En la tala ilegal de los bosques de Milpa Alta hay responsabilidad de las autoridades delegacionales, denunciaron comuneros de la zona. Los talamontes fueron contratados para limpiar los bosques de árboles caídos durante una tromba a principios de año y ahora son acusados por la comunidad de estar cortando árboles vivos para vender su madera. En San Pablo Oztotepec, operan aserraderos ilegales que ya habían sido clausurados y se sospecha que las autoridades priístas de la demarcación están involucradas.
Por Ximo Herrera
Regeneración, 8 de septiembre de 2016. No hacen nada para resolver esto, pero hace cinco años, recuerda Don Ernesto –mientras mira por el espejo retrovisor–, hubo una catástrofe similar y las autoridades llegaron a clausurar los aserraderos. Todos los aserraderos son clandestinos porque, de acuerdo a la ley, desde 1949 hay veda de tala en la capital. Pero obviamente donde quiera –incluso la misma autoridad– tala. Por ejemplo, el Deprimido de Mixcoac donde tiraron dos mil árboles o lo que querían hacer con el Arco Sur. Imagínense, si está prohibido, pero la misma autoridad lo hace. Por eso nosotros no sabemos qué carajo vamos a hacer.
San Pablo Oztotepec: de guardabosques a talamontes
–Es que ustedes son una comunidad y consecuentemente no les aplica la ley, nos dicen en la delegación. Bueno, pues vamos a agarrarnos a balazos para defender el bosque y nos vamos a matar y no hay quien nos sancione.
–Ah, no, no, ahí sí es un delito. Maestro, si tiras un árbol es un delito, entonces por qué diablos no habrías de intervenir. La ley forestal sustentable dice que la madera debe aprovecharse, pero para cuestiones domésticas, no para la comercialización. A lo mejor hasta para muebles, pero personales, a lo mejor hasta para una casa, pero personal. No sabemos cuánta madera están bajando, pero sabemos que no la están utilizando de manera personal. La están vendiendo, porque están haciendo tabla, tablón, polines.
Don Ernesto forma parte de la administración que va de salida y ha dedicado gran parte de su vida a cuidar de la comunidad y a velar por el bosque; sin embargo, no se le nota cansado. Al contrario. Aunque sus argumentos rayan en lo legal, sus denuncias arden en indignación. No es extraño: lleva en la sangre el oficio de guardabosques por parte de sus abuelos. De hecho, es raro que alguien en San Pablo Oztotepec no presuma en su ascendencia algún pariente que ejerciera el oficio. Proteger el monte es un orgullo.
Muchos pobladores dicen que el problema se desarrolla desde el 2010. Pero no fue hasta los meses de abril y mayo –los mismos en los que las contingencias ambientales de la capital alcanzaron grados mortales– que esto volvió a avivarse. Todo empezó con una quemazón en el bosque que hicieron los talamontes.
–Fueron nueve incendios forestales con el objeto de que subieran las autoridades y les dieran el permiso para bajar la madera. –Camino al monte cuenta que– fueron dos días en los que se quemaron suficientes hectáreas como para perjudicar a la ciudad. Porque todo el humo se fue pa’ allá.
–El problema no es que bajen la madera muerta, interrumpe –el copiloto de ceja poblada–Alberto. Eso está bien. El verdadero problema es que ese es su pretexto para talar árboles vivos. Por cada árbol que van a recoger, talan otros cinco. Varios vecinos han visto troncos de árboles vivos.
–Se nota, porque aún están llorando. La madera no está seca. Pero según ellos –los talamontes– los cortan porque están enfermos.
–¿Y esa madera que bajan dónde la venden? Porque tampoco es tan fácil comprar madera ilegal, pregunta el fotógrafo.
–Desgraciadamente siempre hay quien la compra de manera ilegal y siempre va a haber. Por ejemplo, en San Pablo hay una maderería que se la compraba a los talamontes y hasta la fecha tiene el proceso penal. Ya le quitaron la herramienta, ya le quitaron la maquinaria, ya le hicieron al pobre maderero ver su suerte. Gastó más de lo que pudo haber ganado.
A unos metros –junto al camino– aparece un camión torton lleno de troncos frente a un aserradero. El fotógrafo grita que frenen para bajar a tomar una foto. Don Pedro y Alberto dudan. Piden que sea lo más rápido posible aunque la carretera por la que andamos no sea la de su pueblo. En realidad vamos al monte de un pueblo vecino donde no saben que ellos son los que están denunciando la tala en San Pablo Oztotepec.
–De entrada no nos dejan pasar o –en el mejor de los casos– nos detiene allá arriba –en el monte– donde no hay nadie, dirá Don Ernesto más adelante. –La idea ahorita es no conflictuarnos con nadie.
–¿Se pone fea la cosa?
–Pues ya nos han amenazado por las denuncias que hacemos. Han sido amenazas de muerte. Ataques.
–Aquí –al compañero– lo atacaron la vez pasada dos veces en julio.
–¿Qué le hicieron?
–Me atacaron con un puñal y me rompieron el espejo del coche.
–Pues es que todos los pueblos ya están bajando madera. Por lo menos cuatro de los nueve comuneros. Si nos cachaban tomando las fotos, nos llueven piedras o nos agarran aquí adelantito en el pueblo.
Al final del día, –en un recorrido de aproximadamente una hora– habremos contado cerca de veinte camiones. Sin embargo, en el bosque de San Pablo –según Don Ernesto– hay alrededor de treinta cinco. Mientras las altas nieblas continúan por la estrecha carretera, los coches que suben desaparecen y los más de 60 viajes que hacen los talamontes continúan. Más adelante, entrando al pueblo, encontramos otro camión estacionado.
–Mire, esos chavos –los que están junto al camión– son los talamontes.
No es difícil de entender: apenas un puñado de personas en el pueblo comunero son dueños de los aserradero. Ellos contratan a sus paisanos que no pueden encontrar un empleo o a los jóvenes que están más desarraigados de las tradiciones de su pueblo, de sus abuelos, de sus montes. Al fin y al cabo es dinero fácil. Sin embargo, el bosque ya se cobró con un par de dedos e incluso con un par de muertos. Apenas unos kilómetros más adelante aparecen una caravana con camionetas de redilas.
–Ellos también van por madera.
A la entrada del bosque encontramos la primera caseta. Las casetas son grupos de trabajo organizadas por la comunidad. La gente se organiza para cuidar las casetas e impedir el saqueo del bosque. Sin embargo, desde que los talamontes ganaron la representatividad de San Pablo, allá abajo –la gente– ya no tiene el poder para impedir que tiren árboles..
–¿Cómo anda?
–Bien, aquí dando la vuelta para pasear a los muchachos que vienen de visitan. ¿Cómo va todo el papeleo, Don Pedro?
–Lento, como siempre. Pero pues ya empezamos a bajar la madera. A ver cómo nos va con la autoridad, pero la madera no puede seguir quedándose allá arriba porque si se seca… La vez pasada –en el 2010– tan sólo en nuestro polígono, se cayeron más de 40, 000 árboles. A hoy se cayeron como 20,000. Si le dijera, –esa vez– hicieron un fandango las autoridades por los 40,000 árboles que se cayeron. Puta madre, en todos los medios lo difundieron. Que según iba a haber apoyo pal bosque. No hubo ningún apoyo. A fin de cuentas no se levantó toda la madera, vino el incendio y acabó con más de un millón de árboles de entre tres y ocho metros de alto. De eso las autoridades no chistaron. Y fue su culpa porque no nos apoyaron para levantar todo el ramaje. Se secó, vino el incendio y arrasó con todo. Y no queremos que pase ahora lo mismo. En fin, pásenle muchachos.
La camioneta en la que vamos apenas y soporta el camino del bosque. Un coche difícilmente pasaría por el espeso lodo. Es por eso que ahora –en medio del bosque– sólo somos nosotros y los talamontes en sus camiones.
–¿Don Pedro es de los que cuidan que no talen?
A pesar de que Don Pedro tiene toda la documentación para defenderse por bajar madera del monte, Alberto nos dice que no debemos fiarnos. Su principal argumento es el riesgo de otro incendio, pero no es casualidad el caso omiso de las autoridades. Además, –señala Alberto– si ese es el caso, deben bajar la madera con follaje. No sólo los troncos.
–Si hay parajes donde cayeron 3 mil o 4 mil árboles, para poder llegar ahí se tumban otros 5 mil árboles. Como no queriendo.
Los abuelos de San Pablo Oztotepec dicen que cada año hay desastres, pero la madera, al final, se hace composta. Ellos sólo bajaban el puro ramaje y el bosque siempre estuvo sano. Los comunales, por otro lado, le dan mantenimiento al bosque, erradican incendios, reforestan y abren brechas de penetración, pero hacer su trabajo se ha vuelto más complicado. Hoy todos se acusan mutuamente de ser talamontes. Cualquiera que suba al bosque es sospechoso. Por eso la comunidad está dividida: para algunos la madera es una oportunidad de un sustento, para otros es un crimen injustificable.
El 2013 estuvo lleno de enfrentamientos por causas similares. En ese año se dio un permiso especial para bajar la madera. Pero para eso se necesitaba equipo especifico y en ese entonces sólo los talamontes –que aún eran clandestinos– lo tenían. Poco después los comuneros invitaron a gente de Michoacán experta en trabajar madera. Ellos capacitaron a la comunidad de San Pablo de forma legal. Sin embargo, al final la gente dejó de respetar los periodos porque el negocio de la madera era fácil y muy rentable. Fue la misma comunidad también la que hizo presión mediática para que las autoridades desmantelaran los aserraderos, pero algunos lograron guardar su equipo antes de que las autoridades llegaran.
Hoy la representación comunal frena la deforestación únicamente con documentos y papeleo. Pero –como dijo Don Ernesto– ni la autoridad ni la policía los detienen. Nadie hace nada. Por eso la gente teme que esto se vuelva a salir de control como en el 2013. Es fácil bajar la madera porque no hay vigilancia real de la autoridad ni de la representación comunal. Es tierra de nadie.
–Bueno, mejor dicho, es tierra de los talamonte.
Pero la incapacidad de conciliarse para organizar la vigilancia no es el único problema. La llegada del PRI a la delegación también fue determinante. Las asambleas para la elección de representantes comunales se han tomado de forma violenta. Muchos señalan que el grupo de los aserraderos ya tiene grupo de choque para golpear. Por ejemplo, en la última asamblea a mediados de julio –donde fue electo el representante comunal Antonio Blanca Vázquez– fue interrumpida con violencia.
–Agredieron incluso a mayores y mujeres. Y es que él tiene en su domicilio un aserradero. Se ha perdido el respeto que los abuelos le tenían al bosque, dice Don Ernesto.
La gente de San Pablo no quiere a los aserraderos. Saben que dañan al monte, que dañan al aire, que dañan la vida. Muchos creen que el pueblo debe pelear por el monte. Pero nadie dice nada por las amenazas.
–La madera debería repartirse en el pueblo, no venderse. Un árbol tarda cuarenta años en crecer y esos cuates creen que va a ser como sembrar maíz.
Nadie sabe a dónde va la madera. La mayor inquietud es que el PRI reciba su parte. Porque aunque los camiones bajan nuevamente en la madrugada, ya no lo hacen con troncos, sino con la madera trabajada.
–Los paisano ya aprendieron. Ya no lo hacen a escondidas como en el 2013. Ahora dan su tajada.
Pero la tala furtiva no es el único negocio que está detrás de esto. El Arco Sur es un proyecto que desde 2010 se planea para conectar al puerto de Veracruz con Acapulco. De forma similar a lo que ocurre con el Arco Norte –que atraviesa los estados de Puebla, Hidalgo y llega al Estado de México– la autopista rodearía a la Ciudad de México pasando por Tlalpan, Xochimilco y Magdalena. Sin embargo, el proyecto ha encontrado resistencia en Milpa Alta pues los cincuenta kilómetros que irían de Topilejo a Chalco afectarían al bosque y los terrenos comunales y ejidales de la delegación.
–El PRI –teniendo los espacios de poder local– pasará todos los proyectos a pesar de que llevamos años aguantando. Si el gobierno ignoró el amparo que se presentó en San Francisco Xochicuautla –dice Don Ernesto mientras tomamos un café de olla en el pueblo– imagínese ahora que lograron meterse ahí al cuartel.
En 1914 el ejército de Zapata ocupó Milpa Alta y en San Pablo Oztotepec instaló su cuartel. Aquí Zapata ratificó el Plan de Ayala el 19 de julio de 1914. Este movimiento agrario en México es para los milpaltenses un orgullo. Después de años de abandono, en 1997 la comunidad lo restauró y creó el Museo del Cuartel Zapatista, el cual administra un consejo ciudadano. Es en la entrada de este mismo museo, donde una placa les recuerda a los pobladores de San Pablo el discurso que el Subcomandante Marcos dio desde el portal exterior el 9 de marzo de 2001. Por eso no es de extrañar que aquí –donde cuidan de sus muertos, y ellos los cuidan también– se haya gestado en el 2011 un movimiento denominado Zapatista del Sur. Pero las dimensiones del proyecto requieren de una organización superior que pueda contener el avance del gran capital.
En el 2013, las quince mil hectáreas que integran el bosque de la delegación Milpa Alta se encontraban bajo el control de los talamontes. Ellos tenían bloqueados los accesos principales y las casetas de vigilancia. Durante esos años los comuneros denunciaron que –con armas de fuego y machetes– los talamontes impedían el ingreso a cualquier persona. Desde el 17 de junio, lograron hacerse de la representación comunal y del cuartel zapatista, es decir, tienen las puertas abiertas para saquear el bosque.
–Si esto no se controla ahorita, va a haber otro conflicto social en unos cuantos meses. En San Salvador Cuauhtenco, Santa Ana Tlacotenco y San Pablo Oztotepec estuvimos a nada –en el 2013– de integrar, entre los mismo comuneros, nuestras brigadas de autodefensa, para proteger nuestro patrimonio.
Los comuneros de Milpa Alta saben que el Arco Sur afectará su territorio, sus bosques, su flora y fauna. Saben que el proyecto dividiría a la comunidad –no sólo geográficamente–. También saben que los talamontes son el ariete para poder imponer un proyecto que no responde a las necesidades e intereses de los pueblos originarios.
–Al rato, cuando los talamontes dejen pelón el cerro, la autoridad va a decir que no tenemos razón para oponernos a la autopista. ¿De qué se quejan si aquí ni hay árboles?, van a decir.
La construcción de la carretera no sólo afectará a los pueblos como San Pablo Oztotepec. También pondrán en riesgo el derecho al agua de treinta y cinco millones de personas en el resto de la capital ya que el bosque ayuda a recargar los mantos acuíferos –como los ojos de agua de Xochimilco y Nativitas– que alimentan el treinta por ciento del agua de la Ciudad de México.
El cincuenta y nueve por ciento de las tierras que existen en la Ciudad de México están en suelo de conservación. Es decir, son zonas protegidas, las cuales disminuyen la contaminación, regulan el clima, recargan los acuíferos y conservan la biodiversidad. Milpa Alta es la delegación con la mayor cantidad de suelo de conservación con 28,464 hectáreas. Este corredor biológico –que va de Tlalpan, sigue por Xochimilco y llega hasta Cuernavaca– alberga al dos por ciento de la biodiversidad mundial. El gorrión serrano y el conejo teporingo decidieron levantar su hogar únicamente en este rincón del mundo.
–A la gente se le olvida que el Bosque de Chapultepec no es el único, dice Don Ernesto.
Pero no sólo las catástrofes naturales destrozan el bosque. Guardabosques –como los abuelos de Don Ernesto– ya se enfrentaban a la tala inmoderada de árboles, a la caza furtiva de animales y al robo de especies como el pino, el oyamel y el abeto.
Hoy en día los guardabosques deben enfrentarse además a la mancha urbana que crece sin control mientras las autoridades les dan la espalda por los interese capitales que se juegan a nivel internacional. Por ejemplo, el Arco Sur fue concesionado en el 2011 a la empresa española OHL que tenía ya adquirido ochenta por ciento de los derechos de vía en el tramo correspondiente a Puebla. Pero para los comunero el bosque no es la posibilidad de hacer negocio. Tampoco significa sólo aire y agua limpios. Fundamentalmente es su tierra, el símbolo de su identidad.
–El bosque es la herencia que le dejaremos a nuestros hijos. La mancha urbana va a crecer, sin duda, pero debe crecer de forma racional. Cuidar los montes es cuidar el agua, el oxígeno, la ciudad. Esa es razón suficiente para que el gobierno se preocupe. Las contingencias son muestras de que su preocupación se centra sólo en invertir en planchas de cemento. El gobierno cierra los ojos. Será por la contaminación. Un árbol tarda diez minutos en tirarse y cuarenta años en crecer, ¿cuánto van a tardar en hacer algo?