Ignacio Manuel Altamirano es considerado el padre de la literatura mexicana, pues a través de la novela y otros géneros, puso a México y sus orígenes indios en el mapa mundial, allanando un camino para los grandes escritores que el país sigue dando hasta nuestros días.
Por Karla Trejo
RegeneraciónMx, 06 de marzo de 2022.- Ignacio Manuel Altamirano (19834-1893) no es considerado el padre de la literatura mexicana sólo porque sí. Este hombre, de ascendencia indígena, la creó, la puso en el mapa y la hizo valer ante los ojos de todo el mundo. Le consiguió respeto y gestó el camino para una larga lista de autores que lo precederían hasta nuestros días. Si no fuera por él…
Sin embargo, escribió una obra que trascendió en tiempo y espacio: El Zarco (Episodios de la vida mexicana en 1861-1863), que se publicó en 1901, justo ocho años después de que Ignacio Manuel Altamirano falleciera en San Remo, Italia, por complicaciones de la diabetes que padecía.
En este texto, el guerrerense dibujó un pensamiento particular de su país y su gente, pero también lo hizo parte de un proyecto de nación que siempre llevó anclado a su ser. Altamirano pretendía que el hombre mexicano defendiera sus raíces y construyera una identidad nacional.
El Zarco fue escrita en el contexto del porfiriato –aquella época que mantuvo a México bajo desigualdad social, censura y autoritarismo– y colaboró con que Ignacio Manuel Altamirano fuera considerado todo un héroe patrio. Además tuvo gran participación militar contra la invasión francesa y su influencia política estuvo motivada por una ideología liberal.
Un héroe indio
El Zarco se trató de una novela de bandidos que pretendía derrocar la imagen de los extranjeros y dejar, a cambio, un retrato digno de los forajidos mexicanos, de sangre caliente y piel morena que luchaban por su patria y buscaban, a toda costa, ser parte de la nueva nación que estaba por construirse. Una clase de nuevo héroe indio.
El título de esta obra, cumbre en la historia de Ignacio Manuel Altamirano, se debe a un personaje apodado ‘El Zarco’, quien era cabecilla de una banda llamada ‘Los plateados’ –en referencia a los adornos de plata que portaban las vestiduras y las sillas de montar de los bandidos de la época– y tenía pleito a muerte con un indígena trabajador llamado Nicolás
El Zarco era un joven de pocos principios, holgazán, ambicioso, vanidoso y que se gana la vida robando despiadadamente a la gente honesta. Su afán por conseguir el dinero fácil y la envidia que sentía hacia otros lo llevaban a recorrer una vida depravada, colmada de vicios y libertinaje.
La guerra civil está presente a lo largo y ancho del texto a través de nombres de personas y fechas reales de ese período, pero lo más intrigante es la historia de amor entre El Zarco, Nicolás y Manuela, una mujer de imagen aristocrática, de tez blanca, ojos y cabello negros, provocativa y elegante, pero con una personalidad ambiciosa, presumida, vanidosa e interesada.
Manuela, de apenas 20 años de edad, pertenecía a una familia acomodada del pueblo de Yautepec, en Morelos, y tenía un romance a escondidas con El Zarco. Creía amarlo, pero lo que realmente le admiraba y le deslumbraba de él era su dinero, las joyas, su poder y cualquier bien material.
Su romance era discreto porque la madre de Manuela deseaba que ella se casara con Nicolás, quien se dedicaba a la herrería en una hacienda de Atlihuayan. Sin embargo, Manuela creía que Nicolás estaba más a la altura de Pilar, quien era totalmente lo contrario a ella: huérfana, de piel morena, ojos oscuros, carácter humilde y honrada.
Pilar sí amaba a Nicolás, pero él a ella no. Bueno, al inicio, porque al correr de la historia, el valiente y modesto Nicolás se da cuenta que Manuela sólo sentía desprecio y repugnancia por él hasta que descubre el verdadero amor de Pilar, quien compaginaba más con sus raíces e ideales.
Su huella en la literatura
Ignacio Manuel Altamirano, quien también se dedicó a la abogacía y el periodismo, escribió El Zarco (Episodios de la vida mexicana en 1861-1863) con detalles del paisaje y grandes aventuras, pero principalmente con toda la necesidad de hacer a un lado el clásico romanticismo europeo y crear su propio estilo literario, donde figuraran el indio, las raíces mexicanas y, por supuesto, la historia de México.
Además de El Zarco, Manuel Altamirano también escribió Clemencia (1868) –considerada como la primera obra moderna mexicana–, Julia (1870) y La Navidad en las montañas (1871), novelas que ahora son preciadas como obras fundamentales de la literatura mexicana, pues en todas retrata la vida que México tenía en aquellos años, con militarismo, poca educación y grandes diferencias sociales.
El guerrerense no solo dejó huella solo en la novela, sino en otros géneros literarios, como la poesía, el cuento, la crítica, la crónica, el ensayo y el cuento.