¿Por qué debemos elegir entre el peor presidente de nuestras vidas y una de las corporaciones más codiciosas del país?
Por Thomas Frank
The Guardian / El Diario
El presidente Trump retomó la semana pasada su campaña de ataques vía Twitter contra la empresa de comercio electrónico Amazon, a la que acusa de pagar muy pocos impuestos y tener un acuerdo demasiado beneficioso con el servicio de Correos de Estados Unidos, que entrega muchos de sus paquetes. De paso, también afirmó que la empresa utiliza al Washington Post, medio que es propiedad del consejero delegado de Amazon, Jeff Bezos, para presionar a favor de los intereses de Amazon. El precio de las acciones de Amazon cayó a raíz de estos ataques (aunque luego recuperó parte del valor perdido).
Al amenazar a una empresa en particular a causa de una disputa personal con el consejero delegado –aparentemente para lograr mejor cobertura mediática de un periódico que propiedad de Bezos–, Donald Trump está violando claramente las reglas básicas de un gobierno democrático.
Pero también es importante recordar que el enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo. Hace ya años que Amazon es foco de críticas: cualquiera que lea the Guardian o el New York Times conoce las alarmantes prácticas laborales de la empresa y sus ambiciones económicas imperiales.
Sin embargo, algunos críticos del presidente interpretaron sus tuits como una señal para alinearse detrás de Amazon y su consejero delegado. Hicieron bromas sobre los celos que tendrá Trump de los miles de millones que tiene Bezos. Fantasearon con que Bezos podría ingeniárselas para humillar al presidente comprando más medios de comunicación. Se burlaron de la estupidez de Trump por el tema de Correos. Se rieron de su incapacidad para comprender las empresas modernas de internet.
Dada la oportunidad de recordar a la población sobre la tendencia instintiva del progresismo estadounidense a defender a los oligarcas de internet como Bezos de los ataques de aquellos que consideran luditas desorientados, el Equipo Progresista se apuntó sin dudarlo.
Y de paso, nos recordaron por qué el progresismo moderno sigue generando –y perdiendo ante– enemigos tan horrorosos como Trump. Pongámoslo de esta forma: sí, Trump odia a Amazon y a su consejero delegado y a su periódico, el Washington Post. Pero la hostilidad fanfarrona de Trump no convierte a Amazon en una empresa admirable. Ni convierte al Washington Post en un templo de la objetividad, ajeno a la cultura del tráfico de influencias que marca el capital.
Cojamos el tema del contrato de Amazon con Correos, algo que ha causado pedantes risotadas en aquellos que se lo saben todo. ¿Sabéis qué? La queja del presidente sobre este tema es bastante legítima. Si bien sería técnicamente correcto afirmar que Correos de Estados Unidos obtiene «beneficios» con su actual acuerdo con Amazon, también sería correcto decir que podría estar ganando mucho más.
Si te importan un poco los empleados de Correos, quizás tú también deberías demostrar un poco de preocupación, en lugar de desestimar la cuestión como otra idiotez del caudillo mal peinado.
Mejor pensemos en la cuestión del avasallador e impune poder de mercado de Amazon, que ha sido analizado tanto por periodistas como por académicos de forma extensa, y que aún así muchos analistas han olvidado instantáneamente en cuanto Trump comenzó a criticar a Bezos. «Amazon es el representante destacado de una nueva era dorada del monopolio,» explicó en 2014 el periodista del Atlantic Franklin Foer, y lo que dijo en ese momento es aún más cierto en la actualidad.
En otra época, los demócratas solían enfrentarse al poder económico concentrado y despótico. Era lo que les definía como especie. Luchaban contra los monopolios del petróleo, de la alimentación y del transporte que se aprovechaban de los productores con una mano y de los consumidores con la otra. Pero ahora Trump, con sus formas torpes y autoritarias, está intentando borrar ese legado.
Sé que estoy planteando algo confuso, así que voy a dejarlo más claro: no me gusta Amazon y tampoco me gusta Donald Trump. Aplaudiría con entusiasmo a un presidente que intentara poner en práctica leyes antimonopolio, pero eso no es lo que quiere hacer Trump. Lo que nos ofrecen es elegir entre el peor presidente de nuestras vidas y una de las corporaciones más codiciosas del país. Y nosotros nos damos prisa por alinearnos detrás de uno o el otro.
Además, este planteamiento es una representación perfecta del tipo de elecciones espantosas que se nos presentan actualmente a los estadounidenses, así como de las enormes dosis de autoengaño que debemos tragar para elegir. Es todo lo que está mal con la política, y abarca desde las cuestiones políticas más generales hasta las que atañen a un lector individual.
A mí me sonaron las alarmas en 2014 cuando el entonces aspirante a monopolista Bezos llegó a un acuerdo con el grupo de comunicaciones Hachette, justo después de adquirir el medio más importante de Washington, pero tras leer los tuiteos intimidatorios de Trump contra Amazon, quiero que el intrépido plutócrata de Seattle me caiga bien.
A la vez, detesto lo que este presidente está haciendo con Estados Unidos, pero después de mirar la CNN o leer las páginas de opinión del Washington Post, a veces también quiero que me caiga un poco bien Trump. Así es como me afecta este tipo de periodismo tan abiertamente parcial.
Y así estamos, en la democracia más grande del mundo. Tenemos a los multimillonarios republicanos, con su intolerancia y su guerra contra todo lo público, y tenemos a los multimillonarios demócratas, con su ideología distraída en temas globales y tecnológicos. Para la gente común, reunida en todo su esplendor, la pregunta del momento es: ¿a quién odias más?
Thomas Frank es un analista político e historiador estadounidense, autor de ‘Escuchad, progresistas: o ¿Qué le sucedió al partido del pueblo?
Traducido por Lucía Balducci
Fuente: http://www.eldiario.es/