia; si se trata de una inversión y de una inversión muy alta es porque en su momento se espera obtener las ganancias de lo que se invirtió, contante y sonante; no es sólo el cargo: se pretende una fuente de influencia y de negocios que debe redituar dividendos proporcionados a lo que se gastó y eso, evidentemente, nada tiene que ver con la legitimidad democrática ni con el respeto al sufragio.
Alguna vez alguien se jactó ante mí y un grupo de compañeros, convencidos de otra forma de hacer política, diciéndonos ustedes juegan a la política, yo hago política
. Para ese personaje, hacer política era gastar mucho dinero para simular muchos apoyos y obtener a como dé lugar muchos votos. Eso no es política, es negocio; ahí no hay ética, ni principios ni tampoco respeto a los votantes. Quien invierte
para alcanzar un puesto no llega por una voluntad popular auténtica, expresada con libertad; llega por diversas causas: por deslumbramiento, aturdimiento, por miseria compelida con dádivas y baratijas.
En una democracia aceptable lo que se espera es información veraz a los votantes, tanto de los candidatos como de sus propuestas y de los principios que los mueven. Fuera de eso estamos ante una cruda competencia comercial de la que sale ganando el que tiene más recursos para promover su producto, que es generalmente él mismo.
En un pequeño libro, Solidaridad y participación, que los neopanistas deben tener por ahí olvidado en alguna bodega, Adolfo Christlieb Ibarrola sostenía que las bases de un régimen democrático, de las que aún carece nuestro país, son el reconocimiento real, no teórico de los derechos humanos; el reconocimiento de los derechos políticos, entre los que está el derecho a la información veraz y un sistema legal de garantías. De todo esto seguimos careciendo, pero, a pesar de ello, participamos y mantenemos lucha y exigencia.
México, DF, 12 de junio de 2015.