Por Víctor Flores Olea | La Jornada
Regeneración, 10 de agosto del 2015.-Una de las tragedias que vive el país es precisamente la publicidad archirrepetida por los voceros del gobierno, en el sentido de que el país avanza irrefutablemente tanto en su democracia como en su desarrollo económico. ¿Pero cómo puede ser así si al mismo tiempo la aceptación del Presidente por la ciudadanía apenas rasca difícilmente 15 por ciento, según han revelado distintas encuestas?
Prácticamente todos los participantes, directos o indirectos, en las últimas elecciones nos hablan de las mil y una trapacerías que estuvieron presentes en las últimas elecciones, que por cierto no han sido limpiadas en ningún caso: compra de votos, urnas rellenas de antemano, uso ilegal de recursos y seguramente en muchos casos su origen mismo más que dudoso, etcétera. Es decir, vivimos todavía un clima político que además se agudiza en la medida en que se acercan los futuros procesos electorales, que difícilmente puede ser calificado como presagio de prácticas realmente democráticas o anuncio de usos y costumbres próximos a la democracia a los que han llegado algunos países, sobre todo en las zonas occidentales del planeta. Sin que, por cierto, estemos cerca, ni mucho menos, de una certeza o de una confianza realmente importantes en las prácticas democráticas que se han ido imponiendo en todas partes.
Y, mucho menos, cuando observamos que las oligarquías, o que las mafias del dinero se imponen en todas partes, otorgando ventajas abusivas a sus intereses sobre cualquier otra consideración, utilizando una publicidad que hace pasar esos intereses como el interés general o las preferencias que tendrían las mayorías ciudadanas. En este campo, nos encontramos con el hecho de que los avances tecnológicos, sobre todo aplicados a los medios de comunicación, no han servido para un conocimiento más profundo y sólido de la situación, sino más bien para eliminar y distorsionar los procesos democráticos. Sí, hoy se sabe más rápido que nunca, al menos potencialmente, lo que ocurre en las diversas partes del mundo, pero ese saber está muy lejos de fortalecer y consolidar la democracia, sino más bien sirve para consolidar los intereses privados, de individuos y grupos. Se trata de lograr, a través de los medios de difusión hoy vigentes, el fortalecimiento de los intereses de los grupos del poder político y económico.
México, por supuesto, no es la excepción. Al contrario, diríamos que nuestro país es estrella y prototipo de esta alianza prácticamente universal entre el poder político y económico, que tanto ha debilitado a la democracia en todas partes. Y tal es uno de los mayores escándalos que vivimos: el contubernio del dinero y el poder político, que nos ha frenado escandalosamente en la democracia, a pesar de la publicidad en contrario.
Claro está que la corrupción y la deshonestidad pública y privada resultan entonces uno de los mayores escándalos y causa de la profunda crisis de desconfianza y alejamiento que vivimos, respecto a las instituciones públicas, comenzando por el Poder Ejecutivo. Mientras no ocurra nada espectacular en este campo seguirá in crescendo nuestra crisis política y la desconfianza profunda en las instituciones vigentes. Esta situación, como decíamos, ha conducido ya al abandono de la confianza en las instituciones y al propio Presidente de la República, hoy a niveles de aceptación tremendamente bajos y que representan un escándalo sumamente grave y peligroso, reflejados en multitud de ilícitos que se cometen prácticamente en todos los campos del poder político; por ejemplo, el asesinato de periodistas, que nos llevan literalmente al borde del abismo.
Situación insostenible que afecta prácticamente a la totalidad de las instituciones y que, como decíamos, alcanza a la propia cabeza del Poder Ejecutivo. Y todo ello en medio de una sociedad dinámica y en muchos sentidos combativa que reclama abundante, masivamente, que se dé fin a tales fechorías, pero que, hasta el momento, no ha dado lugar a los cambios que reclama la sociedad en su conjunto, una sociedad que protesta y milita todos los días y que no parece ser escuchada realmente por los responsables reales de la situación.
Por supuesto la aparición de Morena como partido que responde a estos reclamos significa una posibilidad de esperanza que, por desgracia, se ha echado por la borda en las últimas elecciones presidenciales, pero cuya influencia y principios penetran ya en importantes zonas de la sociedad civil. La prensa, incluso la contraria, se ha visto obligada a reconocer sus avances. En ocasiones anteriores el fraude y las estructuras verticales del partido en el poder, un PRI y una militancia verticales que sólo piensan en intereses personales o de grupo, ha sido muralla infranqueable de la regeneración de las instituciones y prácticas políticas del país. Pero no todo está perdido, así debemos pensarlo y creerlo en bien de México y de las decenas de millones de mexicanos que viven en la miseria esta situación que es ya insostenible.
El futuro del país depende en gran medida de los comicios generales de 2018, que comprenden también la elección presidencial. Naturalmente, miles y millones de ciudadanos se preparan ya para esta próxima justa electoral en que confían entusiastamente en una renovación (en una regeneración) profunda de las instituciones, que deje atrás la cloaca que ha prevalecido y que sea posible vía la elección para la cual está disponible Andrés Manuel López Obrador, líder principal y guía del nuevo partido y de los programas que ha elaborado. Y, naturalmente, que sea capaz de superar los escollos que lo han detenido en tiempos recientes.
Para ello, por supuesto, es necesaria una abundante y firme militancia que sea capaz de vencer a la oligarquía en el poder y a las mafias políticas y económicas que nos han conducido a la orilla del abismo. ¿Será posible? No lo dudamos, en vista, por ejemplo, de la fuerza que mostró Morena en la últimas elecciones a la mitad del camino de la actual administración. Pero es cierto, deberá hacer mucho más, en el plano electoral y militante, hasta convertirse en un partido invencible, profundamente justo y democrático, que es lo que necesita México.