Por Jenaro Villamil | Homozapping
A inicios de 2014, la luna de miel de la prensa anglosajona con el gobierno de Peña Nieto se rompió. Lo mismo sucedió a finales del mismo año y ahora en 2015, pero por razones y temas nuevos: la tragedia de Ayotzinapa y la corrupción del grupo de poder de Peña Nieto.
En enero de 2014 no terminaban de festejar el reconocimiento de agencias como Bloomberg o periódicos como The Financial Times, The Wall Street Journal a las reformas energéticas y otras del 2013 y el nombramiento de Luis Videgaray como “ministro de Finanzas” del año (aunque la economía no creció ni 1 por ciento), cuando estalló la crisis de Michoacán.
Y no estalló porque no existiera desde antes sino porque se visibilizó. El único asunto que le importa al gobierno de Peña Nieto y al grupo Estado de México que nos gobierna se conjuntó en el caso michoacano: el Departamento de Estado norteamericano lanzó una alerta y los medios de comunicación comenzaron a dar cuenta del avance de los grupos de autodefensa en los municipios controlados por Los Caballeros Templarios.
El 9 de enero el Departamento de Estado norteamericano emitió la alerta diplomática a sus conciudadanos para no viajar a Michoacán y Guerrero porque “autodefensas operan independientemente del gobierno en muchas zonas”.
“Aunque no son considerados hostiles a extranjeros o turistas, desconfían de extraños y deben ser considerados volátiles o impredecibles”, agregó la nota. Desde julio del 2013 no se emitía una en tal sentido. A Guerrero se le consideró el “estado más violento” ya que entre enero y octubre del año pasado se registraron 1,718 homicidios y 205 casos de secuestro.
Pero Michoacán era el tema más mediático. Desde mediados de diciembre, los grupos de autodefensa pasaron a la ofensiva y tomaron bajo su control una decena de municipios. Estaban por llegar a Apatzingán, corazón templario.
El sábado 5 de enero de 2014, en un extraño episodio, el doctor José Manuel Mireles, el vocero más visible hasta ese momento de los grupos de autodefensa, se accidentó en una avioneta, tras sostener un encuentro en Guadalajara. Hasta ahora no se sabe con quién se reunió, qué acordaron y por qué el accidente.
Los Templarios y sus redes afines aseguran que se trató de un encuentro de Mireles con el Cártel Jalisco Nueva Generación –brazo regional del cártel de Sinaloa- para apoyar a los michoacanos, con armas y recursos.
Durante un año, los estrategas peñistas fueron eficaces en “acallar” y minimizar el tema de forma mediática. La realidad era otra cosa. Los muertos ahí estaban. Los enfrentamientos prosiguieron.
Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Michoacán, el Estado de México siguieron siendo “plazas en disputa”. Y, por si fuera poco, las huellas de los enfrentamientos llegaron al Distrito Federal durante esta temporada del caso Heaven y de ajusticiamientos.
Desde el lunes 13 de enero –para ser más cabalísticos-, el gobierno de Peña Nieto asumió el Michoacan Moment como un desafío central. Volvió a operar la maquinaria de control mediático para insistir que no se trata de una “guerra” ni de una derrota del gobierno estatal, pero todos los hechos indican lo contrario.
Un año después, tras millones de pesos destinados en relaciones públicas con medios, en publicidad y en columnistas dedicados a “maquillar” la solución michoacana, la tragedia de Apatzingán y los reiterados enfrentamientos demostraron en 2015 que la crisis de Michoacán se vincula con la crisis del Estado de México y de Guerrero.
Hay una guerra civil en curso en Michoacán y en Guerrero desde hace varios años, ahora agravada por la pretensión de centralizar y criminalizar las protestas ante las “soluciones presidencialistas”. Hay un vacío de poder en Michoacán y Guerrero, que se pretende prolongar con medidas de fuerza.
En las elecciones del 2015, los peñistas se pueden quedar como Penélope, tejiendo sus propias mentiras, mientras el crimen organizado y las autodefensas y la resistencia civil aglutinada en torno a la demanda de justicia en Ayotzinapa y ahora en Apatzingán, como la humedad, ya le ganaron la iniciativa a un Estado fallido.