Algunas particularidades de la política norteamericana contribuyeron a que la derrota demócrata sea más estrepitosa: en las elecciones legislativas baja la cantidad de votantes y sube el porcentaje del electorado masculino, blanco y mayor de 40 años, tradicionalmente base del partido republicano. A esto se suma que el Senado se renueva por tercios y que en esta elección primaban las bancas de estados con fuertes tendencias conservadoras.
Pero la explicación de fondo es el profundo descontento con la administración demócrata y el presidente Obama que subió con la promesa del “cambio” y gobernó como el garante del statu quo al servicio de los intereses imperialistas de la misma elite corporativa, financiera y política que su antecesor, George Bush. No por casualidad, los principales contribuyentes de la campaña, que costó nada menos que 4.000 millones de dólares, son las grandes empresas, como los hermanos Koch (propietarios del segundo grupo industrial de Estados Unidos) o Paul Singer (el buitre de Elliot Management), que aportaron generosamente para hacer posible el triunfo republicano.
El partido republicano comprendió rápidamente que haciendo una campaña “negativa” contra Obama podría transformarse en vehículo de ese descontento, dado que el sistema bipartidista solo permite el juego de la alternancia en el poder de los principales partidos capitalistas. Otra lección que sacó el liderazgo del partido republicano de las derrotas anteriores, es que para ganar debía domesticar al Tea Party, el ala de extrema derecha y adoptar un discurso más moderado, sobre todo en cuestiones raciales y en conquistas democráticas como el derecho al aborto.
Por eso, como primera definición, más que un giro a la derecha lo que expresaron las elecciones es el fin de las ilusiones en el partido demócrata. Este estado de ánimo se manifiesta en que solo votó el 38% (las elecciones no son obligatorias). El voto demócrata sigue siendo mayoritario entre las mujeres (sobre todo solteras), los jóvenes, las minorías (afroamericanos, latinos), los que tienen ingresos más bajos (hasta 30.000 dólares al año) y la elite intelectual, tradicionalmente progresista y liberal. Pero esos sectores no encontraron razones válidas para ir a votar y se quedaron en sus casas.
Hay otros datos curiosos que muestran el hastío y la falta de entusiasmo en la votación: las mismas encuestas a boca de urna que registraron un 59% de descontento con Obama, encontraron también un 61% de opinión desfavorable sobre los líderes republicanos del Congreso.
Guerrerismo
Obama ganó la presidencia en 2008, en el medio del estallido de la Gran Recesión y después de casi una década de aventuras militares desastrosas que llevaron a las derrotas de Irak y Afganistán. Su gran promesa fue poner fin a las guerras de Bush. Sin embargo, durante sus dos términos en el poder, aumentó la presencia militar en Afganistán, de donde todavía Estados Unidos no puede retirarse, continuó la “guerra contra el terrorismo”. Y como si la historia se repitiera como tragedia o como farsa, terminará su presidencia con Estados Unidos peleando una guerra, por ahora solo aérea, en Irak y en Siria, contra el Estado Islámico, un grupo surgido en Irak producto del caos y la exacerbación de conflictos producidos durante los años de la ocupación norteamericana.
Si bien la política de Obama de intervenir en Siria e Irak contra el Estado Islámico (EI) logró apoyo popular, particularmente después de que el EI decapitara a periodistas y ciudadanos occidentales tomados de rehenes, el límite que tiene Obama es el envío de tropas terrestres.
Por derecha, su política exterior es criticada por demasiado blanda por republicanos y neoconservadores que pugnan por una política militar más agresiva.
Sigue siendo la economía…
En la campaña presidencial de 1992, Bill Clinton hizo famosa, la frase “es la economía, estúpido”, como explicación popular de su triunfo sobre el candidato republicano, George Bush padre. Desde entonces, esa frase expresa cómo influye el empleo o la inflación a la hora de votar.
La economía norteamericana salió de la recesión en 2009. El tercer trimestre registró un índice de crecimiento del 3,5% (comparado con una situación de virtual estancamiento y tendencias a la recesión en la Unión Europea). La tasa oficial de desempleo descendió al 5,9% en septiembre de 2014. Y el mercado de valores alcanzó cifras récord. Pero estos indicadores macroeconómicos relativamente “exitosos” no alcanzan para convencer a la gran mayoría de la población trabajadora (llamada “clase media”) que ve que su situación no ha mejorado. Solo como ejemplo, la mitad de los norteamericanos considera que todavía hay recesión y dos tercios creen que la economía va a empeorar en el próximo periodo.
Y no es para menos. Los cinco años de recuperación han beneficiado solo al “1%” más rico. Mientras las ganancias corporativas llegaron a su punto más alto en los últimos 85 años (1,7 billones de dólares en 2013, o el equivalente al 10% del PBI), el salario está en su nivel más bajo de los últimos 65 años. Millones de asalariados cobran un salario mínimo miserable, fijado en U$ 7,5 la hora.
Según la Oficina de Censos, todavía hay 45,3 millones de norteamericanos, el 14,5% de la población, viviendo bajo la línea de pobreza (establecida en un ingreso de 23.834 dólares anuales para una familia de 4 personas).
La situación de las minorías tampoco ha mejorado cualitativamente. Como informa el Economic Policy Institute, la comunidad afroamericana tiene la tasa de desempleo nacional más alta, del 11%, seguida por los latinos (6,9%).
Estas condiciones de salarios bajos, empleos precarios y leyes antisindicales han dado lugar a fenómenos nuevos, como la organización AltLabor que expresa tendencias a la organización de los sectores más precarizados como los trabajadores de las fast food, y la campaña por la suba del salario mínimo a 15 dólares la hora. Incluso varios estados que votaron a los republicanos también votaron por la suba del salario mínimo que se había puesto a referendum (junto con otras cuestiones, como la legalización de la marihuana).
Si bien tanto Obama como los republicanos han dado señales de buscar la gobernabilidad, es decir, no polarizar y encontrar consensos, en este nuevo escenario no se puede descartar que se repitan situaciones de crisis interna, sobre todo teniendo en cuenta que ya ha comenzado la campaña para las elecciones presidenciales de 2016. Esto tendría consecuencias no solo en la política doméstica, sino también en el plano externo, porque complicaría aun más la administración por parte del gobierno norteamericano de la sostenida decadencia de su liderazgo como principal potencia imperialista del mundo.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/El-fin-de-la-Obamania